viernes, 9 de junio de 2023

Miguel Ángel Asturias, el Premio Nobel de Literatura de Guatemala

 Cuando se alude al número de premios Nobel de literatura hispanoamericanos, generalmente en la conversación aparece el número seis, pues se fija con  mayor facilidad la cifra que el nombre de quienes lo han recibido. Sin embargo, cuando se inquiere por ellos, muchos mencionan a los más recientes: el peruano Mario Vargas LLosa (2010), el mexicano Octavio Paz (1990), el colombiano Gabriel García Márquez (1982). Pablo Neruda, chileno (1971), está siempre en la mente de quienes aman la poesía y su coterránea Gabriela Mistral (1945), por ser la primera en exhibir el prestigioso lauro.

Entonces, muchos interpelados se exprimen el cerebro buscando el número seis, a no ser que se trate de un especialista en literatura o de un guatemalteco con algunas páginas leídas. Por ello traemos a estas líneas, en el 49.° aniversario de su muerte, al escritor Miguel Ángel Asturias, quien al subir al podio sueco el 12 de diciembre de 1967, elevó por primera vez la novela hispanoamericana al reino del Premio Nobel. Aquel día inició el discurso de agradecimiento con las siguientes palabras:

La escritura de Asturias es fiel su palabra: "Toda obra,
cualquiera que sea, literaria, política, científica,
debe estar respaldada por una conducta".
 

“Mi  voz llegada de muy lejos, de mi Guatemala natal. Mi voz en el umbral de esta Academia. Es difícil entrar a formar parte de una familia. Y es fácil. Lo saben las estrellas. Las familias de antorchas luminosas. Entrar a formar parte de la familia Nobel”.

Esa voz, que en sus novelas expresó la realidad de su entorno continental, fue la de un poeta y escritor que entonces tenía cumplidos 68 años y publicado Hombres de maíz (1949), para muchos su mejor novela, pero también El señor Presidente (1946), que vino a ser la primera de un ciclo de narraciones en que desde la literatura se condenaba la figura política del dictador  latinoamericano: verbigracia,  El recurso del método (1974), de Alejo Carpentier; Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos; El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez, entre otras. En el caso de Asturias, su Señor Presidente es una condena al gobierno de Manuel Estrada Cabrera, que entre 1898 y 1920 ejerció un poder tiránico en Guatemala.

El propio Asturias, quien nació en Ciudad de Guatemala en 1899, sintió en su hogar la presión de la dictadura de Estrada, pues su padre, de ascendencia española y juez de profesión, perdió el empleo por defender a opositores del régimen. Entonces, la familia se trasladó a Baja Verapaz, donde los abuelos tenían una granja. Este hecho es importante en la vida del futuro escritor, pues le permite conocer a la población indígena de su país, de donde saldría después una de sus primeras obras: Leyendas de Guatemala (1930). Asimismo, tuvo tanta influencia en sus estudios que, al graduarse en La Universidad Nacional de Guatemala de abogado en 1923, su tesis fue titulada “El problema social del indio”.

Como estudiante universitario, Asturias integró el  movimiento revolucionario que generó profundas transformaciones en su país, tanto en el movimiento estudiantil como social, participando incluso en el levantamiento que destronó al gobierno de Estrada. En aquel movimiento, que se le conoce en su país como Generación del 20, él fue uno de los más activos participantes.

Ya recibido de abogado, Asturias viajó a Francia, matriculando Etnología en la Sorbona de Paris. Es la década de 1920 y el joven con vocación literaria se inserta en el movimiento surrealista que allí encabeza André Breton. En el círculo de escritores que le rodea, donde el cubano Alejo Carpentier es uno  de sus más cercanos amigos, su perfil profesional se adentra en la literatura. Aunque escribe poesía y prosa, sigue ahondando en la cultura maya, traduciendo en 1925 el libro sagrado Popol Vuc, obra a la que dedicó cuatro décadas de su vida. En la meca parisina, donde estuvo diez años, fundó la revista Nuevos Tiempos y publicó, en 1930, su obra  Leyendas de Guatemala, su primer libro.

En 1933, regresó a su país, donde continua su obra literaria, pero también ejerce como periodista y funda diversas revistas. A partir de 1946, durante el gobierno de Juan José Arévalo, ocupa diversos cargos diplomáticos que lo llevan a Argentina, Francia y otros países, pero en medio de esta ocupación sigue escribiendo, como apreciamos en sus libros Hombres de maíz, 1949; Viento fuerte, 1950;  El Papa verde, 1954; Los ojos de los enterrados, 1960; Mulata de tal, 1963 y otros. En ellos, Asturias introdujo muchas características del estilo modernista a la literatura hispanoamericana, haciendo originales aportes al uso de la antropología y la lingüística en ese campo. Por ello, es considerado uno de los precursores del boom que vivió la literatura latinoamericana en los años sesenta y de su famoso realismo mágico.

Pero no es un escritor que evade la realidad en que vive, por lo que participa activamente en la vida política de su país. Apoyó tanto al gobierno de Jacobo Arbez que, a su caída con el golpe de estado del coronel Castillo Armas en 1954, este no solo expulsó al escritor de su tierra, sino que también lo despojó de su ciudadanía. Se exilió en Argentina,  en Chile y después en Francia, donde recibió la noticia de haber ganado el Premio Nobel de Literatura de 1967, “por sus logros literarios vivos, fuertemente arraigados en los rasgos nacionales y las tradiciones de los pueblos indígenas de América Latina”. Al año siguiente, el nuevo gobierno guatemalteco, presidido por Julio César Méndez Montenegro, le devolvió la ciudadanía, nombrándolo su embajador en Francia.

Hoy, el Premio Nacional de Literatura de Guatemala lleva su nombre, al igual que el Teatro Nacional y diferentes instituciones de su patria. Es lo justo, porque Asturias   es uno de los guatemaltecos que más ha contribuido no solo a la literatura,  sino también a la reivindicación de la cultura indígena hispanoamericana y, desde ella, a la universal. Como él expresó, al recibir el Nobel: “La evasión es imposible. El hombre. Sus problemas. Un continente que habla. Y que fue escuchado en esta Academia. No nos pidáis genealogías, escuelas, tratados. Os traemos las probabilidades de un mundo”.

 

 

 

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