Por Gabriel
Cartaya
El
domingo pasado, mientras compartía unas copas de vino con unos amigos en el
patio de mi casa, escuché a mi esposa invitando a los presentes –y a otros por
teléfono– a asistir el sábado siguiente
al mismo lugar donde charlábamos. Aunque siempre aparece un pretexto para este
tipo de encuentros, esta vez ella, con la espontaneidad alegre y sincera que le
caracteriza, advirtió con la mirada: Es que es su cumpleaños. Levantamos las
copas y sellamos el acuerdo.
El
lunes, cuando le doy vueltas al tema que debe aparecer en esta columna semanal,
viene a la memoria la primera frase con que la reina de la casa justificó la
invitación: Los cumpleaños hay que celebrarlos, a como de lugar.
Seguramente
“a como de lugar”, además de inapelable, remite a la costumbre ancestral de
celebrar cada año el aniversario de quienes corresponden a nuestro entorno
familiar, extendido al círculo de las amistades correspondientes al cuerpo social
y cultural al que pertenecemos, según alcance la mesa.
El valor de la festividad, en toda su connotación
antropológica, entraña un comportamiento humano cuya riqueza es proporcional a
la sinceridad de los sentimientos que expresa. Así, puede ser inútil el
despliegue de lujos donde el brindis cumpla un rito formal, como legítimo donde
el abrazo, aun con un grano de maíz y un vino casero, equivalga al amor y la
amistad.
Si la costumbre de festejar el cumpleaños no es tan
vieja como el hombre, es por la falta de
registros de nacimientos en la alborada de la humanidad. Pero una vez concebida
la familia, el calendario y el hábito de fechar, la anotación del acto de nacer
fue uno de los primeros apuntes de la paternidad. Seguramente, entre las primeras marcas en el almanaque se dibujaron los nacimientos, para que no se
olvidara el cumpleaños de cada quien, costumbre que fue extendida a los hechos
y figuras históricas.
Para los antiguos griegos, cada persona tenía un
espíritu protector –daimon– que le guiaba desde el día de llegar al mundo y al
que también se conmemoraba. De alguna manera, esta costumbre fue heredada por
el mundo cristiano, aun cuando la Iglesia católica se negaba en sus primeros
siglos a que sus fieles festejaran los natales, por considerarlos una costumbre
pagana. Una contradicción, porque buscarle una fecha de nacimiento a
Jesucristo fue crear un día especial para su adoración. Después se empezó a
inscribir a los hijos con el nombre del santo celebrado el día del
alumbramiento. Con ello, a algunos no les quedó otro remedio que llamarse
Gereboldo, Escubículo o Burgundófora, con todos los contratiempos que el nombre
pudiera provocar.
En nuestros pueblos hispanoamericanos, heredamos de
las culturas autóctonas y de España los principales componentes que hoy están
vivos en nuestros cumpleaños. Entre ellos, los regalos, tarjetas, piñatas,
picar el cake, la cantidad de velas anunciando
la edad, el canto de felicitación –con sus diversos tonos y letras–,
prevalecen entre múltiples peculiaridades. Entre las costumbres, algunas
provocan hilaridad y hasta un suave dolor. Los dominicanos gustan de echarle al
festejado un jarro de agua encima, como señal de buena suerte; hay lugares de Argentina donde prefieren
darle al cumpleañero tantos tirones de orejas como años cumple; muchos chilenos
se divierten mientras cuatro personas toman al agasajado por las extremidades y
lo lanzan hacia arriba la cantidad de veces que corresponda a la edad cumplida,
con el peligro de que caiga al suelo cuando hay copas de más.
Las maestras Patty y Mildred Hill |
Para muchos, el cumpleaños es también un día de
estrenar, sea un traje, unos zapatos, una corbata. Un amigo muy querido acostumbraba
regalarse una novia ese día especial, cuando una mirada alcanzaba para un
romance.
De todos modos, el cumpleaños es, en sí mismo, el
regalo más grande. Con los tragos, comidas, música y amigos que tienen la
ocasión de asistir, es un día de agradecer, a los padres que nos trajeron al
mundo, a la familia que nos acompaña, a los amigos elegidos, a todos los que se
reúnen a brindar y cantar, recordar y contar la vida que año tras año vamos y
nos va enriqueciendo.
Publicado en La Gaceta, el 23 de marzo, 2018
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