Por Gabriel Cartaya
Cuando Gonzalo de Quesada y
Aróstegui se desmontó en el andén de Ybor City, el 2 de febrero de 1895, era un
joven abogado que apenas había cumplido
27 años de edad. Sin embargo, traía consigo la más alta responsabilidad con el
destino de la independencia de Cuba, pues se le había confiado la misión de
trasladar en un bolsillo la Orden de Alzamiento que, firmada en Nueva York por
José Martí, debía hacerse llegar a La
Habana en absoluto secreto, para que Juan Gualberto Gómez coordinara en toda la
Isla el inicio de la contienda armada contra el colonialismo español.
¿Qué méritos tenía aquel joven cubano para merecer tanta confianza y
hasta dónde fue fiel al Maestro que le consideró su discípulo predilecto?
Trataré de asomarme, en la limitación de unos párrafos, a la vida fecunda de un
hombre que sólo vivió 47 años y a quien debemos, entre muchos aportes, el
haberse consagrado a publicar os primeros
quince tomos de las Obras Completas de José Martí.
Nació en La Habana, el 15 de diciembre de
1868, a sólo dos meses de iniciarse la
Guerra Grande y cuando la capital cubana se estremecía entre los simpatizantes
del independentismo –como el aula donde entonces Martí, con 15 años, recibía
las enseñanzas de Rafael María de Mendive– y quienes se alineaban con el poder
peninsular. En aquel ambiente, los padres de Gonzalo, oriundos de
Camagüey, deciden trasladar la familia a
Nueva York, donde crece y se educa quien sería, más que un discípulo, un hijo
espiritual del Apóstol cubano.
Las primeras noticias del acercamiento entre
estas dos figuras históricas remiten al 10 de octubre 1889, cuando en el
Hardman Hall de Nueva York el joven estudiante de Derecho es llamado a
pronunciar unas palabras dedicadas a Cuba, en la misma tribuna donde ese día
Martí pronuncia un vibrante discurso patriótico. A partir de ese instante, el
vínculo entre el Maestro y el naciente discípulo sería ininterrumpido.
Considero que la fortaleza de esta relación
nace inmersa en el acontecimiento continental que más hondamente preocupó a
Martí en aquella fecha: La Primera Conferencia Panamericana de Washington, en
la que el agudo político cubano vio la intención de Estados Unidos de extender
su dominio sobre la región y el peligro de que en ella se abordara una posible
anexión de Cuba. En aquellas circunstancias, cuando Martí accede al
acontecimiento a través de la prensa y a partir de esa información escribía su
opinión para periódicos como La Nación,
debió serle importante que su nuevo amigo estuviera participando como
secretario de Roque Sáenz Peña, el representante plenipotenciario de Argentina
en el cónclave.
Es de esa época la primera carta conocida de
Martí a Gonzalo, en la que le pregunta: ¿Pues no se ha venido hablando en el paseo,
entre los mismos delegados, de la
posibilidad y conveniencia de anexar a Cuba
a los Estados Unidos? Para todo hay ciegos, y cada empleo tiene en el
mundo su hombre. Pero el Sr. Saenz Peña sabe pensar por sí, y es de tierra
independiente y decorosa (…) Trabájele bien, que este noviciado le va a ser a
Ud, muy provechoso”.
En la carta siguiente ya hay más confianza,
pues en la anterior aún temía ‘violentar su opinión’. “Me es muy valioso lo que
me dice y he de agradecer mucho que me
tenga al tanto de cuantas opiniones sobre Cuba lleguen a su noticia, salvo las
que por su carácter privado, y de la delegación de Ud., no le
pertenezcan”. Finalmente, le dice: “He
leído su carta con júbilo de padre”, lo que nos indica el avance afectivo del
vínculo entre ellos.
Con esa identificación, ya se permitía darle
consejos hasta en lo personal: “Piense como piensa, observe mucho, calle más,
elija buena compañera, y será a la vez bueno y feliz”.
Como sabemos, las páginas que escribió Martí
sobre el evento continental donde está participando Gonzalo, son las que con
más lucidez advirtieron a los países que él llamó Nuestra América sobre el
contenido más profundo de las propuestas que se le hacían desde Washington
(Véase “La Conferencia de Washington”, en
Obras Completas de José Martí, tomo 6, pág. 33). La
identificación del joven abogado con la interpretación del Maestro debió
influir poderosamente en la estimación y cariño que desde entonces le prodigó.
