viernes, 30 de mayo de 2025

La Bohemia de Tampa

   Muchas veces he oído decir que Bohemia,  la revista cubana nacida en 1908 y aún con vida, circulaba en Tampa como en ciudades de la Isla y que, incluso, llegaba a esta bahía floridana antes que a algunos lugares de su propio país. Con ese ejemplo, se muestra la cercanía histórica entre Cuba y este “pueblo fiel”, como le llamó José Martí.

Sin embargo, no es a la Bohemia de La Habana –una de las revistas más viejas de América–  a la que nos asomamos, sino a la Bohemia  de Tampa, fundada  el 22 de julio de 1916 en Ybor City por Manuel Soto, quien antes había publicado Tampa Ilustrado con similares ­características.

La revista, como la cubana, tenía una frecuencia semanal y salía a la luz todos los sábados, con un valor de cinco centavos y un contenido diverso que incluía noticias, notas culturales y literarias, información sobre la vida de la ciudad, anuncios, entretenimiento, ilustraciones… En una de sus columnas, nombrada Nuestras Sociedades, se hacía una continua descripción de lo que acontecía en el  Centro Español, el Asturiano, el Círculo Cubano y las sociedades de Beneficencia vinculadas a ellos.

No conozco el tiempo de duración de la Bohemia tampeña, nacida en medio de la Primera Guerra Mundial, porque en este primer asomo a ella solo he podido ver los 24 números correspondientes a su año de fundación, conservados en el sitio https://tampa-through-time.humap.site/map/records/bohemia_periodicals.

A falta de una investigación que permita seguir su curso e impacto en la ciudad, quiero compartir algunos fragmentos publicados en el número correspondiente al 4 de noviembre de 1916 en la sección Puntos de vista, porque hace alusión a los propósitos de su existencia y a una de las figuras más grandes de la literatura cubana de su tiempo, el escritor Alfonso Hernández Catá, quien escribe una hermosa carta desde España  en apoyo a esta publicación.

Fragmentos de “Puntos de Vista”

-Al principio de nuestra empresa, existía en nosotros la duda sobre el resultado que ocasionaría el intento de fundar en esta localidad una revista que pudiera llenar las necesidades de ella misma. Pero, sin desmayar nunca, estudiando nuestro ambiente, robustecíamos el propósito: había que considerar la importancia de esta población de habla española, casi tan ­numerosa como la de cualquier ciudad del interior de Cuba o de provincias de España. Y en esas ciudades, en todas, las revistas gráficas tienen vida; ellas son las que condensan en sus páginas la actualidad literaria, teatral o musical; las que recogen en fotograbados los acontecimientos sociales, políticos o artísticos; las que visitan los hogares, donde son preferidas por la amenidad que por lo regular tienen en modas, en acontecimientos y consejos ... ¿Por qué, pues, no habíamos de tener una en Tampa?

-Alfonso Hernández Catá, el notable literato que desempeña el cargo de cónsul de la República de Cuba en Alicante, España, y quien ocupa lugar prominente en las letras castellanas, donde su fama se acrecienta rápidamente, nos remite la carta que insertamos en esta página, la que es para nosotros de satisfacción grandísima.

Carta de Alfonso Hernández Catá

Sr. Manuel Soto, Director de ‘Bohemia’.

 Muy Sr. mío y compañero: He recibido los tres primeros números de la revista fundada por usted y otros jóvenes entusiastas para robustecer en Tampa la armonía y auge de nuestra raza y llevar a todas partes muestras de su cultura y amor a las letras.

Casi no necesito decirle cuán útil labor realizan ustedes. Cuánto tiende a dar muestra del amor de cada latino por el prestigio de su país y a probar nuestra capacidad social dentro y fuera de nuestras patrias, es labor de patriotismo. En esa tierra por la cual tantos ilustres hombres de España e Hispano-América han pasado, están ustedes obligados a mucho, y estoy seguro de que el cónsul de Cuba –cuyos méritos y civismo conozco– no les escatimará su ayuda. Los proyectos del Sr. Kohly, Presidente del Círculo Cubano, merecen el apoyo de todos.

 Cuenten con mi simpatía vehemente y trasmítala usted a todos los buenos compatriotas de ahí. Cualquier artículo mío publicado ya en nuestra prensa o en la extranjera, pueden reproducirlo, y si, como espero, el nuevo Círculo destina a biblioteca uno de sus salones, tendré especial gusto en remitirle mis libros.

Cuente, pues, desde hoy, con la amistad de su compañero y S. S. que le da las gracias por el galante envío de “Bohemia”.

