El sábado pasado, en la pequeña cafetería “La Oriental”, ubicada en
la calle Columbus, West Tampa, nos
reunimos el poeta Alberto Sicilia y yo con Emiliano Salcines y un grupo de sus
dilectos amigos jubilados, quienes acostumbran encontrarse en ese cálido sitio
en mañanas sabatinas y/o dominicales, para conversar de cuánto viene a la buena
memoria de cada quien.
El evento
podría llamarse “La tertulia de Salcines”, porque él es como el centro de la
conversación. La naturaleza concedió a quien fue el primer Juez hispano del
condado de Hillsborough la riqueza de la palabra, el buen humor,
viva
inteligencia y un don de gentes que, en su sencillez natural, lo hacen
sobresalir en cuanta reunión tiene el privilegio de contar con su asistencia.
Pero ahora voy a ocupar estas líneas con sólo una parte de la
conversación, dedicada de forma imprevista a la biblioteca de West Tampa
radicada en la calle Howard, un bello
edificio de estilo neoclásico inaugurado en 1914. La exquisita disertación de
Salcines –también historiador y profesor de mérito– se produjo ante una
interrogante sobre los libros en español con que cuenta este centro de
lecturas. –Tuvo muchos– dijo Emilano,
remontando la explicación al momento en que los lectores de tabaquería tenían
sus bibliotecas particulares, de donde extraían las diversas lecturas que
llevaban a la sala de los operarios.
En la cafetería "La Oriental", el sábado 1.° de junio, 2019 |
–Eran lecturas muy bien elegidas– puntualizó Salcines, acaparando la
atención de todos y cuyo diálogo interrumpía cada vez que al abrirse la puerta
entró alguien, a quien invariablemente saludó con su nombre y una palabra de
cariño. Los lectores –continuó– encargaban los libros a Cuba, Nueva York y
otros lugares y correspondían a los
mejores autores de su tiempo. Se leía a Cervantes, Víctor Hugo, Dostoievski,
Blasco Ibáñez, Alejandro Dumas, Balzac, Tolstoi, en fin, a los grandes
escritores. Muchas veces los lectores, que además de cultos tenían un don
actoral y declamaban modulando la voz (en ese momento nuestro amigo hizo una
imitación variando la voz de un personaje masculino a uno femenino, con lo que
mostró que habría sido un excelente lector), se intercambiaban esas obras y El
Conde de Montecristo podía empezar en una fábrica cuando había concluido en
otra. Bueno, muchos de esos libros fueron donados a esa biblioteca, que desde
su inauguración ofreció sus servicios gratuitos en West Tampa, un municipio que
tuvo gobierno propio hasta 1925.
A fines de la década de 1920 comienza a decaer, hasta desaparecer, el
oficio del lector de tabaquería. Entre otras cosas, se les fue acorralando
porque muchos incentivaban el sindicalismo, la jornada de trabajo de ocho
horas, que la mujer no perdiera el trabajo cuando fuera a parir y esas lecturas
chocaban con las políticas de los propietarios. Cientos de esos libros fueron
donados a West Tampa Branch Library. Pero unos años después, con la entrada de
nuevos libros en idioma inglés, se decidió guardar esa amplia bibliografía
hispana en el sótano, un lugar inapropiado en este lugar, porque el agua está
cerca de la superficie y hay permanente humedad.
Es bueno recordar –apunta Emiliano– que el multimillonario Andrew
Carnegie financió la construcción de esa
institución. Se eligieron once bibliotecas en Florida para recibir la donación
de Carnegie y entre ellas estuvo la de nosotros. Pero, por alguna razón, en los
planos aprobados por el benefactor estaba diseñado un sótano. La opción fue
clara: “O se le hace sótano, o no hay biblioteca”, según nos cuenta el letrado
locuaz. De manera que el recinto contaba con esa catacumba cuando unos años
después llegó la indicación de darle espacio a los nuevos libros que se leerían
en la lengua de Shakespeare.
En ese momento, El Conde de Montecristo, Ana Karenina y Los
hermanos Karamazov se fueron al sótano junto a La Barraca y Los Miserables. En
aquel lugar los fue cubriendo una capa de moho y al cabo de unos años no les
quedó otro remedio que ser trasladados a los depósitos de desperdicios.
–Por eso hoy no vas a encontrar muchos libros en español en este
lugar– concluyó Salcines, en el instante en que todos se pusieron de pie,
siguiéndolo a él, para aplaudir con visible alegría la entrada de un amigo que
recién fue dado de alta de un hospital de la ciudad.
Sé, porque he estado varias
veces en esta tertulia sabatina alrededor de Emiliano Salcines, la riqueza
humana que rodea a este grupo que hace más de un cuarto de siglo se viene
reuniendo en una cafetería de West Tampa, primero en El Gallo de Oro, después
en El Arcoiris y La Oriental, donde hablan de todo y de todos, hacen cuentos,
recuerdan sus historias, inquieren por la salud del que se ausenta, toman café,
meriendan, se alegran con las buenas noticias, se preocupan por los destinos
del mundo y les desean a todos buena salud.
Bien vale compartir con esos hermanos.
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