martes, 6 de febrero de 2018

Elvira de la Fuente Martínez (Una audaz espía de la II Guerra Mundial era biznieta de Vicente Martínez Ybor)

Hace unos días, buscando las motivaciones que pudo tener Vicente Martínez Ybor para nombrar “El Príncipe de Gales” a una  de sus marcas de tabaco, las múltiples referencias bibliográficas me llevaron a un nombre que desconocía: Elvira de la Fuente Martínez, una mujer que jugó un papel sobresaliente en la Segunda Guerra Mundial y cuya contribución al desembarco de las tropas aliadas por Normandía fue reconocido por Inglaterra, potencia a la que servía en su cuerpo de espionaje.
  En una investigación que ya me había traído varias sorpresas, la mayor fue encontrar que la audaz doble espía –pues sirviendo al Reino Unido logró hacerse captar por él espionaje alemán– era biznieta de Vicente Martínez Ybor, por lo que tenía un vínculo ancestral con la ciudad de    Tampa.
     La primera alusión a Elvira la encuentro en un libro publicado en Perú, en 2014, con el título Los secretos de Elvira, donde su autor, Hugo Coya, exalta su figura como la de una peruana que hizo una contribución relevante al triunfo sobre el fascismo. Con las facilidades tecnológicas de nuestro tiempo, adquiero el libro digital en Amazon. A su vez, encuentro el email del autor, le escribo y enseguida estamos en comunicación.
  Aunque el libro de Coya ahonda en la apasionante biografía de Elvira, en el plano familiar la mayor información corresponde a la línea paterna, pues es hija de un importante diplomático peruano, Edmundo de la Fuente, quien contrae matrimonio en París con Dolores Martínez (Lola) en el año 1910.
Elvira de la Fuente Martínez
  El autor ubica la ascendencia materna de su protagonista en una familia que hizo fortuna en la industria del tabaco en Tampa y Cayo Hueso, mencionando a la figura de Vicente Martínez Ybor. Es exhaustiva la investigación seguida por el escritor peruano, cuyo interés primario fue destacar el papel jugado en la Segunda Guerra Mundial por una mujer que emergió a la luz pública hace pocos años, cuando el gobierno inglés desclasificó documentos sobre sus redes de espionaje durante ese tiempo.  En ellos, Elvira aparece con los  apellidos de la Fuente Chaudoir y nacionalidad peruana, inspirando al autor a una rigurosa búsqueda en fuentes escritas y orales.
  Al iniciarse la terrible conflagración bélica y las tropas hitlerianas ocupar la capital francesa, Elvira, quien mantenía el apellido de casada por su matrimonio con  el belga Jean Chaudoir, de quien se había divorciado, se fue a Londres con una amiga, donde siguió la vida de casinos, salones de alcurnia, lujos y pasiones, llamando la atención por la belleza y altiva defensa de su individualidad.
 En esas circunstancias, un alto agente del espionaje inglés, atraído por esas cualidades, vio en ella a un agente perfecto para el servicio que entonces requería el Reino Unido para enfrentar el peligro inminente de la agresión alemana. No se equivocó. Fue captada por Claude Dansey, jefe adjunto del Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) y experto en reclutar agentes, quien le ofreció un generoso sueldo por sus servicios como espía al servicio de los intereses británicos. Con el nombre de Bronx, o Cyril, la enviaron a Francia, con el objetivo de dejarse captar por el espionaje alemán, lo que hizo a la perfección, jugando un papel de doble agente que le permitió desinformar al mando hitleriano.
  Hay por lo menos dos acontecimientos en los que  fue vital el trabajo de Elvira: desviar un posible ataque químico alemán sobre Londres, haciendo creer a los germanos que la capital inglesa respondería con un arma química superior, en realidad inexistente, pero que contuvo el intento hitleriano.
  En segundo lugar, hubo un hecho que resultó decisivo en el ­desembarco de las tropas aliadas por Normandía y que es conocido como el Día D. Hay un libro interesante sobre ese acontecimiento, del escritor francés Ben Macintyre –La historia secreta del Día D, subtitulado La verdad sobre los superespías   que engañaron a Hitler (2012)– donde el autor destaca el nombre de Elvira Chaudoir entre los cinco espías que lograron hacer creer al mando alemán que el esperado desembarco de los aliados se produciría por otro lugar. El propio Hitler llegó a  estar convencido de que sería por el Paso de Calais,  en el noreste francés, guiado por los informes  de los espías. El autor antes aludido afirmó en el prólogo a su libro: “Los espías del Día D no eran guerreros tradicionales. Ninguno llevaba armas, y sin embargo los soldados que sí las llevaban tenían con los espías una enorme e inconsciente deuda cuando asaltaron las playas de Normandía en junio de 1944”.
  Terminada la Segunda Guerra Mundial, los padres de Elvira se radicaron en España. La madre, Dolores Martínez Ybor, fue una de las hijas de Eduardo, fruto del primer matrimonio de Don Vicente con Bernarda Learas.  Junto con el padre, Eduardo fundó en Cayo Hueso “Ybor and Company” y después  radicó en Nueva York, atendiendo allí la expansión de la empresa.
  En ese tiempo nació Dolores, en Nueva York, en 1881.  Su padre murió en 1892, cuatro años antes que Don Vicente. Siendo joven, se fue a vivir a Francia, cuando la fortuna de la familia había disminuído y algunos de sus miembros  regresaron a Cuba,  finalizada la Guerra de Independencia.  En París conoció a Edmundo de la Fuente, diplomático peruano de muy buena posición económica. Del matrimonio nacieron dos hijas, Elvira y Dolores (Lolita).  Dolores murió en España, en 1957.
  Elvira, quien había perdido con la guerra el brillo de la juventud y la posición económica que le había permitido disfrutar de un París que, como dijo ­Hemingway, “era una fiesta”,   se fue a vivir, desconocida y sin riquezas, a una casa frente al mar, en un pequeño pueblo del sur de Francia llamado Beaulieu-sur-Mer. Allí abrió una tienda para vender objetos de regalos y encontró, en una mujer mucho más joven, la compañía de sus últimos años. Murió el 26 de enero de1995,  sin dejar descendencia.
  Esta mujer, atrevida, valiente, dispuesta a ser feliz por encima de los patrones que la familia y la sociedad de su tiempo imponían, debió oír más de una vez a la madre hablar de los tiempos gloriosos en que el abuelo levantó una fortuna en un pueblo de Florida al que legó su nombre: Ybor City. Ese orgullo de sangre debió acompañarla en los días difíciles de la guerra, cuando su vida dependió de hacerse creer. Y, ya en la paz,  al recordar que había incluido su nombre en el empeño más grande que en su tiempo tuvo la humanidad: derrocar al fascismo.




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