Firma de A. H. Catá.

viernes, 23 de mayo de 2025

María de los Dolores Lacorte Izquierdo, primera mujer taquígrafa de Cuba

  La taquigrafía, método de escritura que, a través de trazos cortos, símbolos especiales y abreviaturas  permite escribir a la velocidad con que se habla, es utilizado desde la antigüedad. La palabra tiene un origen griego, formada por taxos (celeridad) y  grafos (escritura) y la utilizó Jenofonte al escribir la biografía  de Sócrates. Los romanos la llamaron notae tironianae. En la Edad Moderna se extendió por Europa y en  España la  introdujo  Francisco de Paula Martí a principios del siglo XIX.

Si bien la taquigrafía tuvo una impronta significativa durante el siglo XIX en Cuba y a su servicio debemos la conservación de documentos valiosos para entender su historia, hay un ejemplo que no puedo dejar de mencionar. Sin ella, habríamos perdido los discursos de José Martí en Ybor City en noviembre de 1891, salvados por la presencia en El Liceo Cubano del taquígrafo cubano José María González, quien entonces vivía en Cayo Hueso.

Pero, el motivo de estas líneas es destacar la figura de María de los Dolores Lacorte Izquierdo, pues no solo fue la primera mujer taquígrafa de Cuba, sino que además legó una obra significativa para la cultura de la Isla. Al conocimiento de ella llegamos a través de su biznieta, la abogada cubana Diana Arufe, quien desde Tampa expresa el orgullo de uno de sus ancestros que, a su vez, la vincula El Carpio, un municipio español de Córdoba, lugar donde nació su bisabuela en la convulsa segunda mitad del siglo XIX.

Imagen de El Carpio, lugar donde nació María Lacorte.
Fotografía enviada por Daniel Vidal Enríquez.

Aunque en El Carpio discurre su niñez, a los 12 años emigró con sus padres para Cuba, donde va a desarrollar toda su obra hasta su muerte en La Habana, el 11 de febrero de 1946.

La inserción del nombre de María de los Dolores Lacorte en la historia de la taquigrafía fue destacada por el investigador Elio E. Perera Pena, quien la incluye en su libro Taquigrafía en Cuba. Un viaje en el tiempo y que cito en extenso:

“María Lacoste (Lacorte) estudió taquigrafía con el maestro Enrique Orellana en 1896. Su padre había leído una convocatoria en el Diario de la Marina. En la quinta lección María era la única mujer que quedaba a la tutela de Orellana. Concluyó con notas de sobresaliente”.

“Con un gran empeño María trató de ocupar un peldaño digno en la igualdad de la mujer, al probar fuerza en un nuevo oficio que podría brindarle mayores ganancias económicas.

El 4 de mayo de 1998, día señalado para la apertura de las Cámaras Autonómicas, en el salón de sesiones al terminar el acto, el entonces capitán general Ramón Blanco se le acercó y le dijo: Permítame usted, señorita, saludar a la primera mujer que ejerce la Taquigrafía en Cuba, y a la que ha dado el primer paso para demostrar la eficiencia de las cubanas en los cargos públicos”.

Perera Pena destaca en su libro que María Lacorte contrajo matrimonio con el también taquígrafo Emilio Arufe y Almansa, quien tuvo que emigrar a Estados Unidos por su adhesión a la independencia de Cuba. En el exilio, prestó apoyo a la causa defendida por el Ejercito Libertador de su país.

Ya en la república cubana, María Lacorte y Arufe ejerció una importante labor intelectual, destacándose su nombre en la publicación del libro Poesías, discursos y cartas de José María Heredia (dos tomos, 1939) , precedido por una biografía del poeta cubano escrito por ella. El libro, que hoy constituye una rareza bibliográfica, incluye valoraciones sobre Heredia de José Martí, Enrique Piñeiro, Manuel Sanguily y otros. Esta obra bastaría para señalar la contribución de María Lacorte a la historia de la literatura cubana.


Sin embargo, a su nombre de mujer pionera en las luchas por la igualdad de la mujer en Cuba, debe agregársele su esfuerzo en mantener y divulgar la historia, costumbres y valores de su pueblo original, lo que la hace también una defensora de El Carpio que la vio nacer y la cultura andaluza.  Esa pertenencia está en sus letras en español, tanto en las abreviadas desde la taquigrafía, como en las escritas y pronunciadas a lo largo de su vida. Es por ello, seguramente, que su nombre puede pronunciarse con orgullo no solo en Cuba, sino también en El Carpio, desde donde el Sr. Daniel Vidal Enríquez, Secretario del Juzgado de Paz, nos ha expresado el orgullo de saber que una mujer de esta historia es hija de su ciudad.

