En la
mañana del sábado pasado, 4 de agosto de 2018, tuve la enorme satisfacción de
asistir a la ceremonia de graduación realizada en la Universidad del Sur de la
Florida (USF), donde 850 estudiantes de diversas especialidades se reunieron en
la espacioso instalación que ha sido hogar de sus equipos de baloncesto y
voleibol, para recibir el ansiado diploma que acredita a cada uno de ellos con
un título universitario.
No asistí
al emotivo encuentro en nombre de la prensa, ni esgrimí credenciales de
periodista para acercarme a la tarima a indagar por los detalles del evento,
sino como padre de uno de los graduados. Con ello, disfruté desde mi asiento la
panorámica total del acto, liberando la mente
de cualquier compromiso que desviara el cauce natural de la emoción.
La primera impresión que me
sorprendió justificó el contratiempo para llegar, calibrando la masividad del
encuentro: filas extensas de conductores pugnando por alcanzar la flecha en verde
hacia la izquierda –en la intersección de las calles Fowler y Leroy Collins–,
para llegar a tiempo a la convocatoria. Alcanzado un sitio de parqueo casi de milagro, caminamos
hacia la dirección indicada entre filas de personas que sonreían continuamente
al privilegio de estar allí.
Finalmente, llegué a uno de
los diez mil quinientos asientos de la instalación, en el tercer piso, junto a mi esposa, un hijo, una
nieta, una nuera y una sobrina sentimental, es decir, mi familia. Si uso el
posesivo –mi familia– es porque el núcleo duro de este reportaje lo quiero
dirigir al significado que para la célula básica de la sociedad humana reviste
un acto de esta naturaleza.
Para llegar a la cita no anoté
el edificio con su reciente nombre –Yuenling Center– sino Sun Dome, como todos
le dicen aún. Ello me remitió involuntariamente al domus de los romanos, como
si la asociación de palabras pudiera explicarme el peso de la familia en la
celebración, recordando que para aquella civilización antigua este nombre no sólo
identificaba un modelo de casa, pues incluía el patrimonio familiar y su
implicación hereditaria. Ahora, el
amplio coliseo donde más de 800 estudiantes se alinearon en tres bloques, luciendo el uniforme de
graduados, estaba escoltado por un ruedo
de tres pisos donde miles de familiares contenían las ansias esperando el pronunciamiento de su
apellido. En el instante en que ese anhelo se convierte en realidad, mientras
el joven recibe el certificado, el estallido del aplauso identifica la esquina
donde está su familia, en cuyas voces y gestualidad se adivina la
multiculturalidad que nos distingue y engrandece.
Al pasear la vista por el
enorme redondel, donde la alegría es uniforme, llama la atención la diversidad
étnica y cultural congregada, como prueba de que alcanzaban un título
universitario no sólo estadounidenses de diversa composición étnica, sino
muchos procedentes de África, Hispanoamérica, Asia, Europa, en quienes, más
allá del estatus social y económico, determinó la titulación el esfuerzo y talento
con que se propusieron alcanzar esa meta.
Sin negar las ventajas de
quienes tienen un respaldo económico familiar más alto a la hora de
matricularse en la universidad, quiero expresar la vivencia personal que me
permite afirmar que las universidades en este país están abiertas a quienes se
propongan llegar a ellas. El hijo, a quien fui
a acompañar en su graduación, pertenece a una familia inmigrante cuyos
ingresos son limitados. Sin embargo, solicitó financiamiento que le facilitó ir matriculando las
asignaturas requeridas para la especialidad de Sicología, favorecidos semestre
tras semestre con las buenas notas presentadas, lo que le ha permitido
graduarse sin deudas. De hecho, durante los años en que ha asistido a la
universidad, ha combinado el estudio y el trabajo para satisfacer sus
necesidades. Sin una exigencia doctrinal detrás que le proclamara las ventajas
de esta compaginación, el valor formativo de su experiencia es el mejor aval al
mundo profesional que ha de recorrer.
Está bien que de la casa de
familia, donde comienza la educación, vengan
los padres a la Casa de Altos Estudios, donde culminaron sus hijos el
aprendizaje académico, a celebrar juntos la hermosa conquista que beneficia a la sociedad.
Con experiencias diferentes,
tan ricas como sus procedencias, gustos, propósitos, en todo ese abanico
cultural que tiene de común el latido
humano, esos centenares de estudiantes que ahora se graduaron en la Universidad
del Sur de la Florida –como los miles que egresaron en otras– enriquecen a la
persona, a la familia y hacen mejor el mundo en que vivimos.
¡Felicidades, magníficos
jóvenes, por su graduación!
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