viernes, 4 de agosto de 2017

Alberto Sicilia: el lenguaje de la poesía

Alberto Sicilia es un poeta cubano que hace tres años vino a radicar en Tampa, una ciudad que entre los múltiples vínculos con Cuba incluye los líricos, pues significativos bardos cubanos han vivido o visitado esta ciudad. Entre ­ellos, ­primero hay que mencionar a José Martí, quien nos dejó imágenes poéticas tan hermosas como aquella con que concluyó uno de sus discursos: “Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos”. De Tampa retornaba el poeta Bonifacio Byrne a Cuba cuando escribió: “Al volver de distante ribera/ con el alma enlutada y sombría/ afanoso busqué mi bandera/ y otra he visto además de la mía”.  Aquí han vivido decenas de poetas cubanos y entre los que hoy reciben a las musas al anclar en su hermosa bahía está Alberto Sicilia, quien seguramente las atiende con devoción.
 El poeta entró a la ciudad con varios libros suyos publicados, después de adquirir premios importantes y atención favorable de la crítica, tanto en Cuba como en otros países del continente. Llegó desde los caminos de Cabaiguán, en el centro de la Isla, donde manejaba un camión verde que parecía más un taller literario rodante que un carro de pasajeros, pero dejemos que él sea quien nos cuente.
 ¿Eliges  a Tampa para vivir o los tantos amigos cabaiguanenses influyeron en tu decisión de radicarte aquí?
 Tampa siempre ha sido un sitio muy cercano a los cubanos, desde pequeño escuchaba las historias de los viejos tabaqueros de Cabaiguán. Fui creciendo en el conocimiento y el amor a la figura de Martí. Mi bisabuela paterna, Doña Evarista, fue mensajera de los mambises y, aunque la recuerdo en cama de muy avanzada edad, supo trasmitir a sus descendientes esa historia real que sólo saben contar los participantes. Antes de saber que llegaría a esta hermosa bahía la había mencionado en mis poemas. Luego mi mejor amigo, Evelio Piñeiro, emigró a Tampa con su esposa y dos hijos y antes de marchar me dijo: Alberto, cuando quieras, habrá un lugar para ti allá. En cada visita reafirmaba su intención de recibirme con el mismo afecto de siempre. Unos años después llegué a Tampa y en la primera oportunidad visité Ybor City, los lugares que consagró el Apóstol.
 Tu primer libro, El camión verde, fue publicado por la Editorial Letras Cubanas en 1994. ¿Qué significó para ti esa especie de reconocimiento nacional a tu naciente obra, en una de las editoriales más importantes del país?
Alberto Sicilia, conocido en Cuba como 'El poeta del camión verde'

 Era una etapa muy difícil. El libro llevaba un tiempo en la editorial pero la escasez alejaba el momento de su publicación. Los textos de El camión Verde son poemas de adolescencia y primera juventud. Son poemas de una insana rebeldía. Letras Cubanas aprovecha un intercambio con intelectuales de Argentina para rendir tributo a Martí y publicar una colección bajo el título de “Los pinos nuevos”, en alusión al importante discurso de Martí en Tampa. Todo es muy simbólico y los poetas de ese momento estábamos abriendo una brecha en la madeja de cerrojos del panorama literario cubano. Ese reconocimiento y el hecho de que apareciera bajo la aprobación de Eliseo Diego, Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar fue definitivo en mi vida. De alguna manera era la fusión de mi dos actividades por muchos años, conducir un camión por las carreteras de Cuba y escribir la experiencia que encarnaba. Un ansia de libertad en cada espacio entrevisto.
 Otros libros tuyos –A favor de la roca, de 1998; Viajando al sur, 2006, y Miniatura con abismo, 2009– tienen años de distancia entre uno y otro. ¿Hay lapsos de tiempo sin escribir o sólo de publicar?  Creo que ya corresponde otro libro, ¿está preparado?
 Hay mucha poesía escrita pero más poesia vivida, tiempo vivo en poesía. A veces he dicho que tengo un enorme respeto por la palabra, creo que es el mayor contaminante del presente y que puede ser salvadora en un momento como el silencio lo es. El poema preciso es el que nace espontáneo del asombro o de la sombra, se hace luz y es verbo. Puede encarnar. De Cuba vinieron unas libras de poemas en mi equipaje, por suerte no pagué por ellas al llegar y esperan junto a los irreverentes ‘bills’ para ser atendidos por su creador.
