En la
entrada a Tampa desde su ancha bahía,
donde el estuario del río Hillsborough se abre como una avenida natural, el
panorama se ha ido enriqueciendo con efigies talladas que representan a las
personalidades que más han contribuido a su crecimiento material y
espiritual.
A ello ha
contribuido, junto a la administración de la ciudad, la organización sin fines de lucro “Amigos de
Riverwalk”, en alusión al sendero peatonal que se extiende en ese bello lugar,
como un extenso paseo que, además de admirar el imponente horizonte, rinde
honor a diversas figuras esculpidas en bronce para integrarse al entorno como
ejemplos permanentes.
Frank Scozzari Adamo |
Así, en el
Paseo Tampa’s Riverwalk, 30 esculturas informan al visitante sobre los héroes venerados de la ciudad. A la imagen de Henry B. Plant, Vicente Martínez
Ybor y otros, se suman ahora seis nuevos rostros, develados el pasado 1.° de
diciembre frente al Centro de Convenciones, en un acto breve y emotivo, en que
el Alcalde de la ciudad, Bob Buckhorn,
junto a Steve A. Anderson, presidente de Friends of the
Riverwalk, develaron el busto en bronce de Frank Adamo, Elizabeth D. Barnard, Ossian B. Hart, Victoriano Manteiga, Benjamin Mays y Stephen M. Sparkman, quienes expresan, como
destacó el Alcalde en su breve discurso, no sólo la grandeza de su obra, sino
también la diversidad étnica y cultural que caracteriza la fisonomía tampeña.
Como es imposible en una reseña resumir las seis biografías, prefiero dedicar a cada uno de ellos el
espacio de esta columna, aun cuando este
compromiso no sea de aparición continua. Para ello, la primera de las seis
glosas se fija en Francisco (Frank) Scozzari Adamo.
Adamo fue uno de los primeros hijos italianos de Ybor City, pues nace
en enero de 1893, de ascendencia siciliana, cuando diversos correligionarios de
su padre comienzan a integrarse al poblado recién fundado. Como hijo de
Giuseppe Scozzari y María Leto, lo razonable es que fueran esos sus apellidos,
pero en algún momento incorporó el que vino a tomar notoriedad.
Como era común en el barrio de Ybor City, compuesto esencialmente por
familias de emigrantes pobres, la mayor
parte de los nacidos aquí a fines del siglo XIX comenzaron a trabajar casi
niños. Así lo hizo Frank y en edad escolar consumía una parte de su tiempo
laborando en fábricas de tabaco. Pero vino al mundo con la gracia de la
inteligencia y la voluntad. A los 17 años viajó
Chicago y allí, trabajando y estudiando a la vez, culmina la enseñanza
secundaria y matricula en el prestigioso Rush Medical Institute, donde obtiene
el diploma de médico, en 1919, a los nueve años de salir de Tampa. Entonces
regresó, con orgullo y disposición de servicio, a la ciudad que lo vio nacer.
Enseguida, el joven médico
sobresalió y en 1932 lo nombran Director del Centro Asturiano. Cinco
años después es Director Médico del condado de Hillsborough y más adelante lo
eligen a la presidencia de la Asociación Médica de este lugar.
Sin embargo, sus ascensos y reconocimientos más publicados se
relacionan con sus acciones en el campo
militar. Se inscribió voluntariamente en las Reservas del Ejército desde 1923.
En 1940, cuando había comenzado la Segunda Guerra Mundial, Adamo es llamado a las filas militares con el
grado de Teniente Coronel. Cuando, en diciembre de 1941, a las pocas horas del
ataque japonés a Pearl Harbor, Estados Unidos entra en la guerra, el médico
tampeño ya está en Filipinas, junto a
las primeras tropas antifascistas de la nación.
Las fuerzas japonesas invadieron a Filipinas el 25 de diciembre de
1941, cuando Adamo trabajaba en el Hospital General Stemberg, en Manila.
Sobrevivió a los bombardeos y pudo
sumarse a los sobrevivientes que fueron evacuados a Bataan, perteneciente al
grupo de islas denominadas Luzón. Fueron
días de constantes ataques japoneses, con cientos de víctimas diariamente,
donde los médicos llegaron a hacer transfusiones con su propia sangre, en un
hospital internado en el bosque. En abril de 1942 volvieron a ser evacuados a
dispensarios subterráneos, donde nuestro médico siguió salvando vidas. Hay
muchos testimonios sobre su participación en aquellas circunstancias y siempre
se le señala como un ejemplo de valor y entrega a su misión. Uno de ellos
aparece en las Memorias de William N. Donovan –también médico
estadounidense, radicado en aquel lugar
con el grado de Capitán– quien refiere algunas anécdotas sobre las
excepcionales cualidades profesionales y humanas de nuestro héroe.
A Adamo le correspondió trabajar, en los años más cruentos de la
guerra, en aquella isla filipina de Luzón, donde iban a parar cientos de prisioneros de guerra, a quienes había que
tratar no sólo las heridas de guerra, sino también la profunda desnutrición y
epidemias como la malaria y el beriberi. El tampeño recordaría que en aquellos
días su peso corporal bajó hasta las 95 libras.
Cuando, a finales de 1944, la aviación estadounidense comenzó a
apoderarse de aquel espacio asiático, la desnutrición amenazaba con aniquilar a
los pacientes del Dr. Adamo y, seguramente, a él mismo. En febrero de 1945, las
fuerzas japonesas se retiran del territorio filipino y, faltando solo unos
pocos meses para la rendición de Alemania y Japón, el audaz hijo de Ybor City había cumplido
ejemplarmente su misión de médico estadounidense en campaña, ganando la hora
ansiada del regreso. Durante todo aquel tiempo, la esposa de Frank, los hijos y
el resto de la familia, apenas habían tenido noticias suyas. Por ello, la
felicidad en todos se hizo indescriptible cuando, el 27 de abril de 1945, entra triunfal a Tampa el médico soldado,
luciendo sus condecoraciones militares, entre ellas la Legión del Mérito.
Terminada la guerra, con las historias que recordaría toda su vida, el
Dr. Adamo se reintegró a su profesión, a su familia, a su ciudad. Para el
Hospital del Centro Asturiano fue su “médico más popular”, según una encuesta
de 1960. Estuvo trabajando hasta los 80 años. Murió en 1988, muy cerca del
lugar donde, 95 años antes, llegó a la vida. Y a escasa distancia, también, de
donde comienza esa enorme vía que se extiende hasta Brandon, repitiendo, en
cada intersección, el nombre que legó a la posteridad: Adamo. Ahora, junto a
los otros bustos de bronce, en el Centro de Convenciones de Tampa, el ilustre
tampeño de ascendencia italiana sigue entre nosotros.
Nota. La fuente principal utilizada es la biografía publicada por
“Friends of the River Walk”, en:
https://thetampariverwalk.com/francisco-frank-scozzari-adamo/
Publicado en La Geceta, 8 de diciembre, 2017.
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