miércoles, 6 de mayo de 2020

Richard Muga: el fracaso no es una opción (entrevista)


Publicar una entrevista con el abogado Richard Muga en La Gaceta, el año en que arriba a los 80 de edad, es un imprescindible homenaje a quien ha dedicado una larga vida al servicio de nuestra comunidad, especialmente desde su profesión de abogado. Asimismo, nos honra dedicar un espacio a quien ha estado vinculado a esta publicación  durante décadas, desde su temprana amistad con Roland Manteiga hasta la actualidad, en que escribe una columna para sus páginas. 
La historia de un hombre que llegó adolescente a EE.UU. y con su esfuerzo se convirtió en un prestigioso abogado, es un ejemplo para los jóvenes que hoy se enfrentan a sus propias aspiraciones.  Pero será mejor que este cubano-tampeño, inteligente, perseverante y bondadoso, nos hable de él.

¿Cuáles son los recuerdos más vívidos de su niñez en el pueblo de Morón, Cuba?

Morón en mis recuerdos es un pueblo alegre, con rica agricultura y grandes  campos de caña e ingenios azucareros. Tambien tengo recuerdos de mi familia y los viajes anuales a la playa de Las Tinajas, donde teníamos una casa.

¿Qué circunstancias  determinaron que usted, con 15 años,  llegara a Estados Unidos en 1955?

Yo pasé al Instituto de segunda enseñanza con un año de adelanto, a través de un examen de admisión. Después de los primeros cursos comenzaron los paros de clases, debido a los altercados revolucionarias que comenzaban. Los apagones de luces, las amenazas de tiroteos, de lanzar veneno por el aire acondicionado de los cines, crearon un ambiente que me hizo pensar que nunca podría terminar mi educación en Cuba.


¿Cómo fueron los primeros años en Estados Unidos?