  En una presentación a tu libro Miniatura con abismo (2009), señaló Racso Pérez ­Morejón que se trata de “un libro sólido, profundo, ontológico si se quiere, referencial”.  Mirando el profundo lirismo reflexivo que habita en tus poemas, ¿puedo agregar el calificativo filosófico a ese significativo sumario?
 Tanto como la historia, la filosofia es un tema que me apasiona. En distintas etapas de mi vida he sido Sócrates, Confucio, Pitágoras, Félix Varela, sintiendo y trasmitiendo sus ideas a las personas que se acercaban a mis charlas de talleres literarios en Cuba. Creo, con poca fortuna en esta fe, que el conocimiento y la sabiduría pueden cambiar el destino de un pueblo, de la humanidad entera. Reconozco que Salomón necesitó más que eso para consolidar su reino. Hoy siento, como dije en algún poema de juventud, que el poder es oscuro y se pierde en el tiempo de las deudas. Doy gracias a Erza Pound por concederme luz sobre ese aspecto.
 ¿Qué rasgos dominantes encuentras en la poesía cubana de tu generación, que ya en la década de los ochenta se comienza a alejar del coloquialismo, con acento épico, que vivió el decenio precedente?
  Aunque nos encontrábamos dispersos por todo el país se comenzaron a desarrollar eventos de literatura en distintas provincias, pudimos entrar en contacto con  generaciones o grupos generacionales, para decirlo con propiedad, que tenían otra visión. Dos antologías marcan un paso importante, Usted es la culpable y Retrato de Grupo. Un poeta cierra la primera y luego aparece en la segunda (Sigfredo Ariel).
 Este detalle es significativo, muchos de los textos publicados allí se identifican con la poética de la generación de Orígenes y constituyen la antítesis del discurso de la mayoría de los poetas de la generación del 50. Alternativamente, estaban los muchachos del Puente y por supuesto toda una obra vedada para nosotros que se escribía en la diáspora. Era una poesía que se distinguía por su acercamiento a la crítica de la sociedad pero soslayaba el enfoque directo, en muchos casos llegó a convertirse en el panfleto al revés y, en algunos poetas, el hermetismo heredado de Orígenes, del surrealismo y de los poetas malditos que plagaban el discurso de veladas resonancias.
 El hecho de que los jóvenes poetas cubanos de la década de 1990 se rencuentren con Lezama Lima y Virgilio Piñera, ¿crees que influyó en los nuevos cánones de la expresión poética?
 Como te explicaba, y es una visión muy personal y acaso apasionada, muchos de nosotros entramos en contacto con esas fuentes. En un momento llegó a existir una línea divisoria que mimetizaba las diferencias entre esos dos grandes maestros. Por una parte la imagen lezamiana, llena de azarosas reminiscencias culturales y por la otra el descarnado, visceral verbo de Virgilio. De esa mezcla sólo podían salir –en su momento y luego del consabido reposo–, ya en el sedimento de la gracia, algunas de las voces más ­destacadas de la poesía ­cubana actual.
 En la poesía cubana –la que se escribe dentro y fuera de la Isla– ,  a pesar de que el corpus poético contiene los más diversos estilos, estética y focalidad temática, algo es común en sus grandes exponentes: el imaginario de patria, que desde un Heredia o Gertrudis Gómez de Avellaneda hasta hoy, está latente en sus poetas. ¿Es que esa honda subjetividad habita mejor en la poesía?
 En la poesía subyace lo imperecedero y lo perecedero, lo imperfecto y lo perfectible, ha sido desde tiempos remotos y en diferentes formas la expresión épica de los pueblos. Desde los Cantares hasta un pareado popular representa el imaginario ­colectivo desde la intuición poética de su creador. Es también un diálogo con el yo que simboliza el cuestionamiento de la existencia ante lo desconocido, en ese trance hace énfasis en el espacio y el tiempo de su génesis y forma valores característicos de nacionalidades y épocas. Llegar a reducir ese conocimiento y, sobre todo, convertir en arte mayor ese sentir colectivo es sólo  patrimonio de los poetas. Recuerda que, cuando convoca esas deidades, una buena novela es también un gran poema.