Tampa, con tan hermosas páginas de la historia de Cuba salvadas por la taquigrafía, es un buen lugar para rendir honor, desde La Gaceta, a María de los Dolores Lacorte de Arufe, una mujer que, adelantada a su tiempo, es también del nuestro.

lunes, 19 de mayo de 2025

En el 130 aniversario de la muerte de José Martí, un fragmento de la novela El secreto de la andaluza

 


Abro la ventana del cuarto para verlo pasar y sé que va para la muerte. Me hubiera tirado al frente del caballo, para que no avanzara, pero mis pies no son ligeros, como los pies de Aquiles. Veo a los dos jinetes entre un hilo de luz que busca la frente del que va delante, con el sombrero hacia atrás. Se le ve apuro en la vehemencia con que presiona al caballo, ¡arre, Baconao, arre!, como si el tiempo no le alcanzara para llegar al sol. Al pasar cerca de la casa cordial, inclina levemente la cabeza sobre el hombro derecho, para que se le distinga el contento en el rostro. Me pareció que sonreía. Cuando entran por el pórtico que se perfila entre el fustete y el dagame, sentí que el verso lo empujaba: yo quiero salir del mundo por la puerta natural. Quise atajar las hojas verdes con súplicas a Dios y pedí de rodillas frente a la imagen de Jesucristo que los dos árboles se derrumbaran uno sobre el otro, para que la barrera trancara en seco a los caballos. Si no daba tiempo, que el dagame cayera sobre el pescuezo del primer corcel. Y todavía, si el poder divino no tenía un segundo para más, que uno de los gajos más blandos cayera encima del jinete aventajado, aunque rodara por la yerba y se retorciera de vergüenza, pero que no le mataran. Los árboles no oyeron y aunque la última rogativa, ya desesperada, pedía al plomo conformarse con el cuerpo del corcel, el supremo hacedor, o se equivocó de bestia, o prefirió salvar la juventud de un ángel lleno de vida.

 Tiro de la puerta con fuerza y aunque el estruendo azoró a la paloma que empezó a  llorarlo en la cresta de un árbol, no alcanzó a apagar el silbido de la bala que le rompió el pecho. Escuché el choque del cuerpo contra la yerba y el temblor de la tierra me levantó del suelo, para caer de un grito frente al portón. Al recobrar la razón, corrí con un pomo de agua hervida en las manos hacia el silencio que, en un instante, le cayó a toda la tarde. Las caballerías contendientes, una y otra, se habían espantado del lugar. Trato de entender: una huye despavorida con el trofeo, cual Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor; la otra le persigue desorientada bajo la lluvia que deshace las huellas. Nunca lo supe. Pero vi que era su sangre, viva entre la yerba y la tierra.

Cuando me arrodillé a honrarla....

Fragmento de la novela inédita El secreto de la andaluza

      

Cuando un repentino alboroto espantó a la turba de pájaros que descansaba en la cresta del algarrobo, creyó que al fin llegaba la caballería de Bartolomé Masó. Se volvió a equivocar. Era la creciente del río Contramaestre, inundando las piernas del barranco con un escándalo ensordecedor. Paradójicamente, perder la serenidad de las aguas donde salió a bañarse no alcanzó a provocarle pesar, sino un indescifrable sosiego, hechizado con la turbulencia de la corriente que lo llamaba a cumplir un designio que en los últimos días traía metido entre ceja y ceja. Mientras empuja el papel incómodo al fondo del bolsillo, el ala gris de un zorzal solitario se pierde entre la luz del atardecer y la oscuridad del bosque, como si volara de su pensamiento a la voz militar atravesada en La Mejorana.

En el río Contamaestre, en el lugar más cercano
 al último campamento de José Martí.

–No vaya solo al río –le advierte Ramón Garriga, a quien tranquiliza con un gesto que, a su vez, exigía no seguirle.

 Se acerca la noche del 17 de mayo y han quedado casi solos en el campamento. ¿Es que en el río hay más peligro que en esta casa?, me pregunto, consciente de que si alguna avanzada enemiga nos sorprende tan indefensos vamos a perecer con más penas que glorias. Porque de las cinco decenas de hombres que acampan en el rancho de Dos Ríos, apenas hay doce a su alrededor. Es el mismo número de apóstoles que tuvo Jesucristo, le diría a Gómez, pero cómo aguarle el impulso de hostigar a una columna que, según escuchó a alguien, iba rumbo a Ventas de Casanova.

–¿Busca otro Pinos de Baire? –le pregunto al final, cuando salta al caballo para adentrarse en la espesura, seguido de 40 jinetes encandilados con la centella de su voz.