Muy poco tiempo después, cuando Martí renuncia a todas sus responsabilidades
para consagrarse a la creación del Partido Revolucionario Cubano, a partir de
su primera visita a Tampa en noviembre de 1891, Gonzalo le va a seguir
incondicionalmente. Es significativo que, aunque a los cargos más altos de
aquella organización política se accedía mediante elecciones anuales de la
membresía, la responsabilidad de Secretario fue designada por Martí y fue
puesta en manos de Quesada, que entonces tenía 23 años.
En la intensa y fructífera
labor desarrollada por el Partido Revolucionario Cubano (PRC) entre 1892 y
1895, Gonzalo de Quesada jugó un papel destacadísimo que aún no ha sido
suficientemente evaluado. Ello se aprecia en la intensa comunicación entre el
Delegado y el Secretario, quien recibió en ese tiempo 88 cartas conocidas
firmadas por Martí, si incluimos ocho donde le acompaña como destinatario
Benjamín Guerra, entonces Tesorero de ese órgano político que preparó y dirigió
el inicio de la guerra por la independencia de Cuba.
Rastrear la labor de
Gonzalo en ese epistolario es un esfuerzo requerido de la investigación para
justipreciar los merecimientos de esa figura histórica, cuya atención se ha
fijado mayormente en su esfuerzo para reunir la papelería de su Maestro e
iniciar la edición de sus Obras Completas. A ese camino van estos
apuntes previos, si bien nacen del asomo a la visita que hace Gonzalo a Tampa,
no sólo con el documento secreto destinado a La Habana, sino también con
misivas importantes para los fieles cubanos que vivían en esta ciudad.
La primera de esas cartas –he
excluido otras 17 correspondientes al período anterior al nacimiento del PRC–
pertenece al 16 de enero de 1892 y nos ofrece una muestra de la familiaridad
entre ellos. Entonces la novia de Quesada –Angelina Miranda– sale de viaje a La
Habana y él se apresura a enviarle, con un regalo, “a la linda viajera, a la
viajerita querida y a su buena y tierna madre, un saludo que les aquiete la
mar”.
Aunque en cartas anteriores se
aprecia la cercanía de Gonzalo a la obra fundacional –tanto del PRC como del
periódico Patria– es en la carta
del 9 de mayo de 1892 donde Martí le implica en las más altas responsabilidades
del cuerpo político acabado de fundar, al proponerle el único cargo de la
dirección máxima que no fue sometido a elecciones. En la misiva de esa fecha le
dice: “La Secretaría de esta Delegación sólo pudiera recaer en quien como Ud.,
se consagra con entusiasmo y pureza al trabajo de fundar en la patria dolorosa
un pueblo durable”. Con esa
apreciación, quien ya ha sido electo Delegado
le escribe: “Vengo a rogar a Ud. que me
acompañe y ayude, como encargado de la Secretaría, en la tarea de mantener
unidas, y de robustecer, las fuerzas
necesarias para completar la obra iniciada por nuestros padres de Yara el 10 de
octubre”.
Gonzalo no lo defraudó y su colaboración fue
constante en aquellos años. Trabajó mucho en el cuidado y eficiencia del
periódico Patria, donde uno de sus primeros artículos fue “El delegado y
el Tesorero del Partido” (9 de julio de 1892), en el que incluye una fotografía
de Martí al lado de Benjamín Guerra.
Por la imposibilidad de
rastrear todas las cartas de Martí a Gonzalo en ese tiempo, voy a detenerme en
las que fueron escritas desde Tampa. La
primera de ellas es del 18 de julio de 1892. “Gonzalo: En Tampa, rematando.
Enfermo. Nos lleva el Mayor de la ciudad a pasear. Iré a Ocala (…) Aquí grandezas…”,
leemos. Se refiere a la invitación que
le fue hecha –junto a Carlos Roloff, Serafín Sánchez y José Dolores Poyo– por
Herman Glogowski, entonces alcalde de la ciudad, para que visitaran juntos los
lugares más significativos de este lugar, gesto en el que apreciamos que el
impacto del líder cubano desbordaba los límites de la emigración de su país.
Esa noche no pudo hablar en la velada político literaria que se desarrolló en
el Liceo Cubano, pues la garganta apenas le permitía pronunciar palabra.
Tres días después, le envía un
telegrama desde desde Ybor City, con la noticia de un “mitin espléndido” al
aire libre, en el que participaron muchos españoles con “discursos fervientes
declarando ayuda independencia”.
