Cuando un repentino alboroto espantó a la turba de pájaros que descansaba en la cresta del algarrobo, creyó que al fin llegaba la caballería de Bartolomé Masó. Se volvió a equivocar. Era la creciente del río Contramaestre, inundando las piernas del barranco con un escándalo ensordecedor. Paradójicamente, perder la serenidad de las aguas donde salió a bañarse no alcanzó a provocarle pesar, sino un indescifrable sosiego, hechizado con la turbulencia de la corriente que lo llamaba a cumplir un designio que en los últimos días traía metido entre ceja y ceja. Mientras empuja el papel incómodo al fondo del bolsillo, el ala gris de un zorzal solitario se pierde entre la luz del atardecer y la oscuridad del bosque, como si volara de su pensamiento a la voz militar atravesada en La Mejorana.
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En el río Contamaestre, en el lugar más cercano al último campamento de José Martí. |
–No vaya solo al río –le advierte Ramón Garriga, a quien tranquiliza con un gesto que, a su vez, exigía no seguirle.
Se acerca la noche del 17 de mayo y han
quedado casi solos en el campamento. ¿Es que en el río hay más peligro que en
esta casa?, me pregunto, consciente de que si alguna avanzada enemiga nos
sorprende tan indefensos vamos a perecer con más penas que glorias. Porque de
las cinco decenas de hombres que acampan en el rancho de Dos Ríos, apenas hay
doce a su alrededor. Es el mismo número de apóstoles que tuvo Jesucristo, le
diría a Gómez, pero cómo aguarle el impulso de hostigar a una columna que,
según escuchó a alguien, iba rumbo a Ventas de Casanova.
–¿Busca otro Pinos de Baire? –le
pregunto al final, cuando salta al caballo para adentrarse en la espesura,
seguido de 40 jinetes encandilados con la centella de su voz.
–¿Qué sabrá él de Pinos de Baire?
–pregunta alguien en voz queda al
teniente coronel Bellito, buscando congraciarse con el veterano antes de subir
con desgana a su propio arrenquín.
–Saber sabe –oigo a
Bello, ya de espaldas, queriendo inútilmente evitar a mi oído unas palabras que
el otro, por la forma en que se encoge de hombros, pareció no entender.
Vuelven los apóstoles por los
resquicios de la mente inquieta, indicando que estos montes no son de
bienaventuranzas ni aquí habrá sermón de la montaña. La alegoría, lejos de
Santiago, alcanza al otro Judas, el Iscariote. ¿Quién sabe si los hay alrededor,
pienso, sin discernir por qué el rostro distorsionado de un hombre oscuro se
atraviesa en las brumas del atardecer, jactándose con la falacia de rematarle a
él –al Presidente, dijo–, porque así, por mucho que lo esquiva, la gente
sencilla lo anda proclamando por donde quiera que anda. Aparto la imagen con
torpes conjuros a las sombras y aunque el impulso defensivo no alcanza a
despejar el pensamiento, espanta a una nube de insectos agoreros obstinados en
perturbarle su última decisión.
Le ha dado vueltas en la hamaca
toda la noche, sin poder descifrar la frecuencia en que se mezclan el sonido
grave del follaje y el agudo que persevera en la cantaleta del río. Siento el
allegro que ejecuta el violín de la noche. Es la misma armonía que puso Vivaldi
a la primavera de sus cuatro estaciones, donde el trino de los pájaros
reverencia con tanta majestad el renacimiento de la floración. Cuando el
ladrido insistente de un perro lejano semeja el segundo movimiento en la
primavera del compositor italiano, se aprieta la cabeza con las dos manos,
hasta tocar la letra en el aire: Las aves silentes tornan de nuevo a su canoro
encanto / Y así, sobre el florido ameno prado / al caro murmurar de la arboleda, / duerme el
cabrero con su can al lado.
Se esfuerza en prolongar el insomnio y el
quejido, cada vez más distante, se apaga ante la voz del Diario, donde
vuelven las palabras del capitán Pacheco. Iba de un lado a otro, caminando las
palabras con los pantalones remangados hasta las rodillas:
–El cubano lo que quiere es cariño
y no despotismo.
Reapareció la vieja discordia y todos los ojos
me buscaron. ¿Militarismo? ¿Civilismo? ¿Cómo encontrar el contrapeso a tan
fatales opuestos? ¿Qué ensalmo de brujos tuerce un ojo al otro, si ambos se
enfilan a un paraje común? ¿Céspedes o
Agramonte? Grandes ellos, no el cespedismo, ni el agramontismo. Será nefasto
cada vez que el apellido de un hombre derive en nombre de un proyecto político.
Por ahí se nos fue la guerra, por ahí se nos puede ir la revolución.
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