jueves, 7 de mayo de 2020

De la “gripe española” al Covid-19


    Es famosa la frase bíblica del rey  Salomón: “No hay nada nuevo bajo el sol”. El tercer y último monarca del reino unido de Israel construía  una metáfora para significar la repetición de los sucesos en la historia y, a su vez, extraerle provecho a sus enseñanzas.
Ahora, cuando la humanidad es golpeada por el efecto de un virus que ha trastocado de un día para otro las normas sociales con que concebimos la vida, memorizar cómo se enfrentó un hecho semejante del pasado, no es un acto infructuoso.
Varios medios de prensa se han referido en estos días a la llamada “gripe española” que, hace justamente un siglo, contabilizó millones de muertos en el planeta. Aunque las cifras varían en las publicaciones, el número de fallecidos fue superior a los 50 millones y muchas fuentes afirman que desapareció entre un 3 y un 6% de la población mundial. Se cree que sólo en las primeras 25 semanas, aquella pandemia que se expandió entre 1918 y 1920 exterminó a 25 millones de personas.
Las mascarillas de un siglo atrás, para protegerse de la "gripe española".
Aunque aquel virus no nació en España –se conoce como “gripe española” porque fue la prensa de allí quien lo dio a conocer–, ese país fue uno de los más afectados, pues reportó más de 200 mil fallecidos y más de 8 millones de contagiados. En China fue letal y se cree que perecieron alrededor de 30 millones de personas y diezmó a un 35% de sus soldados.
En Estados Unidos, que es donde se conoció el primer caso –un cocinero del ejército, en Kansas– murió más de medio millón de personas. Cuando la epidemia comenzó a extenderse en campamentos militares estadounidenses, muchos advirtieron al presidente ­Woodrow Wilson sobre el peligro epidemiológico que provocaría el traslado de tropas a Europa, pero se concluyó que esa noticia podría beneficiar a la entonces Triple Alianza –Alemania, Austria-Hungría e Italia–, derrotada aquel  mismo año. Hacia mediados de 1918, cientos de miles de soldados estadounidenses desembarcaron en Europa y muchos  de ellos eran portadores del virus. Así, la gripe fue pasando rápidamente hacia Francia,  Inglaterra, Italia y España, que siendo un país neutral no se vio obligado a ocultarla a la prensa.
De manera que la primera enseñanza tiene que ver con la movilidad, sea esta militar o civil. Por mucho trabajo que nos cueste cumplir con la consigna de “quedarse en casa”, sabemos que es la única vía de detener la expansión del contagio, mientras no exista una vacuna que nos inmunice contra el virus.
Aquel desastre se produjo cuando estaba concluyendo la Primera Guerra Mundial y aunque no es considerada un efecto de la misma, está claro que contribuyó a extenderla por el mundo, con los permanentes movimientos intercontinentales de las tropas.
En América Latina, los países que más muertos reportaron fueron Colombia, Venezuela y Argentina, con miles de casos en cada uno de ellos. En la India las víctimas mortales sobrepasaron el millón de personas, al igual que en el continente africano. Aunque las cifras informadas son sobrecogedoras, si tenemos en cuenta la endeblez de los servicios sanitarios de la época, la falta de comunicaciones y de datos fidedignos en extensos territorios, seguramente la mortalidad causada por aquella enfermedad –registrada como influenza A del subtipo H1N1– fue extraordinariamente mayor.
En aquel momento, Tampa fue tremendamente afectada y particularmente Ybor City y West Tampa, pues el virus encontró en las fábricas de tabaco un lugar idóneo a la propagación del virus, por la aglomeración de obreros en las salas de trabajo, la ­endeblez del sistema sanitario y la falta de medidas enérgicas para aislar a las personas. En esos días, miles de tampeños enfermaron y muchos fallecieron. Los hospitales no eran suficientes y hubo que crear nuevos en medio de la pandemia, como uno que se improvisó en el parqueo de Tampa Electric y otro de carpas en en el patio de Hillsborough High School. Asimismo, a través de la Cruz Roja, decenas de mujeres de la ciudad se ofrecieron como enfermeras, un ejemplo de solidaridad que hoy vemos repetirse.
Para enfrentar la pandemia de 1918-1920 no hubo vacuna. Hubo que esperar más de diez años para iniciar los estudios que la hicieron posible, lo que vino a ocurrir en la década de 1940, ya frente a otra Guerra Mundial. Ojalá y esta vez, cuando se perfila una propaganda contra China por atribuírsele responsabilidad en el origen del Covid-19 –de factura más política que científica–, no sea una nueva  guerra el ­desenlace de esta crisis, pues provocaría más muertes y sufrimientos que el virus.
Hoy la humanidad está más capacitada para enfrentar un virus que en 1918, por el avance de la ciencia y la rapidez en estudiar y encontrar soluciones ante esta amenaza, pero es útil mirar lo positivo y negativo que se hizo ante un hecho semejante y de él aprender.
Como en  1918, hoy se han derivado interpretaciones e información falsa sobre la pandemia y las más dañinas proceden de quienes aprovechan la lucha contra el virus para sus aspiraciones políticas. Si la que entonces llamaron “gripe española” también fue bautizada como “enfermedad bolchevique” o “plaga alemana”, hoy oímos llamar “virus chino” al mal que nos azota. De la historia se aprende, pero también se desaprende. Pero son los que aprenden quienes la impulsan adelante.






No hay comentarios:

Publicar un comentario