En Líneas de la memoria queremos
recordar a un estadounidense que hizo mucho por la independencia de Cuba y por
las buenas relaciones entre los dos países. Cuando, en nuestro tiempo,
apreciamos la labor de hijos de este país que pugnan por eliminar los
conflictos que alejan a dos naciones tan cercanas en la geografía, la historia
y la cultura, pensamos en aquel antecesor que se llamó Horatio Seymour Rubens.
A 77 años de su muerte, para
muchos puede ser un nombre desconocido, aunque quienes se han detenido en
el proceso de
preparación de la Guerra de Independencia de Cuba, y a su curso entre 1895 y 1898,
seguramente se han encontrado con este nombre en algunas de sus páginas.
Leer ese nombre en la misma
línea en que aparece José Martí, ha sido probablemente la primera referencia
sobre el neoyorquino que fue amigo de
Cuba. Al menos, es donde yo lo encontré muy temprano, cuando en las cartas del
Apóstol a sus más cercanos colaboradores
en el Partido Revolucionario Cubano (PRC), menciona al abogado estadounidense
en más de una ocasión, especialmente durante los días difíciles del fracaso de
las expediciones en Fernandina, la
segunda semana de enero de 1895.
En el instante en que todo
parece perdido, cuando son apresados los tres barcos que debían llevar a
Cuba a los hombres –sus más grades
líderes incluidos– con los recursos necesarios para dar inicio a la Guerra de
Independencia, José Martí, desde un hotel en Jacksonville donde está de
incógnito, envía un cablegrama a Nueva York para que vengan enseguida Gonzalo
de Quesada y Horatio Rubens, quien como abogado se encargaría de pelear en las
cortes la devolución de las propiedades incautadas.
¿Cómo Rubens había ganado tan
absoluta confianza en quien presidía el
Partido Revolucionario Cubano? En
realidad, desde 1893, cuando Quesada se lo presentó, venía siendo el asesor legal de la
organización independentista y había acompañado a su líder a Tampa y Cayo Hueso
en los días en que fue necesario defender la causa de tabaqueros cubanos. Fue
muy meritoria su labor en enero de 1894, al producirse en Cayo Hueso una crisis
de consecuencias incalculables, a partir de una componenda entre dueños de
fábricas de tabacos (estadounidenses y españoles) con el gobierno español en
Cuba, para sustituir a los obreros que habían participado en una cadena de
huelgas pidiendo mejoras salariales.
En el fondo, el gobierno
español pretendía quitarse de encima la efervescencia independentista que
prevalecía en los tabaqueros cubanos, mientras muchos dueños de fábricas
podrían poner fin a las huelgas sin atender las demandas de los trabajadores.
En el marco de aquella tensión,
Martí vino hasta Tampa con Rubens, a quien envió al Cayo a defender a varios
cubanos que habían sido apresados o expulsados de su trabajo. El abogado no
sólo se enfocó en defender a los
detenidos, sino también en probar la
ilegalidad de una contratación de obreros que dejaba sin empleo a los ya
establecidos allí. Su actuación se destaca en un escrito del periódico Patria,
el 20 de enero de 1894: “El Departamento del Tesoro espera que las pruebas ya
recogidas se completen por las declaraciones que han de prestar los señores
Rubens y Marino, quienes se han nombrado como Comisión por los residentes
cubanos en Cayo Hueso para venir a Washington y protestar contra la entrada de
obreros españoles en los Estados Unidos”.
Entonces, el abogado Rubens,
quien fue compañero de estudios de Gonzalo de Quesada en la Universidad de
Columbia, era un joven de 25 años, pues
nació en Nueva York el 6 de junio de 1869.
Sobre la cercanía, amistad y
apoyo que tuvo Martí de parte de Rubens hay múltiples referencias. Sin embargo,
se ha hecho menos énfasis en su obra durante el curso de la guerra que se extendió hasta 1898, cuando era
Abogado Consultor General de la Junta Revolucionaria Cubana. Estuvo muy cercano
a la labor del PRC y de la representación en el exterior del gobierno de la
Republica en Armas, ambos bajo la
dirección de Tomas Estrada Palma. El abogado jugó un rol muy meritorio en la
defensa de patriotas detenidos por organizar expediciones hacia Cuba, entre
ellos Carlos Roloff y los hermanos Carrillo.
El mismo Rubens, en un libro
que dio a conocer en 1932 con el título Liberty: The History of Cuba,
recordó: “Mucho se ha hablado de la benevolencia de las autoridades americanas
respecto a las expediciones filibusteras, como se las llamaba. Nada más lejos
de la verdad (…) La cantidad de arrestos y juicios, y el número fenomenal de
reclamaciones contra barcos y armamentos prueban la gran diligencia de las
autoridades americanas”.
Por sus servicios a la
independencia, la Junta Revolucionaria
Cubana le otorgó de manera honorífica el cargo de Coronel del Ejército
Libertador.
Durante la intervención militar
norteamericana, Rubens se desempeñó como comisionado de revisión de Código y
Leyes, de Finanzas y de Elecciones. Trabajó activamente a favor de la
candidatura de Estrada Palma para la presidencia de la República y, a partir de
su creación, en 1902, se quedó a vivir en la Isla, aunque no se vinculó a la
política directamente, sino a intereses económicos propios y de compañías
estadounidenses, señaladamente en la naciente empresa Cuba Railroad Company, de
la que llegó a ser presidente.
Ya siendo un hombre de
negocios, se construyó una mansión en el Mariel, cerca de La Habana, que se
conserva como parte del patrimonio de esa localidad. Aquella obra ecléctica, con arcos y columnas
donde los motivos moriscos y de palacios medievales llamaron la atención, fue
la residencia durante muchos años del abogado amigo de José Martí, quien era
atendido en las ciudades de Cuba que visitaba como un Veterano de la Guerra de
Independencia. Después de la caída de Gerardo Machado, donó la propiedad del
Mariel al gobierno, quien la convirtió en sede de la Academia Naval en el
Mariel. En su último viaje a Cuba, en 1938 (tres años antes de morir en Nueva
York), se hospedó en el lujoso Hotel Nacional, lugar aun predilecto de los
estadounidenses que visitan La Habana,
donde tal vez encuentran en el espíritu de aquel antecesor, para
bien, una luz hacia las positivas
relaciones entre dos pueblos que requieren, más que sus gobiernos, la amistad
que enriquece.
Siempre he visto con admiración la figura de Horatio Rubens. Gran amigo de José Martí, Gonzalo de Quesada y Estrada Palma. Este último, patriota a tiempo completo y el hombre que llevó en los hombros la obra del PRC para la continuación de la Guerra auspiciando expediciones armadas y tejiendo simpatías hacia la causa cubana. La historia después de 1959 lo ha desdibujado hasta convertirlo en un "títere yanqui". Algún día tendremos que regresar a poner su figura sobre los pies de su estatua y honrarlo como le es merecido. Gracias ,
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