viernes, 10 de agosto de 2018

Ceremonia de graduación en la Universidad del Sur de la Florida


En la mañana del sábado pasado, 4 de agosto de 2018, tuve la enorme satisfacción de asistir a la ceremonia de graduación realizada en la Universidad del Sur de la Florida (USF), donde 850 estudiantes de diversas especialidades se reunieron en la espacioso instalación que ha sido hogar de sus equipos de baloncesto y voleibol, para recibir el ansiado diploma que acredita a cada uno de ellos con un título universitario.
No asistí al emotivo encuentro en nombre de la prensa, ni esgrimí credenciales de periodista para acercarme a la tarima a indagar por los detalles del evento, sino como padre de uno de los graduados. Con ello, disfruté desde mi asiento la panorámica total del acto, liberando la mente de cualquier compromiso que desviara el cauce natural de la emoción.
  La primera impresión que me sorprendió justificó el contratiempo para llegar, calibrando la masividad del encuentro: filas extensas de conductores pugnando por alcanzar la flecha en verde hacia la izquierda –en la intersección de las calles Fowler y Leroy Collins–, para llegar a tiempo a la convocatoria. Alcanzado un  sitio de parqueo casi de milagro, caminamos hacia la dirección indicada entre filas de personas que sonreían continuamente al privilegio de estar allí.

  Finalmente, llegué a uno de los diez mil quinientos asientos de la instalación, en el  tercer piso, junto a mi esposa, un hijo, una nieta, una nuera y una sobrina sentimental, es decir, mi familia. Si uso el posesivo –mi familia– es porque el núcleo duro de este reportaje lo quiero dirigir al significado que para la célula básica de la sociedad humana reviste un acto de esta naturaleza.
  Para llegar a la cita no anoté el edificio con su reciente nombre –Yuenling Center– sino Sun Dome, como todos le dicen aún. Ello me remitió involuntariamente al domus de los romanos, como si la asociación de palabras pudiera explicarme el peso de la familia en la celebración, recordando que para aquella civilización antigua este nombre no sólo identificaba un modelo de casa, pues incluía el patrimonio familiar y su implicación hereditaria. Ahora,  el amplio coliseo donde más de 800 estudiantes se alinearon en  tres bloques, luciendo el uniforme de graduados,  estaba escoltado por un ruedo de tres pisos donde miles de familiares contenían las  ansias esperando el pronunciamiento de su apellido. En el instante en que ese anhelo se convierte en realidad, mientras el joven recibe el certificado, el estallido del aplauso identifica la esquina donde está su familia, en cuyas voces y gestualidad se adivina la multiculturalidad que nos distingue y engrandece.
  Al pasear la vista por el enorme redondel, donde la alegría es uniforme, llama la atención la diversidad étnica y cultural congregada, como prueba de que alcanzaban un título universitario no sólo estadounidenses de diversa composición étnica, sino muchos procedentes de África, Hispanoamérica, Asia, Europa, en quienes, más allá del estatus social y económico, determinó la titulación el esfuerzo y talento con que se propusieron alcanzar esa meta.
  Sin negar las ventajas de quienes tienen un respaldo económico familiar más alto a la hora de matricularse en la universidad, quiero expresar la vivencia personal que me permite afirmar que las universidades en este país están abiertas a quienes se propongan llegar a ellas. El hijo, a quien fui  a acompañar en su graduación, pertenece a una familia inmigrante cuyos ingresos son limitados. Sin embargo, solicitó financiamiento  que le facilitó ir matriculando las asignaturas requeridas para la especialidad de Sicología, favorecidos semestre tras semestre con las buenas notas presentadas, lo que le ha permitido graduarse sin deudas. De hecho, durante los años en que ha asistido a la universidad, ha combinado el estudio y el trabajo para satisfacer sus necesidades. Sin una exigencia doctrinal detrás que le proclamara las ventajas de esta compaginación, el valor formativo de su experiencia es el mejor aval al mundo profesional que ha  de recorrer.
  Está bien que de la casa de familia, donde comienza la educación, vengan  los padres a la Casa de Altos Estudios, donde culminaron sus hijos el aprendizaje académico, a celebrar juntos la hermosa conquista que beneficia a  la sociedad.
  Con experiencias diferentes, tan ricas como sus procedencias, gustos, propósitos, en todo ese abanico cultural que tiene de común  el latido humano, esos centenares de estudiantes que ahora se graduaron en la Universidad del Sur de la Florida –como los miles que egresaron en otras– enriquecen a la persona, a la familia y hacen mejor el mundo en que vivimos.
  ¡Felicidades, magníficos jóvenes, por su graduación!




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