viernes, 22 de abril de 2022

En el centenario de La Gaceta, un texto de Victoriano Manteiga (III)

 He venido revelando algunos escritos de gran valor histórico publicados por Victoriano Manteiga, como homenaje al centenario de La Gaceta, fundada por él en 1922. Esos textos, que corresponden a su columna “Chungas y no chungas”, forman parte de un libro en preparación, el que, además de rendir tributo al sagaz periodista, devela su visión sobre importantes acontecimientos de su tiempo.

El escrito que presentamos en el día de hoy corresponde al 28 de febrero de 1938. Se refiere a acontecimientos que ocurrieron hace más de 80 años y que las nuevas generaciones conocen por los libros e historias orales heredadas de sus padres y abuelos, con los diversos matices que la interpretación y la memoria siempre incorporan.

La figura de Fulgencio Batista, a la que alude Manteiga, es bien conocida por su protagonismo en la historia inmediatamente anterior a la Revolución Cubana, al convertirse en el Mandatario de la Isla a partir del golpe de estado que dirigió el 10 de marzo de 1952. Se sabe menos de cuando fue Presidente legítimo del país entre 1940 y 1944, una de las etapas más prósperas de la economía cubana durante la llamada República, si bien las ventajas que aprovechó, esencialmente con las ventas de azúcar, se relacionan con el alza de sus precios durante la Segunda Guerra Mundial.

Manteiga no se refiere en su “Chungas y no chungas” de ese día a ninguna de estas dos etapas, sino a la anterior a ellas, cuando emerge la figura de Batista a la vida política cubana y asciende, de la noche a la mañana, de un simple y desconocido sargento al General más encumbrado de la nación. Como el espacio es breve para detenerse en la complejidad de ese hecho, sólo voy a esbozar sus momentos principales.

El 4 de septiembre de 1933, se produjo un golpe militar contra el gobierno de Carlos Manuel de Céspedes de Quesada, quien había asumido la presidencia ante la caída de Gerardo Machado. El jefe del levantamiento militar era el sargento mayor Pablo Rodríguez, pero el más audaz fue el sargento taquígrafo Fulgencio Batista Zaldívar, quien se relacionó con los políticos que formaron el conocido como Gobierno de los Cien Días, dirigido por Grau San Martín. Entonces, el sargento se nombró a sí mismo Coronel y Jefe de las Fuerzas Armadas. A este tiempo alude Manteiga, cuando nos cuenta que lo conoció personalmente en el campamento de Columbia, algo que no sabíamos.

Desde entones hasta 1938 –fecha en que Manteiga escribe la nota que presentamos– Batista ejerce una gran influencia sobre los diferentes gobiernos que se sucedieron en Cuba, tanto que cuando el presidente Miguel Mariano Gómez se atrevió a contradecirlo, en 1936, fue sustituido por Federico Laredo Bru. Este gobernó hasta 1940, cuando fue sustituido por el propio Batista al ganar las elecciones de ese año. Pero es mucha historia para una página, así es que prefiero dejarles con la opinión de Victoriano Manteiga.

Fulgencio Batista (izq.), junto a Malin Craig –jefe del Estado Mayor  del Ejército 
de EE.UU.–, durante el vigésimo desfile  del Día del Armisticio, en 1938.

Chungas y no chungas, 28 de febrero de 1938 (fragmentos)

En Cuba no existe actualmente una verdadera democracia. Para que la democracia se establezca es necesario que el Coronel se retire a ser exclusivamente el jefe del ejército, a las órdenes del Presidente, no el Presidente a las órdenes del Coronel, no importa lo “bueno” que sea.

Y cuando el Presidente sea un verdadero Presidente, electo por la mayoría de los cubanos, no se llamará Miguel Mariano Gómez ni Laredo Bru.

La democracia pertenece al pueblo y el ejército tiene el deber de ampararla, no de mancillarla.

Batista, perdidos los estribos y endiosado por los adulones, diariamente repite: Yo soy el ESTADO.

Nosotros conocimos a Batista en el Círculo Militar de Columbia.  Fuimos a verlo en compañía del Dr. Ramiro Capablanca*, entonces secretario de la presidencia. Allí le encontramos con la camisa abierta, sin corbata, junto a un modesto escritorio. Nos dio la mano y se la estrechamos, aunque ya estábamos enterados de sus “contactos” con Jefferson Caffery.

Vimos en él, con el mayor respeto y con cierta emoción, al jefe del ejército popular, al ejército creado para respaldar las aspiraciones populares, no para imponer su voluntad al poder civil.

De aquel Batista de la camisa abierta, que no tenía tiempo para dormir, tenemos un grato recuerdo.

Para el Batista de ahora, el coronel de tono enfático, los uniformes vistosos, la veintena de medallas y condecoraciones, el que dicta órdenes a Laredo Bru, senadores, representantes, etc., no tenemos ni respeto ni estimación.

¡Cuba ama la democracia basada en la justicia y la libertad y aborrece la dictadura!

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*El doctor Ramiro Capablanca, hermano del ajedrecista José Raúl Capablanca, fue un político cubano. Fue amigo de Victoriano Manteiga, como consta en su correspondencia escrita, de la que se conserva una carta en La Gaceta.

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