lunes, 4 de febrero de 2019

El parque “Amigos de José Martí”, este 28 de enero


       El pasado lunes, 28 de enero, se cumplieron 166 años del natalicio de José Martí. Tradicionalmente, en Ybor City se ha recordado la fecha visitando el parque que lleva su nombre, en la 8.ª Avenida, entre las calles 13 y 14. En años anteriores, al llegar a este significativo lugar, he encontrado un ramo de flores frescas dedicadas al más universal de los cubanos. Con ello, se expresa la admiración no sólo al organizador de la Guerra de Independencia, sino también al pensador, maestro, escritor, poeta, humanista y guía de un proyecto de república con un elevado sentido de justicia y libertad.
    Esta vez, Brailyn García, periodista del canal de televisión Telemundo, me llamó hacia las diez de la mañana, invitándome a que grabáramos para su programa algunas palabras sobre la significación del lugar donde sobresale la estatua del Apóstol cubano. Llegué unos segundos antes que él y, aunque el parque estaba abierto, no había en él una sola persona ni huellas de alguna reciente flor. Sabía que el parque está muy abandonado, pero me sorprendió el alto nivel de su deterioro, incrementado en los últimos años. Cuando llegó el joven periodista, motivado por la rica historia del lugar, hubo que mover el trípode más de una vez para encontrar un banco que, a si no limpio, al menos estuviera sano.
Primero conversamos sobre los hechos que determinaron que este lugar sea considerado histórico, recordando que exactamente aquí estuvo la casa en que vivió el matrimonio de Ruperto Pedroso y Paulina Rodríguez, afrocubanos que además de su trabajo en las fábricas de tabaco citadinas, habían fundado una pequeña fonda en la casa, en la que un cuarto servía de hospedaje eventual. Así es como aquella pareja descendiente de esclavos se ganaba la vida, como miles de emigrados que esperaban el tiempo en que su patria natal fuera libre para regresar a ella.
El parque "Amigos de José Martí, en Ybor City, Tampa
   Cuando, al anochecer del 26 de noviembre de 1891 asistieron al Liceo Cubano, casi al lado de su casa, y oyeron el discurso que pronunció el orador invitado de Nueva York, identificaron en las palabras “con todos y para el bien de todos” la patria que querían y se dispusieron a colaborar en lo que hiciera falta para conquistarla. A partir de ese instante empezaron a ver en aquel hombre de piel blanca a un hermano. Cuando un año después, en diciembre de 1892, dos desalmados comprados por el espionaje español le brindaron una copa de vino envenenada a quien habían elegido como Delegado del Partido Revolucionario Cubano, fue a la casa de Pedroso donde, al instante, acudió  a atenderle el doctor Miguel Barbarrosa. Salvado el trance con vomitivos y enjuagatorios inmediatos, Paulina le preparó un cuarto para que este fuera su hospedaje seguro, tanto para los días que entonces estuvo en Tampa, como para cada vez que lo necesitara en las visitas siguientes.
Después hablamos sobre la carta que, el 30 de enero de 1895, Martí le envía a Paulina con Gonzalo de Quesada, cuando se han perdido en el puerto de Fernandina los recursos suficientes para iniciar la guerra. El día en que sale Quesada para Tampa, Martí embarca hacia Santo Domingo a reunirse con Máximo Gómez, para de allí buscar la vía de desembarcar en Cuba. Cuando hace falta un esfuerzo sin límites, a Paulina y Ruperto Martí les pide el máximo sacrificio, el de empeñar la casa si fuera ­necesario. “Si es preciso, háganlo todo, den la casa. No me pregunten. Un hombre como yo, no habla sin razón este lenguaje”.
Ellos cumplieron con Martí, cumplieron con Cuba y, aunque no perdieron la casa, sirvieron a la independencia de Cuba hasta el triunfo de la guerra, a la que Martí sacrificó su vida. Ellos regresaron a su país en la primera década de una república que no se correspondía con la que el Mártir de Dos Ríos quiso hacer. La propiedad  tuvo otros dueños y en la década de 1950 fue adquirida por el coronel retirado Manuel Quevedo, dueño de una aerolínea que se sensibilizó con la historia oída al historiador Tony Pizzo sobre la vieja casa de madera donde más de una vez durmió José Martí.
En 1956, Quevedo y su esposa Mercedes donaron la propiedad al gobierno cubano, entonces presidido por Fulgencio Batista, quien prometió 25 mil dólares para su restauración. La casa estaba en muy malas condiciones y no sobrevivió a un incendio cuando estaba llena de termitas.
A fines de la década de 1950, cuando en Cuba se producían los acontecimientos que dieron lugar a la entronización del régimen comandado por Fidel Castro, en Tampa la comunidad cubana fue reuniendo los fondos para convertir en un parque –al principio se pensó en un museo–  el sitio en que estuvo la casa del matrimonio Pedroso, inaugurado en 1960 con el nombre “Amigos de José Martí”.  Muchos se preguntan si es una propiedad de Cuba.  Seguramente, existen los papeles de la donación al gobierno cubano, que no era el gobierno actual. Otros dicen que al ser confiscadas propiedades estadounidenses  por el gobierno cubano, se perdieron propiedades de éste en Estados Unidos. 
No creo que lo importante ahora sea dilucidar de quién es la propiedad –ojalá de todos y símbolo de hermandad–, sino los sentimientos que nos acompañan hacia la historia que guarda. El dueño de la historia subjetiva es el dueño del título objetivo, porque la tinta del corazón es intransferible. Si para campañas políticas, de uno u otro bando,  se toma un lugar sagrado que es de todos –no sólo de los cubanos– pierde sentido el legado de “patria es humanidad” con que Martí, desde este lugar, puso los cimientos en defensa de un concepto de libertad que está más allá de las clases, razas, religiones, ideologías y el modo propio de pensar a que tiene derecho todo ser humano. Cuando unos  estaban incitando a  los blancos contra los negros, y viceversa, Martí puso su brazo blanco sobre el hombro negro de Paulina y se paseó por Ybor City, mostrando que los sentimientos humanos no tienen raza. 
Pero como es necesario que alguien represente, renueve, atienda y haga útil el espacio público, ojalá y el parque “Amigos de José Martí” esté en manos de quien tenga los recursos, talento y sensibilidad para restaurarle toda su dignidad. Falta hace que alguien, con la urgencia que requiere el lamentable estado en que se encuentra, emprenda su restauración, sustituya una estatua deformada por el tiempo y maltrato, enriquezca sus espacios –necesariamente con una sala de atención al público– y embellezca su entorno; alguien que lo haga renacer como el lugar sagrado de la independencia y libertad americana que es.







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