Unos amigos de mi familia, Harry y Kitty Hutson, habían comenzado una empresa de cultivo de  arroz en la región. Después de escucharlos hablar sobre este país, decidí que mi futuro estaba aquí. Traté de convencer a mi familia y al principio se negaron a darme el permiso. Pero había un estadounidense –Frank Gil– que tenía negocios con Cuba y era bien conocido por mi tío, el Dr. José (Pepe) Pardo Jiménez, entonces senador y ministro de Obras Públicas. Cuando la esposa de mi tío hizo una visita a Tampa en compañía de Frank y su esposa, me dejaron venir con ellos con la idea de matricularme en un colegio en Tampa por un semestre.
Viajamos en camioneta hasta La Habana, donde tomamos un ferry que nos condujo a Key West. De allí seguimos a Tampa. Aquí pasé mis primeras noches en el Hotel Tahitian Inn, en compañía de mi tía.
Después de la partida de mi tía, el señor Gil me llevó a un edifico de apartamentos en la Calle 16  y la 8.ª Avenida, frente al restaurante “Los Helados de Ybor”. En ese triste cuarto sentí miedo y soledad. Pero después de un tiempo, el seňor Gil me encontró una habitación en una casa de familia en West Tampa. Fui inscrito en Washington Junior High School y comencé mis primeras clases, aprendiendo el inglés rápidamente.
En Washington Jr. High conocí muchachos que me ayudaron a insertarme en la cultura estadounidense. Tres de ellos fueron Manuel Gutiérrez, Arnold Romero y Ralph Rodríguez. En 1956 tuve mi primer empleo, en La Gaceta.
Durante mis primeros meses en EE.UU. recibía un cheque de mi madre de 65 dólares. Eso era suficiente para pagar el alquiler. Por necesidad, hice varios trabajos como limpiar establos de caballos, vender estiércol para abono o repartir periódicos. Con ello conseguía los fondos necesarios para pagar el pasaje en autobús de West Tampa a Washington y Jefferson y no tener que caminar de Abdela y Gómez hasta Columbus Drive y ­Nebraska,  o a Columbus Drive y  Highland Avenue.
Me mudé varias veces durante el año 1957, después de comenzar mis estudios en Jefferson High School. Gracias a mi amigo Dennis Walker (QEPD) obtuve empleo en la Funeraria A. P. Boza en septiembre de 1957. La bondad de Jerry Boza fue extraordinaria. No sólo me ofreció trabajo y alojo en la funeraria localizada en la calle Albany, sino también residencia permanente cuando esta abrió la capilla en la Avenida  Nebraska. Esa fue mi residencia hasta el día de mi boda, el 4 de marzo  de  1962.
Los primeros meses en la funeraria tuve que dormir en una silla de patios. Pero bueno, tenía un colchoncito y se estiraba suficientemente para poderme acomodar. Yo, como otros empleados de Boza, también proveía servicios de emergencia de ambulancias.
Jerry Boza facilitó mi residencia permanente en este país. Viajé a Cuba en 1959, después de la toma de poder por Castro. Durante el proceso de embarcar en el aeropuerto, me registraron varias veces. Las autoridades pararon el avión, me bajaron y de nuevo me registraron, pues tengo el mismo nombre de mi padre, el cual había sido sentenciado a 40 años en prisión política en la Isla de Pinos. Por un rato, pensé que me quedaría en Cuba.
De regreso a Tampa, Walter López, un amigo conocido desde que llegué a esta ciudad, me recomendó a la prestigiosa tienda de ropas Wolf Brothers, donde comencé a trabajar, aunque seguía viviendo en la funeraria. En esa tienda sobresalí como vendedor y me ascendieron a gerente del departamento de peletería en su nueva tienda de Clearwater. Después, cuando la compañía Florsheim me ofreció trabajo en las oficinas de Chicago, Mr. Harold Wolf me propuso una posición en el departamento de trajes, mucho más lucrativa. También, fui escogido por esta firma para servir como modelo de sus nuevos trajes y chaquetas, lo que me aportó más ganancias.
En el año 1970, a insistencia de mi esposa Sylvia, decidí comenzar mis estudios en la Universidad de Tampa. Sería una tarea imponente, pues en esos tiempos, después de la muerte de mi suegro, Al García, yo quedé encargado de la finca de la familia. Era una intensa labor que desempeñaba solo, donde se producían de cuatro a cinco mil pacas de heno y mantenía una manada de ganado en  más de 120 acres. Al mismo tiempo, continúe trabajando en Wolf Brother durante los fines de semana y por las noches en la licorería de la familia García. Gracias a Dios, me gradué de la Universidad de Tampa en dos años.
En enero del 1973, mi esposa, mi madre y nuestras dos hijas cargamos un tráiler con nuestras posesiones y nos marchamos para Houston Texas. Anteriormente, guiados por E. J. Salcines y su esposa Elsa, viajamos a Houston para ser matriculado en S.T. College of Law, obtener trabajo para mi esposa, un apartamento y escuela para las niñas. En esa ciudad permanecimos 28 meses, hasta graduarme en esa Universidad.

Graduarse en South Texas College of Law Houston debió ser el cumplimento de uno de sus grandes sueños. Descontando el talento, ¿cuánto esfuerzo y perseverancia hubo detrás de ese título?

El esfuerzo necesario para obtener mi Doctorado en Leyes fue enorme. A mi lado necesité el diccionario de términos legales. Muchos de los conceptos eran totalmente ajenos. Las horas necesarias para asimilar el material eran interminables. Durante mis últimos meses en Houston, trabajé como maestro substituto de grados menores. Fue una necesaria faena que causaba más tensión. Con el apoyo de mi esposa y de E. J. Salcines al fin pudimos obtener el título. Siempre nos recordamos de la frase que mi esposa y yo habíamos adoptado: “El fracaso no es una opción.” Nos mantuvimos con el salario de ella y lo poco que yo ganaba de maestro. Nunca pedimos préstamos escolares.
En su profesión de abogado, ¿cuáles han sido los momentos más difíciles para usted?