–¿Qué sabrá él de Pinos de Baire? –pregunta alguien en voz queda  al teniente coronel Bellito, buscando congraciarse con el veterano antes de subir con desgana a su propio arrenquín.

–Saber sabe –oigo a Bello, ya de espaldas, queriendo inútilmente evitar a mi oído unas palabras que el otro, por la forma en que se encoge de hombros, pareció no entender.

Vuelven los apóstoles por los resquicios de la mente inquieta, indicando que estos montes no son de bienaventuranzas ni aquí habrá sermón de la montaña. La alegoría, lejos de Santiago, alcanza al otro Judas, el Iscariote. ¿Quién sabe si los hay alrededor, pienso, sin discernir por qué el rostro distorsionado de un hombre oscuro se atraviesa en las brumas del atardecer, jactándose con la falacia de rematarle a él –al Presidente, dijo–, porque así, por mucho que lo esquiva, la gente sencilla lo anda proclamando por donde quiera que anda. Aparto la imagen con torpes conjuros a las sombras y aunque el impulso defensivo no alcanza a despejar el pensamiento, espanta a una nube de insectos agoreros obstinados en perturbarle su última decisión.

Le ha dado vueltas en la hamaca toda la noche, sin poder descifrar la frecuencia en que se mezclan el sonido grave del follaje y el agudo que persevera en la cantaleta del río. Siento el allegro que ejecuta el violín de la noche. Es la misma armonía que puso Vivaldi a la primavera de sus cuatro estaciones, donde el trino de los pájaros reverencia con tanta majestad el renacimiento de la floración. Cuando el ladrido insistente de un perro lejano semeja el segundo movimiento en la primavera del compositor italiano, se aprieta la cabeza con las dos manos, hasta tocar la letra en el aire: Las aves silentes tornan de nuevo a su canoro encanto / Y así, sobre el florido ameno prado /  al caro murmurar de la arboleda, / duerme el cabrero con su can al lado.

 Se esfuerza en prolongar el insomnio y el quejido, cada vez más distante, se apaga ante la voz del Diario, donde vuelven las palabras del capitán Pacheco. Iba de un lado a otro, caminando las palabras con los pantalones remangados hasta las rodillas:

–El cubano lo que quiere es cariño y no despotismo.

 Reapareció la vieja discordia y todos los ojos me buscaron. ¿Militarismo? ¿Civilismo? ¿Cómo encontrar el contrapeso a tan fatales opuestos? ¿Qué ensalmo de brujos tuerce un ojo al otro, si ambos se enfilan a un paraje común?  ¿Céspedes o Agramonte? Grandes ellos, no el cespedismo, ni el agramontismo. Será nefasto cada vez que el apellido de un hombre derive en nombre de un proyecto político. Por ahí se nos fue la guerra, por ahí se nos puede ir la revolución.

sábado, 17 de mayo de 2025

El 19 de mayo en un fragmento de la novela El secreto de la andaluza

   Los caballos se metieron en las aguas turbias del Contramaestre, todavía hinchado con la ­creciente de la tarde anterior. Es enorme la curva que da el río en La Vuelta Grande,  donde los pastos reverdecen con la lluvia continua. Allí espera la caballería de Masó, quien se levanta airoso al oírlos llegar. Ya andan los vasos de café en las manos, que se extienden calurosas a saludar. Bajo la luz del sol se aclaran los rostros y las palabras entran en calor.

Pintura de Alex Pantoja, de una serie sobre José Martí.

Siente confianza, como si entrara al Liceo Cubano de Ybor City. ¡Si estuvieran aquí,  al lado de las palmas!, mis Carbonell, Rivero, Ruperto y Paulina, la vieja Carolina, a quienes tanto deben los que ahora me acompañan. El discurso de hoy, al que le llaman cuando terminan de hablar Gómez y Masó,  es el mismo del con todos y para el bien de todos. Decir a las palmas que han llegado sus novios, pues son las mismas que añoraron en el largo destierro. Decir que están al lado de ellas, con la patria proclamada, de agonía y deber.  Eso dirá, donde la tierra cubana es la tribuna: el tributo a los héroes de esta epopeya, la razón de la guerra inevitable, la necesidad del gobierno eficaz que asegure desde la raíz la representación del pueblo en preparación para la república democrática de mañana; la necesidad de contener asomos de despotismo, distingos raciales, sociales o de pensamiento, la generosidad ante el vencido, la inclusión del español anhelante de libertad y trabajo honrado, la justeza en la administración de la justicia, el no derramamiento inútil de la sangre, el combate de ideas, no de odios. Levanta más la voz, a que todos la oigan: es preferible morir en defensa de la libertad que vivir privado de ella. Cuando se desmonta del púlpito, todos abren los brazos y cabe en ellos al abrir los suyos. Oye, sin buscarlo, a un joven conmovido, contándole a otro lo que llamó un milagro:

–Acabo de ver a Moisés en el desierto, guiando a los judíos hacia el país de Canaán, trasmitiéndoles los Diez Mandamientos escuchados en las teofanías del Sinaí.

