Alberto Sicilia es un poeta cubano que hace tres años vino a radicar
en Tampa, una ciudad que entre los múltiples vínculos con Cuba incluye los
líricos, pues significativos bardos cubanos han vivido o visitado esta ciudad.
Entre ellos, primero hay que mencionar a José Martí, quien nos dejó imágenes
poéticas tan hermosas como aquella con que concluyó uno de sus discursos:
“Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la
luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco
negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos”. De Tampa
retornaba el poeta Bonifacio Byrne a Cuba cuando escribió: “Al volver de
distante ribera/ con el alma enlutada y sombría/ afanoso busqué mi bandera/ y
otra he visto además de la mía”. Aquí han vivido decenas de poetas cubanos y entre los que hoy reciben a las
musas al anclar en su hermosa bahía está Alberto Sicilia, quien seguramente las
atiende con devoción.
El poeta entró a la ciudad con varios libros suyos publicados, después
de adquirir premios importantes y atención favorable de la crítica, tanto en
Cuba como en otros países del continente. Llegó desde los caminos de Cabaiguán,
en el centro de la Isla, donde manejaba un camión verde que parecía más un
taller literario rodante que un carro de pasajeros, pero dejemos que él sea
quien nos cuente.
¿Eliges a Tampa para vivir o
los tantos amigos cabaiguanenses influyeron en tu decisión de radicarte aquí?
Tampa siempre ha sido un sitio muy cercano a los cubanos, desde
pequeño escuchaba las historias de los viejos tabaqueros de Cabaiguán. Fui
creciendo en el conocimiento y el amor a la figura de Martí. Mi bisabuela
paterna, Doña Evarista, fue mensajera de los mambises y, aunque la recuerdo en
cama de muy avanzada edad, supo trasmitir a sus descendientes esa historia real
que sólo saben contar los participantes. Antes de saber que llegaría a esta
hermosa bahía la había mencionado en mis poemas. Luego mi mejor amigo, Evelio Piñeiro,
emigró a Tampa con su esposa y dos hijos y antes de marchar me dijo: Alberto,
cuando quieras, habrá un lugar para ti allá. En cada visita reafirmaba su
intención de recibirme con el mismo afecto de siempre. Unos años después llegué
a Tampa y en la primera oportunidad visité Ybor City, los lugares que consagró
el Apóstol.
Tu primer libro, El camión verde, fue publicado por la Editorial
Letras Cubanas en 1994. ¿Qué significó para ti esa especie de reconocimiento
nacional a tu naciente obra, en una de las editoriales más importantes del país?
Era una etapa muy difícil. El libro llevaba un tiempo en la editorial
pero la escasez alejaba el momento de su publicación. Los textos de El camión
Verde son poemas de adolescencia y primera juventud. Son poemas de una
insana rebeldía. Letras Cubanas aprovecha un intercambio con intelectuales de
Argentina para rendir tributo a Martí y publicar una colección bajo el título
de “Los pinos nuevos”, en alusión al importante discurso de Martí en Tampa.
Todo es muy simbólico y los poetas de ese momento estábamos abriendo una brecha
en la madeja de cerrojos del panorama literario cubano. Ese reconocimiento y el
hecho de que apareciera bajo la aprobación de Eliseo Diego, Fina García Marruz
y Roberto Fernández Retamar fue definitivo en mi vida. De alguna manera era la
fusión de mi dos actividades por muchos años, conducir un camión por las
carreteras de Cuba y escribir la experiencia que encarnaba. Un ansia de
libertad en cada espacio entrevisto.
Otros libros tuyos –A favor de la roca, de 1998; Viajando al sur,
2006, y Miniatura con abismo, 2009– tienen años de distancia entre uno y otro.
¿Hay lapsos de tiempo sin escribir o sólo de publicar? Creo que ya corresponde otro libro, ¿está
preparado?
Hay mucha poesía escrita pero más poesia vivida, tiempo vivo en
poesía. A veces he dicho que tengo un enorme respeto por la palabra, creo que
es el mayor contaminante del presente y que puede ser salvadora en un momento
como el silencio lo es. El poema preciso es el que nace espontáneo del asombro
o de la sombra, se hace luz y es verbo. Puede encarnar. De Cuba vinieron unas
libras de poemas en mi equipaje, por suerte no pagué por ellas al llegar y
esperan junto a los irreverentes ‘bills’ para ser atendidos por su creador.
