En el marco de celebración del
segundo centenario de Vicente Martínez Ybor (1818-2018) –entre cuyos actos se
destacó el celebrado en el Museo de Ybor City el pasado 7 de septiembre–, es oportuno recordar a los grandes paladines
que le acompañaron en la obra de crear una ciudad nueva, en la que no sólo se
destaca el vigor económico que le imprimió la industria tabacalera, sino la
fundación de escuelas, mercados, hospitales, iglesias, teatros y toda la superestructura que requiere un núcleo urbano moderno.
En ese
empeño, un reconocimiento hay que hacer a quien tuvo el privilegio de medir,
diseñar, encuadrar y decidir el rumbo de sus calles y edificaciones. En lo que
iba a ser Ybor City, ese mérito corresponde a Gabino Gutiérrez, un
español, hijo de Cantabria, que es el
primero en indicar a su amigo Vicente que existía un espléndido lugar en
Florida donde trasladar su fábrica de tabacos.
Un día de 1885 llega Gabino a Cayo Hueso, frustrado
por no haber encontrado alrededor de la bahía de Tampa las bendiciones que para
el cultivo de la guayaba esperaba, según le había dicho su amigo Bernardino
Gargol, quien dirigía en Nueva York una empresa dedicada a la producción de
jalea y dulces de esa exquisita fruta. Antes de regresar a Nueva York, lugar en
que vivía, decidió visitar al cercano Cayo Hueso, donde, entre otros amigos,
residía Martínez Ybor.
En ese tiempo
el ingeniero civil Gabino Gutiérrez tenía 36 años. Nació en 1849 en San Vicente de Barquera, en las cercanías
del Mar Cantábrico, pero al hacerse
joven, como tantos de su generación española, atravesó el Atlántico y
desembarcó en la más grande de las Antillas, todavía fiel a la corona española.
En Cuba vivió
poco tiempo, pues al estallar la Guerra de los Diez Años, él entonces con 20,
se embarca hacia Nueva York. Es allí donde completa sus estudios y se convierte
en ingeniero civil, además de corredor e importador de productos españoles, lo
que lo conecta a la amistad con Gargol.
Cuando llega Gabino a saludar a su amigo Vicente en
Cayo Hueso, quiso el azar que allí estuviera también Ignacio Haya, otro español
que tenía su fábrica de tabacos en Nueva York. Ambos industriales estaban
buscando opciones para relocalizar sus fábricas, azotadas entonces por
movimientos huelguísticos y, en el caso del dueño del Príncipe de Gales,
también a riesgo de incendios en sus edificios de madera.
Por eso los dos industriales oyeron con tanta
atención lo que les contó el joven santanderino: que alrededor de la bahía
de Tampa había visto áreas de tierras
hermosas, que hasta allí estaba llegando el ferrocarril gracias a la obra de
Henry Plant, quien estaba, a su vez, creando la infraestructura del puerto
donde sería muy cómodo y rápido viajar desde Cuba y el Cayo, pero que, además,
había una temperatura muy agradable –un clima como el de Cuba, dijo–, sin los
crudos inviernos del norte y que, seguramente, era el lugar ideal para la
fabricación de tabacos.
El entusiasmo que Gabino prendió en Martínez Ybor y
en Haya fue tanto, que enseguida se embarcaron hacia la imponente bahía, donde
llegaron acompañados del entusiasta ingeniero.
Una vez compradas las primeras tierras en Tampa, en
octubre de 1885, comenzó la fiebre de la edificación. Naturalmente, al
ingeniero civil le correspondió el trazado de las primeras calles,
decidiéndose porque éstas fueran de
norte a sur y las avenidas de este a oeste.
Así comenzó Ibor City, donde Gabino Gutiérrez
también construyó su casa y trajo a vivir a su familia, participando del fulgor
inicial de la ciudad que él comenzó a construir. Aquí tuvo a su hijo Gavino y a
sus hijas Aurora y Petronila.
Hacia la década de 1890, la población de Tampa
creció considerablemente, gracias a la atracción de mano de obra para la
industria tabacalera. Entre sus nuevos pobladores, cientos procedían de España,
lo que determinó la necesidad de un cónsul de ese país en la ciudad. A Gabino
Gutiérrez le correspondió, también, ser el primer representante diplomático de
su país de origen en la ciudad floridana más resplandeciente de su tiempo.
Gabino Gutiérrez es una de las grandes
personalidades que vivió en Ybor City a fines del siglo XIX. Su residencia
estuvo en 1603 Este y 7.ª Avenida y en
parte de su propiedad se fundó el Centro Español. En este lugar vivió
sus mejores años, sus triunfos y alegrías.
Con 69 años, al sentir amenazada su salud, la
nostalgia lo hizo regresar a la tierra de la niñez. Un año después, en 1919,
cerró los ojos en el San Vicente de la Barquera que lo vio nacer, pero casi
cien años después Tampa lo recuerda, porque de ella aquel padre fundador es
también un Hijo.
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