Hay otra carta a Gonzalo,
fechada en Tampa el 14 de diciembre de 1893, donde expresa su satisfacción por
la comunidad cubana de este lugar: “¡Qué aclamaciones la de estos hombres, al
hacer espontáneamente su nuevo sacrificio! Apreté la organización, la dejo
ensanchada: extiendo el esfuerzo por toda la ciudad (…) Y desde que llegué, ni
un momento de respiro: los clubs, las juntas privada, los talleres, que me
parecen templos…”. Toda esta información
nutría a Gonzalo para los escritos que
debían salir en el periódico Patria. Al final de esa carta, le dice:
“Aquí, cuánta hermosura”.
En varias cartas de 1894,
tanto desde Tampa, Cayo Hueso u otras direcciones desde donde ese año la labor
infatigable de Martí amarraba todos los hilos preparatorios para la
independencia de Cuba, se evidencia la confianza de Martí en la labor de su
Secretario, especialmente en el desempeño del periódico Patria.
Cuando en enero de 1895
fracasa el llamado Plan de Fernandina, al ser apresados los barcos en que
debían trasladarse a Cuba los líderes de la revolución para dar inicio a la
guerra independentista, y Martí tuvo que ocultarse de la persecución del
espionaje español, probablemente fue
Gonzalo de Quesada la figura más cercana y útil. Desde que salió de
Jacksonville, el 14 de enero –donde tuvo el primer escondite en el Hotel
Travellers con nombre falso- hacia Nueva York, donde lo recibe Gonzalo y lo
lleva a vivir a casa de sus suegros, el Dr. Ramón Miranda y la Sra. Luciana
Govín (349 W. 46th St), estuvo en plena
clandestinidad hasta su salida definitiva de Estados Unidos. En esas dos
últimas semanas en Nueva York, desde donde firmó el día 29 de ese mes la Orden
de Alzamiento, Gonzalo, que entonces vivía con sus suegros, estuvo a su lado.
Martí previó viajar a Tampa y
Cayo Hueso para hacer llegar a la Isla el mensaje clandestino que autorizaba el
inicio de la guerra. Pero los requerimientos de la labor clandestina lo
obligaron a salir de Nueva York a Santo Domingo. Entonces la persona de más
confianza que encontró para sustituirlo en el viaje a este estado fue Gonzalo
de Quesada, a quien entregó la hoja secreta que debía entrar a Cuba.
Gonzalo llegó a Tampa el
viernes, 1.° de febrero de 1895, mientras Martí estaba arribando a Fortune
Island en su viaje hacia el Caribe. Era la primera vez que el Secretario del
Partido Revolucionario Cubano (PRC) llegaba a esta ciudad, pero traía en sus
bolsillos varias cartas de recomendación del Delegado, para que lo recibieran y
lo quisieran como si fuera él. A
Fernando Figueredo: “Gonzalo va en mi lugar (…) Rodéemelo y vea qué bella
alma”. A Ramón Rivero: “Gonzalo y ustedes serán enseguida mi solo corazón”. A
Paulina y Ruperto Pedroso: “Allá les va otro hermano (…) Sólo horas estará en
Tampa, la primera vez, mímenlo (…) El va a un servicio glorioso”. El servicio glorioso, además de recabar
fondos para el levantamiento inminente en Cuba, era buscar el modo de hacer
llegar a Juan Gualberto Gómez, a Cuba, la Orden de Alzamiento. A las pocas
horas de llegar a Ybor City, Fernando Figueredo caminaba junto a Quesada por una calle de West Tampa, hacia la
fábrica de tabacos de O’Halloran. Allí, en lo profundo de las hojas torcidas,
fue envuelto el mensaje.
Cuando, al día siguiente, Gonzalo entregó en Cayo Hueso varios tabacos
a Duque de Estrada para entregarlos en La Habana a Juan Gualberto Gómez, le indicó a cuál de
ellos no se le podría dar candela en ningún caso.
José Dolores Poyo, uno de los líderes más respetados del Cayo, lee la
carta que le envía Martí: “Gonzalo de Quesada es mi carta (…) ¿A qué va
Gonzalo? A que retumbe en Cuba, la nueva
declaración de nuestra fe”. En lenguaje
clandestino, nada más claro. Y una presentación del hombre que entrega la
misiva: “Gonzalo (…) me ha dado siempre, y hoy más que nunca, en estos días de deber y de honor, pruebas de las más raras virtudes, modestia,
lealtad, entusiasmo, desinterés,
abnegación. Quiéralo sin miedo”.
En uno de los discursos que Gonzalo pronunció en Cayo Hueso, respondió a un descreído: “¿Qué dónde están las armas? Las armas están
en la conciencia de cada uno de nosotros”. Los aplausos, entonces, emularon a
los que en aquella tribuna había recibido su Maestro.
