Allá, donde habitan José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y
Alejo Carpentier, a esa constelación etérea de escritores cubanos del siglo XX,
llega ahora José Lorenzo Fuentes, al despedirse del mundo en que habitó. Murió
en Miami el pasado lunes, 18 de diciembre, con 89 años de edad, en paz con su
espíritu elevado y creador.
Conocí a José Lorenzo personalmente hace unos
cinco años. Conversamos largamente, mientras compartíamos una cena y buen vino
con mis amigos Ángel Velázquez y Ángel Lago, en la casa de mi hijo Ernesto. A
pesar de tener entonces sus 84 años, lo recuerdo en toda su lucidez,
contándonos anécdotas de su vida, de su amistad con Lezama, de su tiempo en la
diáspora, de su obra literaria. Nosotros, calmando la facundia, callamos todo
lo posible para oírlo a él, conscientes
del privilegio que nos regalaba su presencia. Entonces, yo estaba preparando el
número 7 de la revista Surco
Sur y le pedí unas páginas suyas. Me entregó el cuento “El hombre verde”,
que vino a enriquecer la publicación.
José Lorenzo Fuentes conversa con Gabriel García Márquez |
Hoy,
cuando en diversos sitios de Internet encuentro la noticia del fallecimiento de
José Lorenzo Fuentes, aparto la página recién concluida para estas Líneas de
la memoria, buscando los momentos más sobresalientes del periodista,
ensayista y escritor, para sumar este
espacio al homenaje que merece quien fue considerado por Gabriel García Márquez
como “un grande escritor de nuestro tiempo”,
por Cabrera Infante “un novelista considerable” y en quien Manuel Díaz
Martínez vio “un autor de una insoslayable obra narrativa,
en la que destaca su colección de cuentos Después de la gaviota, uno de
los libros más célebres y valorados de la literatura cubana del siglo XX”.
José
Lorenzo comenzó a escribir donde nació, en la ciudad de Santa Clara, al centro
de Cuba. Él ha contado que uno de sus primeros escritos lo enseñó al poeta
Emilio Ballagas, quien le dijo: “Excelente, siga escribiendo”, motivo
suficiente para no dejar de escribir más
nunca. Siendo muy joven llegó a La Habana y comenzó a colaborar con las
revistas Carteles, Bohemia y otras relevantes publicaciones
cubanas. Enseguida, en 1952, en uno de los más prestigiosos concursos
literarios del país, en cuyo jurado estaban Fernando Ortiz, Juan Marinello y
Jorge Mañach, ganó el premio de cuento
con “El lindero”.
Así
empezó la obra literaria de Fuentes, considerado desde la década de 1950 por José Lezama Lima,
Cabrera Infante, Lino Novás Calvo y los grandes escritores cubanos de ese
tiempo, como una promesa de las letras cubanas. Desde esa época, comienza a
desempeñarse en las dos variantes escriturales que le acompañarían toda la
vida: el periodismo y la literatura.
Su
primera novela, Viento de enero –Premio Nacional de Novela, en 1967–,
recibió una favorable opinión de Lezama Lima, quien advirtió: “Ahora la novela
se vuelve americana porque todo concurre a dos líneas trazadas en un
esclarecimiento universal. Y en esa línea está trabajada y lograda la novela Viento
de Enero”. Después de otras obras, en 1968 aparece su emblemático libro Después
de la gaviota, un clásico imprescindible de la cuentística nacional, que
llamó la atención a Jorge Edwards por su
“fantasía auténtica y manejo del lenguaje”.
Inmerso
en las profundas transformaciones que se produjeron en Cuba con la Revolución de 1959, José Lorenzo es un
participante activo de ellas, como lo fueron la gran mayoría de los
intelectuales. En una entrevista que concedió a la revista Otro lunes,
él sintetizó este proceso: “Mi vida ha estado sembrada de acontecimientos
complejos y a veces contradictorios, propios de una persona de índole
aventurera. Como la gran mayoría de los jóvenes de mi generación, aunque sin
militar en ningún partido político, estuve guiado por las ideas revolucionarias,
participé junto al Che en la batalla de Santa Clara y durante casi dos años me
desempeñé como periodista personal de Fidel Castro, pero también sufrí el
presidio político y finalmente tuve que salir al exilio”.
Así,
en pocas líneas, asistimos al profundo drama que acompañó a diversos escritores y artistas que no se
sumaron incondicionalmente al proyecto ideológico de la Revolución Cubana y que
tuvo en el llamado Caso Padilla, en 1971, un momento definitorio de la
intelectualidad internacional con la Revolución Cubana.
Heberto
Padilla escribió sobre el autor que acaba de morir en Miami: “José Lorenzo
Fuentes ocupa un lugar de excepción en la literatura cubana. Siento por su obra
una gran admiración”. A la larga, uno y otro fueron condenados por asumir una
posición ideológica y política discordante con la directriz impuesta por la
dirección revolucionaria y se vieron obligados a abandonar el país propio, sin
desamor a él.
José
Lorenzo Fuentes escribió varios libros, entre los que se destacan: El sol, ese enemigo, 1963; Viento
de enero, 1967; La piedra de María Ramos, 1986; Brígida pudo
soñar, 1987; Los ojos del papel, 1990; Las vidas de Arelys, 2011; El
cementerio de las botellas, 2012; Hierba nocturna, 2014 y Mandala,
2015. En el año 2009 publicó el libro Cinco grandes, con las entrevistas
que hizo a Julio Cortázar, Cundo Bermúdez, Gabriel García Márquez, Alfonso
Grosso y Wifredo Lam.
En
los últimos años, Fuentes escribió mucho sobre temas relacionados con la
parasicología, la alquimia y el misticismo. Con una fuerte influencia del
budismo, publicó el libro Meditación, que ha sido traducido al inglés,
ruso, checo, portugués e hindú.
Le
vejez le alcanzó, y le venció, fuera de Cuba. Con todo, nunca olvidó a su
patria. Cuando los periodistas Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco le
preguntaron, ¿cómo consuela la tristeza que impone la lejanía?, respondió:
“Durante años he combatido la nostalgia con la esperanza repetida de que algún
día se me haga posible regresar a mi país”.
Ya
no regresará físicamente, pero el espíritu de José Lorenzo Fuentes tendrá un
lugar en Santa Clara, en la Isla toda, y cada vez que alguien lea uno de sus
cuentos, novelas o crónicas –y seguramente el número de lectores irá creciendo
al reencontrarse con la legítima cubanía del autor– le llamará a su lado, el
lado humano que está más allá de cualquier temporalidad ideológica de factura
política.
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