lunes, 19 de mayo de 2025

En el 130 aniversario de la muerte de José Martí, un fragmento de la novela El secreto de la andaluza

 


Abro la ventana del cuarto para verlo pasar y sé que va para la muerte. Me hubiera tirado al frente del caballo, para que no avanzara, pero mis pies no son ligeros, como los pies de Aquiles. Veo a los dos jinetes entre un hilo de luz que busca la frente del que va delante, con el sombrero hacia atrás. Se le ve apuro en la vehemencia con que presiona al caballo, ¡arre, Baconao, arre!, como si el tiempo no le alcanzara para llegar al sol. Al pasar cerca de la casa cordial, inclina levemente la cabeza sobre el hombro derecho, para que se le distinga el contento en el rostro. Me pareció que sonreía. Cuando entran por el pórtico que se perfila entre el fustete y el dagame, sentí que el verso lo empujaba: yo quiero salir del mundo por la puerta natural. Quise atajar las hojas verdes con súplicas a Dios y pedí de rodillas frente a la imagen de Jesucristo que los dos árboles se derrumbaran uno sobre el otro, para que la barrera trancara en seco a los caballos. Si no daba tiempo, que el dagame cayera sobre el pescuezo del primer corcel. Y todavía, si el poder divino no tenía un segundo para más, que uno de los gajos más blandos cayera encima del jinete aventajado, aunque rodara por la yerba y se retorciera de vergüenza, pero que no le mataran. Los árboles no oyeron y aunque la última rogativa, ya desesperada, pedía al plomo conformarse con el cuerpo del corcel, el supremo hacedor, o se equivocó de bestia, o prefirió salvar la juventud de un ángel lleno de vida.

 Tiro de la puerta con fuerza y aunque el estruendo azoró a la paloma que empezó a  llorarlo en la cresta de un árbol, no alcanzó a apagar el silbido de la bala que le rompió el pecho. Escuché el choque del cuerpo contra la yerba y el temblor de la tierra me levantó del suelo, para caer de un grito frente al portón. Al recobrar la razón, corrí con un pomo de agua hervida en las manos hacia el silencio que, en un instante, le cayó a toda la tarde. Las caballerías contendientes, una y otra, se habían espantado del lugar. Trato de entender: una huye despavorida con el trofeo, cual Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor; la otra le persigue desorientada bajo la lluvia que deshace las huellas. Nunca lo supe. Pero vi que era su sangre, viva entre la yerba y la tierra.

Cuando me arrodillé a honrarla....

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