Desde el día en que Martí y Quesada se vieron por última vez –el 30 de
enero de 1895, en que ambos salen de Nueva York, uno para Santo Domingo y otro
para Florida– hay varias cartas más
entre ellos, casi todas relacionadas con el esfuerzo independentista que les
consume. Pero hay una en la que quiero llamar finalmente la atención, pues se
trata del testamento literario del gran escritor, periodista, orador, maestro,
poeta, político, confiado a su discípulo e hijo espiritual. La carta,
que está fechada en Montecristi, el 1.°
de abril de 1895, es “una guía para un
poco de mis papeles”. En la propuesta,
sugiere alrededor de seis tomos, pidiéndole que sólo publique “lo durable y
esencial”.
Hoy, cuando se está publicando la Edición Crítica de las Obras
Completas de José Martí, concebida en más de 40 voluminosos tomos,
agradecemos a Gonzalo de Quesada y Aróstegui su
visión de que todo lo escrito por Martí sea “durable y esencial”. Por
ello cuidó cada página con tanta devoción.
Después de la muerte del Apóstol, el discípulo quiso incorporarse a la
guerra, pero no se le permitió, pues su papel en la Secretaría del Partido y en
el periódico Patria requería su presencia en Nueva York, donde era más
útil a la independencia cubana.
Desde la salida de Martí de Nueva York hasta la elección de Tomás
Estrada Palma –julio de 1895–, Gonzalo asumió altos cargos en el PRC. En enero
de 1897, el Consejo de Gobierno de la República en Armas lo nombró su Encargado
de Negocios en Estados Unidos, desde cuya posición contribuyó a que el legislador Wilkinson Call presentara la primera
moción al Congreso estadounidense para el reconocimiento de la lucha
independentista cubana.
En 1898, fue nombrado Delegado a la Asamblea de Santa Cruz por el
Sexto Cuerpo del Ejército Libertador, labor que apenas pudo cumplir por
mantener sus responsabilidades con la República en Armas en el extranjero. Al
concluir la guerra regresa a la Isla y se une a los esfuerzos por la creación
de la República. En 1900 asiste a la Exposición Universal de París, en
representación de Cuba, aun cuando la Perla de las Antillas no tiene un
gobierno propio.
Es electo a la Constituyente de 1901, la que redacta la primera
Constitución para la nación cubana. Al
nacer la República, el 20 de mayo de 1902, con el gobierno presidido por
Estrada Palma, Gonzalo es nombrado embajador en Washington. Desempeña un
importante papel en decisivas discusiones sobre la soberanía del territorio
nacional, especialmente en relación con la pertenencia de Isla de Pinos a Cuba,
lo que se logra tras arduas discusiones frente a la pretensión estadounidense a
ese territorio, hasta lograr la firma
del acuerdo que incluye su nombre: Tratado Hay-Quesada.
Gonzalo, que había participado en la Primera Conferencia Panamericana
de Washington como miembro de la delegación argentina (1889), asistió a la tercera
en representación de la República de Cuba-Río de Janeiro, 1906, y a la cuarta,
en Buenos Aires, 1910. Asimismo, asistió a la Conferencia Internacional de la
Paz, realizada en La Haya, en 1907.
En medio de las complejas circunstancias en que se debaten las
primeras décadas de la república cubana, donde caudillismo, oportunismo,
injerencismo, fraude y corrupción socavan el ideario de república con que Martí
movilizó las fuerzas mejores de la cubanía en aras de alcanzarla, Gonzalo se
dedicó a reunir toda la escritura de su Maestro y al publicarla, con recursos
propios, dio a las generaciones venideras las mejores armas para que buscaran
el proyecto que no pudo lograrse durante su tiempo.
En 1910, cuando el gobierno de José Miguel Gómez
sucede al segundo período de ocupación de Estados Unidos en Cuba (1906-1909),
Quesada es designado embajador de su país en Alemania. Desde allá, además de
cumplir con su misión diplomática, siguió juntando cuanta carta, artículo,
poesía, discurso, cuanto papel martiano le era enviado desde todos los lugares
donde llegó la pluma del más universal de los cubanos. Estaba trabajando en el
tomo 15 cuando los pulmones dejaron de acompañarle. Lejos de la patria que
ayudó a liberar, seguramente le consoló saber que su hijo –Gonzalo de Quesada
Miranda– continuaría publicando las
tantas páginas martianas que él no alcanzó a juntar. El 9 de enero de 1915, en Berlín, dejó de
latir su caluroso corazón, con sólo 47 años de edad
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