El que oye, se alarma:

–Manuel Piedra, ¿qué dices?

Y este repite la oración. 

Se sobrecoge. Ha dicho que por Cuba está dispuesto a que le crucifiquen. Arrima con sorprendente agilidad un taburete a la mesa bien servida, donde ya muchos ­almuerzan. En ese instante, un jinete se acerca a la velocidad de un rayo, reventando el caballo, cuando muchos no llevan el plato ni por la mitad.

–¡Los españoles! Una tropa bien grande –grita antes de llegar, mientras apunta con la mano derecha hacia el otro lado del Contramaestre.

A Gómez se le cae de la mano izquierda un muslo de pollo todavía intacto y empuja el plato con tan descontrolada violencia que un trozo de plátano estuvo a punto de dejar tuerto a un gato. Salta al caballo, se empina en los estribos y grita un ¡al combate! tan sobrecogedor que muchos, estremecidos, corren detrás de él.

A esa hora, empezando la tarde, las lluvias tempranas de las montañas habían inflado más las laderas del río, como una señal de dioses antiguos para que contuvieran el impulso. Pero él General tenía sus propios dioses y se tiró al aluvión de aguas crecidas, desafiando imprudentemente a una barranca para que los caballos de más brío le secundaran.

Baconao cruzó entre los primeros y al alcanzar la otra orilla saltó con tanta fuerza sobre un árbol caído que me hizo recordar a Marengo, el famoso caballo con que Napoleón salió airoso en Austerlitz. No quiero  pensar si el estratega de Dos Ríos calculó bien. Me había leído las campañas de Napoleón para este momento, las de Bolívar a lomos de Palomo, las de Ulises Grant, el libro De la guerra de   Karl Von Clausewitz. No coincidían la teoría y la realidad: el general no mira a la composición, ubicación, flancos, terreno, ventajas y desventajas, antes de atacar. Pero el héroe inspirado sigue su instinto y es hora de combatir, no de estudiar campañas y teorías. Desbravamos el río, como a la mar.

–¡Vamos a la carga!, grita otra vez Gómez, después de deshacer impávido a una pobre avanzadilla española que no tuvo tiempo a afinar puntería. El Viejo mira hacia atrás, buscándolo con los ojos semicerrados. Lo ve sin miedo y le hace una señal:

–Usted, atrás –grita con la mano airada, porque la orden no le sale de la garganta.

Él responde que no y sale disparado, como si un cuerpo celeste se desprendiera de Dios. Ve a Paquito  cuando se abalanza por el lado derecho, pegado al río. Llega un grupo pequeño con Masó, cuando él va a soltar las bridas tensas a Baconao, que resopla esperando la orden. Reconoce al joven que se aparta de su jefe y se le acerca dispuesto. Es Ángel, es Ángel de la Guardia, que le cae del cielo:

– ¡Vamos a la carga, joven!

–¡Vamos a la carga!

El joven avisa a su caballo dorado, que imita el ímpetu del moro. Galopan, enderezan todas las curvas del universo hasta distinguir la casa recién soñada. La brida derecha se recoge con el mandato del alma para que, acercándose, ella pueda verlo pasar. Baconao entiende, aminora, casi relincha, como si no pudiera con la carga de emociones que  desde una ventana dan aliento al pecho de su jinete. Estira la mano y recobra la velocidad, porque se sabe bendecido. Un segundo después, se agrandan el dagame y el fustete, abriendo una puerta natural al laberinto inescrutable.

Al ver tan enmarañada la manigua a la derecha del rumbo, Baconao se esfuerza en alzar más y más la cabeza, como buscando en la malignidad de la marrulla el justo sitio del que viene ese estruendo incandescente que se confunde con el sol. El cielo se abre. El plomo en la garganta no puede atajar las tres palabras enrojecidas que se hunden en las venas del tiempo –matria, patria, vida–, envueltas en nombres de mujer que la sangre ahoga en su pecho partido por el segundo plomo. Es el grito que, a la misma hora de la tarde, oyeron Leonor, Carmen y Carmita, porque las tres estaban esperándolo.