jueves, 5 de octubre de 2017

Las armas de fuego son para matar


Por Gabriel Cartaya

  Las armas de fuego son para matar. Puede decirse también que sirven para defenderse, pero eso no le suprime la anterior condición. Suponiendo un momento en que alguien pueda atentar contra ti con un cuchillo o una pistola, un arma similar a la del atacante pudiera salvarte la vida, siempre que tengas la reacción, rapidez y serenidad de adelantarte al agresor.
  No desconozco el beneficio de portar un arma como defensa, sino las razones que determinan la necesidad de defenderse del prójimo.
    Unas horas antes de despertarme con la noticia terrible de la balacera que, en Las Vegas, terminó con la vida de 59 personas, más de 500  heridos y decenas de familias destrozadas, tuve una conversación con mi hijo José Gabriel, de 21 años, que me preocupó bastante. Venía de una gasolinera, a las diez de la noche, donde un hombre le bloqueó la puerta del carro y acercó su rostro a la cara de mi hijo con una mueca agresiva. José lo apartó con fuerza, entró al carro y se fue. Pero me comentó que no era mala la idea de poseer un arma, porque aquel homeless (así lo calificó) pudo haberlo  agredido con un cuchillo u otro tipo de armamento. Cuando yo razoné contra las armas de fuego, él sostuvo que, por lo menos, sería bueno tener un dispositivo de electrochoque a la mano como prevención.
   Pero no basta. ¿Quién sabe cuántos de los asistentes al concierto de música country en las Vegas tenían un arma en la guantera de su coche? O aún de haberla tenido consigo, ¿hubieran podido evitar el fuego que se desató contra ellos? ¿No sería preferible evitar que las personas tuvieran armas?
   Las armas cumplen una función de defensa únicamente donde hay personas que están armadas. Si nadie las llevara consigo, ¿de quién te ibas a defender con ellas?
   Leí en uno de los tantos comentarios que han inundado la prensa desde el amanecer del lunes que “Nevada tiene una de las leyes sobre armas más laxas de Estados Unidos. Los usuarios pueden portar un arma y no tienen que estar registrados como propietarios. El estado no prohíbe los rifles de asalto, que son armas de fuego automáticas o semiautomáticas, y no hay límites para comprar munición”.
   ¡Qué barbaridad! ¿Quién es entonces culpable de un crimen como el de Las Vegas? Stephen Paddock es sólo el nombre de quien pudo subir al piso 32 de un hotel con un arsenal de armamentos. ¿Quién le vendió las armas?  Hasta familiares suyos se han preguntado cómo pudo pasar esto, lo que indica que era visto como un hombre normal. Pero ser normal, o parecerlo,  ¿es suficiente para que en una tienda te vendan un poderoso fusil de asalto? ¿Para qué alguien necesita una ametralladora, a no ser que vaya para la guerra? ¿Contra quién se va a defender dentro de la ciudad? Porque ni a los leones es lícito atacar con tan mortífera arma, aún si en la selva eres atacado por uno de ellos, pues hace tiempo se sabe que con disparar un dardo anestesiante es suficiente.
En los últimos días estamos asistiendo a una escalada peligrosa del conflicto entre Corea del Norte y Estados Unidos. El centro de la contradicción es la naturaleza de las armas, que a nivel global constituyen parigual amenaza que tener un vecino psicópata con un fusil. Una amiga, amante de la literatura y profesora en la Universidad del Sur de la Florida, tuvo que mudarse de Riverview porque su vecino salió con una escopeta a gritarle que sus gatos le estaban molestando. Es el mismo tono de voz con que el líder norcoreano ruge que  explotará una bomba de hidrógeno en el Océano Pacífico y el Mandatario estaounidense responde que va a destruir un país donde viven más de 25 millones de seres humanos.
   El remedio no es que Estados Unidos se mude a otro planeta –como hizo mi amiga–, sino entender que la guerra nos destruiría a todos y, por tanto, lo más inteligente es la diplomacia disuasoria, la que debe encabezar el más inteligente, incorporando en el contrario temporal la confianza de que  no va a ser atacado, premisa para desviarle la justificación de armarse.  Claro que para desear que tu vecino no se acorace, no debes pavonearte blindado frente al patio de su casa.
   El crimen de Las Vegas debería conmover a quienes pueden decidir modificar la ley que ampara la tenencia de armas de fuego. Un dato podría serles revelador: en lo que va de este año, el sitio Gun Violence registra la impresionante cifra de 272 tiroteos masivos en Estados Unidos, lo que le otorga el título mundial en esta lid. De no ser exacta, no andaría muy lejos, o, por lo menos, más lejos parece la ley que contribuya a alejar las armas de manos civiles, como las que provocaron el  crimen terrible que acabamos de sufrir en Las Vegas.
  Una bomba atómica no es más peligrosa que un fusil de asalto. La ráfaga puede matar a diez y la explosión nuclear a un millón, pero la condición criminal conlleva la misma culpabilidad. Donde se mata a un hombre, se elimina la expresión de mundo que se resume en él. El hombre del hotel Mandalay Bay, con su privilegio de andar armado entre la población apacible, destruyó en 59 personas a una porción irrepetible de la humanidad.

                                                   Publicado en La Gaceta, 6 de octubre, 2017.

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