En una presentación a tu
libro Miniatura con abismo (2009), señaló Racso Pérez Morejón que se trata de
“un libro sólido, profundo, ontológico si se quiere, referencial”. Mirando el profundo lirismo reflexivo que
habita en tus poemas, ¿puedo agregar el calificativo filosófico a ese
significativo sumario?
Tanto como la historia, la filosofia es un tema que me apasiona. En
distintas etapas de mi vida he sido Sócrates, Confucio, Pitágoras, Félix
Varela, sintiendo y trasmitiendo sus ideas a las personas que se acercaban a
mis charlas de talleres literarios en Cuba. Creo, con poca fortuna en esta fe,
que el conocimiento y la sabiduría pueden cambiar el destino de un pueblo, de
la humanidad entera. Reconozco que Salomón necesitó más que eso para consolidar
su reino. Hoy siento, como dije en algún poema de juventud, que el poder es
oscuro y se pierde en el tiempo de las deudas. Doy gracias a Erza Pound por
concederme luz sobre ese aspecto.
¿Qué rasgos dominantes encuentras en la poesía cubana de tu
generación, que ya en la década de los ochenta se comienza a alejar del
coloquialismo, con acento épico, que vivió el decenio precedente?
Aunque nos encontrábamos
dispersos por todo el país se comenzaron a desarrollar eventos de literatura en
distintas provincias, pudimos entrar en contacto con generaciones o grupos generacionales, para
decirlo con propiedad, que tenían otra visión. Dos antologías marcan un paso
importante, Usted es la culpable y Retrato de Grupo. Un poeta
cierra la primera y luego aparece en la segunda (Sigfredo Ariel).
Este detalle es significativo, muchos de los textos publicados allí se
identifican con la poética de la generación de Orígenes y constituyen la
antítesis del discurso de la mayoría de los poetas de la generación del 50.
Alternativamente, estaban los muchachos del Puente y por supuesto toda
una obra vedada para nosotros que se escribía en la diáspora. Era una poesía
que se distinguía por su acercamiento a la crítica de la sociedad pero
soslayaba el enfoque directo, en muchos casos llegó a convertirse en el
panfleto al revés y, en algunos poetas, el hermetismo heredado de Orígenes,
del surrealismo y de los poetas malditos que plagaban el discurso de veladas
resonancias.
El hecho de que los jóvenes poetas cubanos de la década de 1990 se
rencuentren con Lezama Lima y Virgilio Piñera, ¿crees que influyó en los nuevos
cánones de la expresión poética?
Como te explicaba, y es una visión muy personal y acaso apasionada,
muchos de nosotros entramos en contacto con esas fuentes. En un momento llegó a
existir una línea divisoria que mimetizaba las diferencias entre esos dos
grandes maestros. Por una parte la imagen lezamiana, llena de azarosas
reminiscencias culturales y por la otra el descarnado, visceral verbo de
Virgilio. De esa mezcla sólo podían salir –en su momento y luego del consabido
reposo–, ya en el sedimento de la gracia, algunas de las voces más destacadas
de la poesía cubana actual.
En la
poesía cubana –la que se escribe dentro y fuera de la Isla– , a pesar de que el corpus poético contiene los
más diversos estilos, estética y focalidad temática, algo es común en sus
grandes exponentes: el imaginario de patria, que desde un Heredia o Gertrudis
Gómez de Avellaneda hasta hoy, está latente en sus poetas. ¿Es que esa honda
subjetividad habita mejor en la poesía?
En la
poesía subyace lo imperecedero y lo perecedero, lo imperfecto y lo perfectible,
ha sido desde tiempos remotos y en diferentes formas la expresión épica de los
pueblos. Desde los Cantares hasta un pareado popular representa el
imaginario colectivo desde la intuición poética de su creador. Es también un
diálogo con el yo que simboliza el cuestionamiento de la existencia ante lo
desconocido, en ese trance hace énfasis en el espacio y el tiempo de su génesis
y forma valores característicos de nacionalidades y épocas. Llegar a reducir
ese conocimiento y, sobre todo, convertir en arte mayor ese sentir colectivo es
sólo patrimonio de los poetas. Recuerda
que, cuando convoca esas deidades, una buena novela es también un gran poema.
