jueves, 13 de agosto de 2020

Recordando a Ivan A. Schulman

 


Con el fallecimiento de Ivan A. Schulman el pasado 3 de agosto, perdimos físicamente al intelectual estadounidense que más aportes ha realizado al estudio de la obra de José Martí. De sus 89 años, dedicó más de sesenta a leer, estudiar, interpretar y explicar –a través de la palabra oral y escrita– los valores imperecederos de la literatura que nos legó uno de los más profundos y legítimos escritores americanos del siglo XIX.

   La vida intelectual de Schulman –quien nació en Nueva York en 1931–, discurrió entre la investigación y la enseñanza universitaria. Siendo estudiante, el profesor Manuel Pedro González lo puso en contacto con los textos martianos y más nunca se separó de ellos. La tesis de doctorado, tutoreada por el señalado preceptor, indicó el talento del joven y derivó en la publicación de un libro que hasta hoy no ha sido superado para entender los símbolos de la escritura martiana y encontrar en ella indicios fundadores del modernismo literario. Aquel libro, Símbolo y color en la obra de José Martí, cuya primera edición correspondió a Gredos, Madrid, en1960, ha sido una fuente imprescindible para los estudiosos sobre el Apóstol cubano.

Conversando con Ivan Sculman en la Universidad
de Tampa, en abril de 2016. Foto: Manuel Portales.

En un escrito que publiqué en esta columna hace más de tres años, comenté mi encuentro con esta obra, la oportunidad de conocer a su autor, merecer un ejemplar dedicado y su amistad. Nos conocimos en 2001, en un curso sobre José Martí organizado por él en la Universidad del Sur de la Florida (USF) y después nos encontramos en otras conferencias en torno al cubano universal. Me permito recordar, también, un viaje suyo a Baracoa, Cuba, donde pudimos conversar durante varias horas. Entonces él vivía en San Agustín y viajó a la Ciudad Primada de la Isla de Cuba a prestar un servicio humanitario relacionado con el apoyo de una iglesia cristiana a un proyecto cultural con jóvenes de aquella intrincada localidad. Yo fui a verlo desde Manzanillo –donde entonces vivía–, pues tuvo la gentileza de avisarme de su llegada allí.

Aunque desde entonces sostuvimos algún intercambio epistolar, no volvimos a encontrarnos hasta 2016, cuando, a pesar de su avanzada edad, asistió a un evento sobre José Martí organizado por la Universidad de Tampa y USF, donde pronunció una aplaudida conferencia e intervino con alto rigor académico en las ofrecidas por otros participantes. De aquellos días quedaron dos entrevistas que le hice, una para La Gaceta y otra, grabada, a la que se puede acceder a través de Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=v0a4VMizRxE). 

De ellas quiero rememorar  momentos de su vida y obra: “Mis proyectos más importantes fueron, y han sido la rectificación de la iniciación del modernismo, y la definición del concepto literario y cultural del modernismo en América y la importancia de Martí en la evolución de ese proyecto (…)Pero he escrito y publicado sobre muchos temas hispanoamericanos, desde la Colonia hasta lo contemporáneo, sobre figuras y temas de Cuba, México, Nicaragua, Argentina, Puerto Rico, Chile”, respondió, al ser interpelado sobre su quehacer investigativo y escritural.

Hablamos de sus libros: Símbolo y color… para él uno de los preferidos “porque representa el comienzo de mi carrera como investigador y porque la figura de Manuel Pedro Gónzalez está presente siempre cuando pienso en el libro”, pero también destacó a El Proyecto inconcluso, libro que “representa mis ideas maduras sobre el tema del modernismo y lo que significó para la historia literaria y cultural de Hispanoamérica”. Otros textos, como El modernismo hispanoamericano (1969), Martí, Darío y el modernismo (1974), Martí, Casals y el modernismo (1969) Nuevos asedios al modernismo (1987), así como la gran cantidad de artículos suyos dispersos en publicaciones españolas, hispanoamericanas y estadounidenses, fueron tocados en la conversación tangencialmente, dentro de los temas centrales que estuvieron siempre focalizados por el notable investigador.

Por él supimos de su vida: “Nací en Brooklyn, Nueva York, donde viví y estudié hasta cumplir tres años de estudios universitarios.  Después, en México, California, Missouri, Florida y Puerto Rico (…) De joven deseaba hacer estudios de medicina.  Pero, como mis padres eran de clase media baja, sin mucho dinero, y como me gustó el estudio de las lenguas extranjeras y la literatura, me decidí por una carrera de profesor universitario. La decisión de estudiar la cultura y la literatura hispana se debió al hecho de que gané una beca para terminar mis estudios subgraduados en la Universidad Nacional Autónoma de México”.

Habló de sus constantes viajes y de sus lugares preferidos: México, Cuba, Buenos Aires, Italia y Tailandia, aunque para vivir, el que más le gustó fue Nueva York; y aunque lo atribuyó a  “la actividad cultural de la ciudad”, seguramente el orgullo de ser hijo suyo pesó en la valoración.

Con relación a la predilección por expresiones artísticas, Schulman confesó ser bastante ecléctico y disfrutarlas todas, sin una “preferencia por una manifestación particular”. En cambio, la prioridad de la literatura y la historia era tan evidente en su obra que no requerían interrogación. A su vez, la distinción por sus alumnos, especialmente aquellos a quienes les sirvió de tutor en sus doctorados, ocuparon un espacio muy especial en su  atención. “Tengo discípulos regados por todo el mundo, incluyendo a Tampa”, dijo con una noble sonrisa, llena de sencillez y satisfacción.

Finalmente, Ivan se mostró preocupado por “lo que está pasando ahora en el mundo, sobre todo, el terrorismo y la violencia racial”. A pesar de ello, se mostró optimista: “Tengo fe en la humanidad.  Mi fe está relacionada con la visión martiana de un mundo de paz y alegría”, declaró, con la suave serenidad de su palabra, visiblemente amorosa.

Ahora nos falta la palabra lúcida y la sonrisa amigable de Ivan, pero nos queda para siempre en la amplia familia martiana y en cada una de las miles de líneas que escribió. En lo personal,  también guardo  su nombre en mi librito Domingos de tanta luz, con las palabras de introito que él le dedicó con tanta generosidad. Como en muchas de sus expresiones encontramos a Martí, al abrir sus libros los reencontramos juntos, alineados con los que aman y construyen, imperecederos guardianes de la dignidad humana.

Gabriel Cartaya, Tampa, 10 de agosto, 2020.

Publicado en La Gaceta, 8.14.20

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