Los momentos más difíciles durante mis años de abogado fueron preparando juicios en el Departamento de Felonías de la Oficina del Fiscal en Tampa. Todavía más difícil fue empezar la práctica privada. De nuevo, gracias a varios jueces que me nombraron abogado de oficio para defender a indigentes, me mantuve a flote desde el principio. Gracias a Dios que mi negocio creció en Tampa, dirigiéndose en varias direcciones. Las áreas de lesiones personales, divorcios, al igual que cambios de clasificación de zonas para propiedades, resultaron ser lucrativas.  Después de varios años, decidí adquirir un edificio modesto en Plant City. Pensé que la población hispana en esa ciudad necesitaba un abogado que se comunicara en su propia lengua. Más tarde, junto con mi esposa, adquirimos dos edificios más, uno de ellos todavía lo ocupo con actividades de mi pequeño bufete.

¿Y los de mayor satisfacción?

La mayor satisfacción de mi profesión siempre ha sido ayudar a las personas que han sido maltratadas por injusticias a mano de otros individuos, o por el sistema legal. Representar a individuos condenados a muerte cuando sufrían enfermedades mentales o fueron acusados de crímenes que no cometieron, a víctimas de discriminación y aquellos que han sido afectados durante accidentes, me ha producido grandes satisfacciones. Con la ayuda de las oficinas del Sheriff, proveímos consultas legales gratis en varias iglesias en Wimauma, Plant City y otros sitios. Combatimos los incidentes de abuso doméstico, alertando a muchos acerca de que ese acto es considerado un crimen en las leyes de este país. Participé con algunos padres de la Iglesia Católica en las clases prematrimoniales, explicándoles a los futuros esposos sobre el comportamiento respetuoso que entre ambos exige la ley. También delineé las violaciones de las leyes Estatales envueltas en esas acciones.

¿Qué personalidades hispanas en la bahía de Tampa han sido más cercanas a usted?

Primero, E. J. Salcines. Sin su ayuda hoy no estuviera escribiendo estas palabras. Le agradezco a García S. por sus enseñanzas en la ganadería y el trabajo de agricultura. Roland Manteiga, mi amigo desde 1955, me facilitó el primer trabajo en este país y recomendó mi nombre al Gobernador para que yo fuera nombrado miembro de la Comisión de Regulación del Medio Ambiente del Estado de Florida. Reconozco también a Manuel López Sr. (QEPD), Robert (Bobby) Diez (QEPD), los cuales me ofrecieron guías y ayuda en el mantenimiento y crianza del ganado. Son muchos más los que cuento como amigos.

¿Cómo ve hoy la ciudad de Tampa, si la compara con la de unas décadas atrás?

Veo la ciudad de Tampa muy diferente. Las amistades se han distanciado, la juventud no parece tener el entusiasmo de mantener la cercanía con la familia. El carácter de la sociedad, con el crecimiento, ha generado más crimen. El uso de drogas está destruyendo una generación completa.

He oído anécdotas –especialmente a la abogada Yahima Hernández– sobre la atención que usted brinda a inmigrantes hispanos en Plan City, incluidos servicios gratuitos a los más necesitados.

En el presente, proveo servicios gratis que incluyen notaría, matrimonios, traducción de documentos y más. Si un cliente necesita ayuda en áreas especiales, les refiero a abogados especializados en la materia con los que mantengo relaciones por muchos años. De esa manera, estoy seguro de que serán tratados honesta y bondadosamente. Muchos de los trabajadores de la agricultura no saben leer ni escribir. Cuando reciben correspondencia oficial o que parece oficial les interpreto el documento y, en ciertos casos, he descubierto que se trata de un fraude para estafar a un pobre infeliz.

Sé que otra de sus pasiones es escribir y que ha dedicado un libro a las memorias de Palmetto ­Beach. ¿Qué le inspiró a escribir y publicar ese libro?

Mi esposa, Sylvia García Muga, nació en esa península. Su familia, padres, tía, abuelos, al igual que las de muchos conocidos se ubicaron allí. Mientras que mucho se ha escrito de Ybor City, nada encontré sobre  el vecindario de Palmetto Beach. Por esa razón, decidí escribir todo lo que descubrimos: las fotos viejas al igual que las anécdotas de los que todavía están vivos.

Ahora que ha llegado a los 80 años, ¿no cree que sería bueno escribir sus memorias?

Mis hijas y mi esposa me han insistido en que las escriba. Pero, francamente, no me considero tan importante.
-Muchas gracias.

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