En Cuba,
desde sus orígenes como nación, la poesía es una asunción del alma colectiva,
de lo que llamamos cubanidad. Heredia, la Avellaneda, Milanés, el Cucalambé,
Martí, Lezama, Piñera, entre otros, llegaron de manera estelar a reafirmar el
sentimiento de patria, unos bajo la honda opresión del destierro y otros, como
el viajero inmóvil, en el dolor de las esencias de una singularidad, el llamado
ajiaco de razas que conforman la personalidad del cubano. La poesía ha
representado en los últimos decenios, por razones obvias, una columna de fuego
que si fuéramos capaces de atender serviría de guía en el desierto gnoseológico
de la Isla. A partir de la década del 80 del pasado siglo se retomaron en el
país las voces que parecían apagarse con el advenimiento del realismo socialista
y se hizo una relectura del acervo poético de la nación. Muchos de los poetas
que participamos de ese renacer debimos transitar el camino de nuestros
ilustres antecesores, guiar nuestros pasos a un auto-exilio o mascullar
nuestras disonancias con la maldita circunstancia del agua por todas partes,
como diría Virgilio.
¿Qué ha
significado Tampa para el poeta Alberto Sicilia?
En Tampa he
tenido un rencuentro con Alberto Sicilia. Guardo una petición de pasaporte con
fecha de 1966 y una foto mía, con apenas 9 meses. La familia no pudo emigrar
porque mi hermano estaba cercano a la edad militar y luego por la prisión de mi
padre. Este sujeto que está frente al espejo me dice que es incompleto y
pusilánime, que podía haber dado más de sí para tener serenidad en su yo… por
un momento duda y se ilumina, sopesa los espacios ocupados, el tiempo
compartido y se siente feliz. Tampa es una ciudad bella, aquel se ha
rencontrado con un hijo, con viejos amigos, el otro y yo hemos encontrado
nuevas amistades. Aun nos llena el ferviente deseo de trasformarlo todo. Me
apasiona la historia de Tampa, tan vinculada a la de Cuba, de la que tú,
Gabriel, tanto conoces y que tan bien la sabes contar. Me apasiona ese
descubrimiento de las raíces de Ybor City y el beneficio que aporta a las
generaciones presentes y futuras el rescate de ellas. Escucho con admiración el
recuento de la vida de aquellos hombres que en condiciones bien difíciles
fundaron un proyecto sin menoscabo de las individualidades, sino con el apego a
los valores de la decencia y la honestidad. En Tampa espero que crezca mi hija
pequeña y quisiera trasmitirle este legado, pero ansío más reiterar mis
encuentros con la Cuba de mi imaginación, un lugar iluminado por la belleza del
verbo.
Hace unos
días, cuando me comentabas la entrevista que publiqué en este espacio con
Rafael Martínez Ybor, me preguntaste y, a la vez, te preguntabas: ¿Por qué no
se crea una Fundación Martínez Ybor en Tampa? ¿Podrías extender la idea a los
lectores de La Gaceta?
Tienes
razón, tu entrevista a Rafael Martínez Ybor, biznieto del fundador de un pueblo
que lleva su apellido, provocó en mí reflexiones sobre el rescate de la
historia y la forma de aunar esfuerzos para realizar diferentes proyectos
encaminados a la utilidad pública, sobre todo a los emigrantes
hispanoamericanos y sus descendientes. La idea de una Fundación Martínez-Ybor,
que propicie el intercambio entre los pueblos, agrupe los proyectos más
destacados de la comunidad y genere eventos y premios como ferias del libro,
concursos, etc., a la vez que se
preocupe por el entorno arquitectónico, la biodiversidad, entre otros aspectos.
También pudiera contribuir a encaminar una idea que recientemente ha presentado
la Dra. Diana Arufe en las redes sociales: que Ybor City sea reconocida por la
UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Sé que tu
expresión poética se viste, esencialmente, del verso libre. Pero también has
escrito sonetos, décimas y otros géneros
clásicos. Por ello quiero terminar con una solicitud, aunque comprendo que a la
poesía no se le provoca, ¿una décima a Tampa?
Con los
versos de Martí
el mar besa
la floresta
Y trae esa
brisa fiesta
de calma a
mi frenesí.
Los
lamentos del cemí
aun se
escuchan en la
rampa
de mi
corazón. Acampa
en el
exilio la herida,
desde mi
Cuba querida
a la bahía
de Tampa.
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