viernes, 23 de marzo de 2018

El cumpleaños


Por Gabriel Cartaya

   El domingo pasado, mientras compartía unas copas de vino con unos amigos en el patio de mi casa, escuché a mi esposa invitando a los presentes –y a otros por teléfono–  a asistir el sábado siguiente al mismo lugar donde charlábamos. Aunque siempre aparece un pretexto para este tipo de encuentros, esta vez ella, con la espontaneidad alegre y sincera que le caracteriza, advirtió con la mirada: Es que es su cumpleaños. Levantamos las copas y sellamos el acuerdo.
   El lunes, cuando le doy vueltas al tema que debe aparecer en esta columna semanal, viene a la memoria la primera frase con que la reina de la casa justificó la invitación: Los cumpleaños hay que celebrarlos, a como de lugar.
Seguramente “a como de lugar”, además de inapelable, remite a la costumbre ancestral de celebrar cada año el aniversario de quienes corresponden a nuestro entorno familiar, extendido  al círculo de las amistades correspondientes al cuerpo social y cultural al que pertenecemos, según alcance la mesa.
   El valor de la festividad, en toda su connotación antropológica, entraña un comportamiento humano cuya riqueza es proporcional a la sinceridad de los sentimientos que expresa. Así, puede ser inútil el despliegue de lujos donde el brindis cumpla un rito formal, como legítimo donde el abrazo, aun con un grano de maíz y un vino casero, equivalga al amor y la amistad.
   Si la costumbre de festejar el cumpleaños no es tan vieja como el hombre, es  por la falta de registros de nacimientos en la alborada de la humanidad. Pero una vez concebida la familia, el calendario y el hábito de fechar, la anotación del acto de nacer fue uno de los primeros apuntes de la paternidad. Seguramente,  entre las primeras marcas en el almanaque se  dibujaron los nacimientos, para que no se olvidara el cumpleaños de cada quien, costumbre que fue extendida a los hechos y figuras históricas.
   Para los antiguos griegos, cada persona tenía un espíritu protector –daimon– que le guiaba desde el día de llegar al mundo y al que también se conmemoraba. De alguna manera, esta costumbre fue heredada por el mundo cristiano, aun cuando la Iglesia católica se negaba en sus primeros siglos a que sus fieles festejaran los natales, por considerarlos una costumbre pagana. Una contradicción, porque ­buscarle una fecha de nacimiento a Jesucristo fue crear un día especial para su adoración. Después se empezó a inscribir a los hijos con el nombre del santo celebrado el día del alumbramiento. Con ello, a algunos no les quedó otro ­remedio que llamarse Gereboldo, Escubículo o Burgundófora, con todos los contratiempos que el nombre pudiera provocar.
   En nuestros pueblos hispanoamericanos, heredamos de las culturas autóctonas y de España los principales componentes que hoy están vivos en nuestros cumpleaños. Entre ellos, los regalos, ­tarjetas, piñatas, picar el cake, la cantidad de velas anunciando  la edad, el canto de felicitación –con sus diversos tonos y letras–, prevalecen entre múltiples peculiaridades. Entre las costumbres, algunas provocan hilaridad y hasta un suave dolor. Los dominicanos gustan de echarle al festejado un jarro de agua encima, como señal de buena suerte;  hay lugares de Argentina donde prefieren darle al cumpleañero tantos tirones de orejas como años cumple; muchos chilenos se divierten mientras cuatro personas toman al agasajado por las extremidades y lo lanzan hacia arriba la cantidad de veces que corresponda a la edad cumplida, con el peligro de que caiga al suelo cuando hay copas de más.
   
Las maestras Patty y Mildred Hill
En Estados Unidos, tal vez lo más común en la celebración del cumpleaños es la imprescindible canción “Happy ­Birthday to You”, a la que sigue el apagado de las velas y el corte del cake, entre fotografías que van en aumento y calidad con  la tecnología. Los antecedentes de la canción de cumpleaños propia de este país se remontan a fines del siglo XIX, cuando Patty y Mildred J. Hill crearon la melodía “Good Morning to All”,  concebida para que los estudiantes la entonaran al iniciar las clases. La tonada tuvo suerte y pronto se extendió por todos los estados, hasta que, en 1924, Robert Coleman le hizo modificaciones a la letra original, convirtiéndola en el famoso “Happy Birthday to You”.
   Para muchos, el cumpleaños es también un día de estrenar, sea un traje, unos zapatos, una corbata. Un amigo muy querido acostumbraba regalarse una novia ese día especial, cuando una mirada alcanzaba para un romance.
   De todos modos, el cumpleaños es, en sí mismo, el regalo más grande. Con los tragos, comidas, música y amigos que tienen la ocasión de asistir, es un día de agradecer, a los padres que nos trajeron al mundo, a la familia que nos acompaña, a los amigos elegidos, a todos los que se reúnen a brindar y cantar, recordar y contar la vida que año tras año vamos y nos va enriqueciendo.
    Publicado en La Gaceta, el 23 de marzo, 2018



No hay comentarios:

Publicar un comentario