Hace unos días, buscando las motivaciones que pudo
tener Vicente Martínez Ybor para nombrar “El Príncipe de Gales” a una de sus marcas de tabaco, las múltiples
referencias bibliográficas me llevaron a un nombre que desconocía: Elvira de la
Fuente Martínez, una mujer que jugó un papel sobresaliente en la Segunda Guerra
Mundial y cuya contribución al desembarco de las tropas aliadas por Normandía
fue reconocido por Inglaterra, potencia a la que servía en su cuerpo de
espionaje.
En una investigación que ya me había traído
varias sorpresas, la mayor fue encontrar que la audaz doble espía –pues
sirviendo al Reino Unido logró hacerse captar por él espionaje alemán– era
biznieta de Vicente Martínez Ybor, por lo que tenía un vínculo ancestral con la
ciudad de Tampa.
La
primera alusión a Elvira la encuentro en un
libro publicado en Perú, en 2014, con el título Los secretos de Elvira,
donde su autor, Hugo Coya, exalta su figura como la de una peruana que hizo una
contribución relevante al triunfo sobre el fascismo. Con las facilidades
tecnológicas de nuestro tiempo, adquiero el libro digital en Amazon. A
su vez, encuentro el email del autor, le escribo y enseguida estamos en
comunicación.
Aunque el
libro de Coya ahonda en la apasionante biografía de Elvira, en el plano
familiar la mayor información corresponde a la línea paterna, pues es hija de
un importante diplomático peruano, Edmundo de la Fuente, quien contrae
matrimonio en París con Dolores Martínez (Lola) en el año 1910.
Elvira de la Fuente Martínez |
El autor
ubica la ascendencia materna de su protagonista en una familia que hizo fortuna
en la industria del tabaco en Tampa y Cayo Hueso, mencionando a la figura de
Vicente Martínez Ybor. Es exhaustiva la investigación seguida por el escritor
peruano, cuyo interés primario fue destacar el papel jugado en la Segunda
Guerra Mundial por una mujer que emergió a la luz pública hace pocos años,
cuando el gobierno inglés desclasificó documentos sobre sus redes de espionaje
durante ese tiempo. En ellos, Elvira
aparece con los apellidos de la Fuente
Chaudoir y nacionalidad peruana, inspirando al autor a una rigurosa búsqueda en
fuentes escritas y orales.
Al iniciarse
la terrible conflagración bélica y las tropas hitlerianas ocupar la capital
francesa, Elvira, quien mantenía el apellido de casada por su matrimonio
con el belga Jean Chaudoir, de quien se
había divorciado, se fue a Londres con una amiga, donde siguió la vida de
casinos, salones de alcurnia, lujos y pasiones, llamando la atención por la
belleza y altiva defensa de su individualidad.
En esas
circunstancias, un alto agente del espionaje inglés, atraído por esas
cualidades, vio en ella a un agente perfecto para el servicio que entonces
requería el Reino Unido para enfrentar el peligro inminente de la agresión
alemana. No se equivocó. Fue captada por Claude Dansey, jefe adjunto del
Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) y experto en reclutar agentes, quien le
ofreció un generoso sueldo por sus servicios como espía al servicio de los
intereses británicos. Con el nombre de Bronx, o Cyril, la enviaron a Francia,
con el objetivo de dejarse captar por el espionaje alemán, lo que hizo a la
perfección, jugando un papel de doble agente que le permitió desinformar al
mando hitleriano.
Hay por lo
menos dos acontecimientos en los que fue
vital el trabajo de Elvira: desviar un posible ataque químico alemán sobre
Londres, haciendo creer a los germanos que la capital inglesa respondería con
un arma química superior, en realidad inexistente, pero que contuvo el intento
hitleriano.
En segundo
lugar, hubo un hecho que resultó decisivo en el desembarco de las tropas
aliadas por Normandía y que es conocido como el Día D. Hay un libro interesante
sobre ese acontecimiento, del escritor francés Ben Macintyre –La historia
secreta del Día D, subtitulado La verdad sobre los superespías que engañaron a Hitler (2012)– donde el
autor destaca el nombre de Elvira Chaudoir entre los cinco espías que lograron
hacer creer al mando alemán que el esperado desembarco de los aliados se
produciría por otro lugar. El propio Hitler llegó a estar convencido de que sería por el Paso de
Calais, en el noreste francés, guiado
por los informes de los espías. El autor
antes aludido afirmó en el prólogo a su libro: “Los espías del Día D no eran
guerreros tradicionales. Ninguno llevaba armas, y sin embargo los soldados que
sí las llevaban tenían con los espías una enorme e inconsciente deuda cuando
asaltaron las playas de Normandía en junio de 1944”.
Terminada la
Segunda Guerra Mundial, los padres de Elvira se radicaron en España. La madre,
Dolores Martínez Ybor, fue una de las hijas de Eduardo, fruto del primer
matrimonio de Don Vicente con Bernarda Learas.
Junto con el padre, Eduardo fundó en Cayo Hueso “Ybor and Company” y
después radicó en Nueva York, atendiendo
allí la expansión de la empresa.
En ese
tiempo nació Dolores, en Nueva York, en 1881.
Su padre murió en 1892, cuatro años antes que Don Vicente. Siendo joven,
se fue a vivir a Francia, cuando la fortuna de la familia había disminuído y
algunos de sus miembros regresaron a
Cuba, finalizada la Guerra de
Independencia. En París conoció a
Edmundo de la Fuente, diplomático peruano de muy buena posición económica. Del
matrimonio nacieron dos hijas, Elvira y Dolores (Lolita). Dolores murió en España, en 1957.
Elvira,
quien había perdido con la guerra el brillo de la juventud y la posición
económica que le había permitido disfrutar de un París que, como dijo Hemingway,
“era una fiesta”, se fue a vivir,
desconocida y sin riquezas, a una casa frente al mar, en un pequeño pueblo del
sur de Francia llamado Beaulieu-sur-Mer. Allí abrió una tienda para vender
objetos de regalos y encontró, en una mujer mucho más joven, la compañía de sus
últimos años. Murió el 26 de enero de1995,
sin dejar descendencia.
Esta mujer,
atrevida, valiente, dispuesta a ser feliz por encima de los patrones que la
familia y la sociedad de su tiempo imponían, debió oír más de una vez a la
madre hablar de los tiempos gloriosos en que el abuelo levantó una fortuna en
un pueblo de Florida al que legó su nombre: Ybor City. Ese orgullo de sangre
debió acompañarla en los días difíciles de la guerra, cuando su vida dependió
de hacerse creer. Y, ya en la paz, al
recordar que había incluido su nombre en el empeño más grande que en su tiempo
tuvo la humanidad: derrocar al fascismo.
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