jueves, 26 de febrero de 2015

El último cumpleaños de José Martí

Por Gabriel Cartaya 

El lunes, 28 de enero de 1895, fue el último cumplea­ños de José Martí. Ese día cumplió 42 años y casi cua­tro meses después murió en el combate de Dos Ríos, en el oriente cubano. Entonces es­taba al despedirse para siem­pre de la ciudad de Nueva York.
En las circunstancias que rodearon esa fecha, es eviden­te que no estaba para fiestas. Vivía sus últimos días neo­yorquinos envuelto en una absoluta clandestinidad. Dos semanas atrás habían sido detenidas en el puerto flori­dano de Fernandina las 3 em­barcaciones que, cargadas de hombres y armamentos, de­bieron salir para Cuba a reini­ciar la guerra.
            Ocurrido el desastre, Mar­tí tuvo que regresar a Nueva York y llevaba dos semanas en esta ciudad, sin poder acercarse a la casa de Car­men Miyares, donde tenía su cuarto. Sabía que la agencia de detectives Pinkerton pa­gaba muy bien a sus agentes para seguirle el rastro, pues a pesar de la vista gorda de las autoridades estadounidenses hacia la actividad de los pa­triotas cubanos, la evidencia de tantas armas en la malo­grada expedición, violaba los tratados de neutralidad esta­blecidos con España.
Cuando llegó a la estación de ferrocarril de Nueva York procedente de Jacksonville, a Martí le buscaron protección en la casa del Dr. Ramón Mi­randa, situada en el número 349 de la Calle 46 Oeste. Mi­randa era el suegro de Gonzalo de Quesada y también médico y amigo de Martí. En su ho­gar desarrolló una febril labor de reorganización del plan para el estallido de la gue­rra en Cuba y escribió múl­tiples cartas, enviadas a Tampa, Cayo Hueso, Costa Rica, a Cuba, a todos los lugares donde se extendía el Partido Revolucionario Cubano.
Pero la mayor ansiedad de esos días fue esperar la respuesta de Juan Gual­berto Gómez, informando sobre las condiciones en la isla para el estallido de la guerra, requisito impres­cindible para cursar la or­den de alzamiento.En esas circunstancias amaneció el 28 de enero de 1895. Pero Nueva York era el “amor de ciudad grande”, como él la llamara en un poema. Aquí había vivido los 15 años más fecundos de su vida, desde su onomástico número 27 en 1880, acabado de llegar, hasta este último, casi al partir. Aquí pronunció inflamados discur­sos y escribió letras brillantes, de las que habla en otra página el sensible martiano Leonardo Venta, con fina agudeza.
Nueva York es la ciudad donde ha traído a quienes más ama, a que le acompañen: a Carmen, su esposa, con el hijo, las tres veces que intentó estabilizar su matrimonio, has­ta perderla definitivamente en 1891; a su padre, durante un año con él; a su madre, en el invierno de 1887.
En este lugar fue Cónsul de Argentina, Uruguay y Pa­raguay, representando a los pueblos de Nuestra América –concepto suyo– en importan­tes eventos continentales. Es la ciudad donde ocupa la presi­dencia de la Sociedad Literaria Hispanoamericana.
Carlos Ripoll, investigador de la obra martiana y seguidor de sus huellas en la moderna urbe, ha dicho: “No tuvo la ciu­dad de Nueva York en el siglo XIX cronista más ilustre y hon­rado que José Martí. Ni quizás toda la nación americana. Y hasta puede afirmarse que nin­gún extranjero dio nunca, en idioma alguno, una visión tan amplia y acertada como la que ofreció Martí”.Vicente Echerri, otro espe­cialista en el Apóstol cubano ha escrito: “Martí es el más neoyorquino de todos los pró­ceres de América y de todos los grandes escritores de habla hispana. Él fue también el gran cronista de esta ciudad”.
Restaurante Delmónico, donde Martí fue a comer
el día de su último cumpleaños.
El 28 de enero de 1895 había renunciado a todas las visiones de la ciudad crecien­te, a sus letras, responsabili­dades y afectos, ocultándose en la casa amiga hasta el mo­mento de partir. Pero no pudo renunciar a la tentación de una última mirada a las calles neo­yorkinas, cuando sus amigos le pidieron que, con toda discre­ción, les acompañara esa no­che de cumpleaños al Restau­rante Delmónico, en la Quinta Avenida y la Calle 26. 
Ellos sabían, presentían tal vez, que no volverían a tenerlo a su lado y quisieron sentarse a una buena mesa para de­searle felicidades y distraerlo un poco de las profundas pre­ocupaciones con que había su­frido las últimas dos semanas. En un lugar muy reservado del restaurante, le estuvieron protegiendo de cualquier cu­rioso, dos amigos al frente y uno a cada lado suyo, dicha que correspondió al Dr. Ra­món Luis Miranda, su sobrino Luis Rodolfo, su cuñado Gus­tavo Govín y su yerno Gonzalo de Quesada, de manera que la confianza se redujo a ese pequeño grupo familiar. Segu­ramente una botella de buen Chianti, tan del gusto del ho­menajeado, fue abierta para pronunciar un brindis silen­cioso por el gran hombre que estaba al despedirse.
Al día siguiente firmó, junto a Enrique Collazo y Mayía Rodríguez, la Or­den de Alzamiento. Gon­zalo de Quesada viajaría el sábado ulterior para Tampa, a ocultar el do­cumento en el tabaco que saldrá para Cuba.
Quién sabe si aquel refugio fue violado una vez más y si en alguna de esas últimas noches neo­yorkinas caminó hasta la Calle 57 Oeste, buscando el número 424. Allí podría abrazar a Carmen y sus hijas, dando a las niñas un beso paternal y prometien­do a la mujer que se cuidaría para volver a verla. Y una vez más mirar su cuarto, sus li­bros, sus papeles, sus escasas prendas de los últimos años. Pero el instinto no ha sido nunca una fuente probatoria, por muy humano que resulte preguntarle. De todos modos, es atractivo relacionar esta po­sibilidad con la carta que tres días después, desde el mar, hace a María Mantilla, apun­tando un “dolor de tu último beso”, que da la sensación de una despedida reciente.
Lo cierto es que la última no­che de Nueva York estuvo has­ta la madrugada escribiendo todas las cartas que saldrían –con fecha 30 de enero– hacia los destinatarios de su con­fianza. Entre ellas, claro, están las cartas para sus amigos de Tampa: Paulina Pedroso, Ra­món Rivero, Fernando Figuere­do. En la mañana helada de ese día, un coche cerrado lo espe­raba en la esquina de la calle. Gonzalo lo acompañó hasta el muelle, lo abrazó y lo vio subir resuelto al vapor Athos, donde lo esperaban Collazo, Mayía Rodríguez y Manuel Mantilla, quienes lo acompañarían hasta Santo Domingo.



2 comentarios:

  1. Excelente articulo. Felicidades por este nuevo blog

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  2. Excelete, pero..Me gustaría contactar con Cartaya. Existe otra versión sobre el último cumpleaños de José Martí en New York...en un artículo de internet , de un ex-museólogo de la Fragua Martiana..Regino...

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