 En Cuba, desde sus orígenes como nación, la poesía es una asunción del alma colectiva, de lo que llamamos cubanidad. Heredia, la Avellaneda, Milanés, el Cucalambé, Martí, Lezama, Piñera, entre otros, llegaron de manera estelar a reafirmar el sentimiento de patria, unos bajo la honda opresión del destierro y otros, como el viajero inmóvil, en el dolor de las esencias de una singularidad, el llamado ajiaco de razas que conforman la personalidad del cubano. La poesía ha representado en los últimos decenios, por razones obvias, una columna de fuego que si fuéramos capaces de atender serviría de guía en el desierto gnoseológico de la Isla. A partir de la década del 80 del pasado siglo se retomaron en el país las voces que parecían apagarse con el advenimiento del realismo socialista y se hizo una relectura del acervo poético de la nación. Muchos de los poetas que participamos de ese renacer debimos transitar el camino de nuestros ilustres antecesores, guiar nuestros pasos a un auto-exilio o mascullar nuestras disonancias con la maldita circunstancia del agua por todas partes, como diría Virgilio.
 ¿Qué ha significado Tampa para el poeta Alberto Sicilia?
 En Tampa he tenido un rencuentro con Alberto Sicilia. Guardo una petición de pasaporte con fecha de 1966 y una foto mía, con apenas 9 meses. La familia no pudo emigrar porque mi hermano estaba cercano a la edad militar y luego por la prisión de mi padre. Este sujeto que está frente al espejo me dice que es incompleto y pusilánime, que podía haber dado más de sí para tener serenidad en su yo… por un momento duda y se ilumina, sopesa los espacios ocupados, el tiempo compartido y se siente feliz. Tampa es una ciudad bella, aquel se ha rencontrado con un hijo, con viejos amigos, el otro y yo hemos encontrado nuevas amistades. Aun nos llena el ferviente deseo de trasformarlo todo. Me apasiona la historia de Tampa, tan vinculada a la de Cuba, de la que tú, Gabriel, tanto conoces y que tan bien la sabes contar. Me apasiona ese descubrimiento de las raíces de Ybor City y el beneficio que aporta a las generaciones presentes y futuras el rescate de ellas. Escucho con admiración el recuento de la vida de aquellos hombres que en condiciones bien difíciles fundaron un proyecto sin menoscabo de las individualidades, sino con el apego a los valores de la decencia y la honestidad. En Tampa espero que crezca mi hija pequeña y quisiera trasmitirle este legado, pero ansío más reiterar mis encuentros con la Cuba de mi imaginación, un lugar iluminado por la belleza del verbo.
 Hace unos días, cuando me comentabas la entrevista que publiqué en este espacio con Rafael Martínez Ybor, me preguntaste y, a la vez, te preguntabas: ¿Por qué no se crea una Fundación Martínez Ybor en Tampa? ¿Podrías extender la idea a los lectores de La Gaceta?
 Tienes razón, tu entrevista a Rafael Martínez Ybor, biznieto del fundador de un pueblo que lleva su apellido, provocó en mí reflexiones sobre el rescate de la historia y la forma de aunar esfuerzos para realizar diferentes proyectos encaminados a la utilidad pública, sobre todo a los emigrantes hispanoamericanos y sus descendientes. La idea de una Fundación Martínez-Ybor, que propicie el intercambio entre los pueblos, agrupe los proyectos más destacados de la comunidad y genere eventos y premios como ferias del libro, concursos,  etc., a la vez que se preocupe por el entorno arquitectónico, la biodiversidad, entre otros aspectos. También pudiera contribuir a encaminar una idea que recientemente ha presentado la Dra. Diana Arufe en las redes sociales: que Ybor City sea reconocida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
 Sé que tu expresión poética se viste, esencialmente, del verso libre. Pero también has escrito sonetos, décimas y  otros géneros clásicos. Por ello quiero terminar con una solicitud, aunque comprendo que a la poesía no se le provoca, ¿una décima a Tampa?
Con los versos de Martí
el mar besa la floresta
Y trae esa brisa fiesta
de calma a mi frenesí.
Los lamentos del cemí
aun se escuchan en la 
                        rampa
de mi corazón. Acampa
en el exilio la herida,
desde mi Cuba querida
a la bahía de Tampa.













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