La memoria conserva un sitio endeleble al embrujo de la primera vez,
por mínima que haya sido su presencia en el curso de la vida. Si bien, el
primer amor se lleva las palmas en la subjetividad de ese resguardo, también lo
alcanza el primer maestro, la primera casa, el primer trabajo. El mito de
Prometeo es eterno en la primera vez del fuego, como a Louis Le Prince le corresponde ese lugar en
la historia del cine o a Gagarin en la conquista del espacio.
Cuando se habla del esplendor que alcanzó Tampa con la producción de
tabacos, fomentando una industria que determinó su crecimiento económico y demográfico en las últimas
décadas del siglo XIX y las primeras del XX, recordamos a Vicente Martínez
Ybor, a cuyo apellido debemos el nombre de uno de los espacios
más acogedores de la ciudad. Es menos común hablar sobre Ignacio Haya, uno de
los industriales que acompañó a Don Vicente desde las primeras visitas a Tampa
y quien, junto a él, compró los primeros terrenos para iniciar la construcción
de sus fábricas de tabaco y las casas donde iban a vivir.
A la hora de construir, Haya optó por el edificio de
madera, mientras Martínez eligió el
ladrillo. Ello, entre otras razones,
influyó en que su firma, compartida con Serafín Sánchez, fuera la
primera en recibir la documentación legal del estado para empezar a producir.
El 13 de abril de 1886 se recibió el primer tabaco salido de las manos de un
fabricante radicado en Tampa. A quien le correspondió la dicha de torcerlo fue a
Ramón Fernández, a cuya memoria se destinan estas líneas.
El tabaquero tenía 42 años cuando puso en las manos
del dueño el primer producto de una empresa que pronto llegaría a producir miles de tabacos al día. Había nacido en
enero de 1844 en el norte de la península ibérica, en un pueblo de Asturias
llamado Avilés. Los pocos apuntes que se conservan sobré él, refieren que llegó
a La Habana en 1865, como hacían tantos españoles de su tiempo que veían en el
Nuevo Mundo una oportunidad casi encantada de riqueza. En un país donde la
producción de tabacos era una de las ramas principales de la economía, adornada
con el sello de ser los mejores del mundo, Ramón Fernández encontró inmediata
ocupación.
En 1871, cuando la guerra independentista en Cuba
implicaba a todos los estratos de la sociedad, Fernández salió hacia Estados
Unidos, radicándose en Nueva York. Allí conoció a Serafín Sánchez, quien
compartía con Ignacio Haya la propiedad de la fábrica de tabacos “La Flor de
Sánchez y Haya”. Al llegar con la experiencia adquirida en Cuba, no le fue
difícil ser aceptado en la fábrica neoyorkina de sus paisanos. En muy poco tiempo, su habilidad en el
torcido y seriedad, le hicieron ganar el
respeto de los dueños y compañeros,
estableciéndose como uno de los operarios de confianza de esa firma.
Cuando Haya visitó Cayo Hueso en 1885 y le oye decir a su amigo Martínez Ybor que
está pensando en Tampa para trasladar su fábrica de tabacos, él también estaba
considerando una relocalización de la suya en Nueva York. Se ponen de acuerdo y
comparten ese proyecto, por lo que entran a Ybor City como sus
insignesfundadores.
Con ellos llega Fernández, uno de sus mejores
operarios. Está registrada la fecha del 10 de marzo de 1886, como el día en que
el asturiano de Avilés llega a Tampa por primera vez. Al mes siguiente está
todo listo en la fábrica levantada en la 7.ª Avenida y la Calle 15 para empezar
la producción. Ese día, los primeros torcedores se sientan en sus mesas, cuando
ya escogedores y despalilladores han servido las tripas para empezar el
torcido. Como ya indicamos, fue Ramón Fernández quien tuvo el privilegiado de entregar el
primer ejemplar de La Flor de Sánchez y Haya, como símbolo del triunfo operado aquel martes de Pascua Florida.
Ramón Fernández vino a Tampa con su esposa, a
radicar en Ybor City definitivamente. Trabajó con Sánchez y Haya muchos años y
en 1902 decidió inaugurar su propia fábrica, mereciendo la ayuda de los
empresarios para los que tanto trabajó. A su firma la llamó “La Flor de Ramón
Fernández”, tal vez para no despegarse de las dos primeras palabras con que vio
brotar el primer tabaco de sus manos en esta ciudad.
Con su firma, Fernández tuvo gran éxito por casi una
década y su Flor entró al mercado con gran aprobación de los más distinguidos
fumadores. En 1910, una larga huelga afectó financieramente a
su empresa. En 1912 decidió clausurarla y al año siguiente vendió los derechos
de su marca a Celestino Vega.
El torcedor del primer tabaco en Tampa murió el 12
de septiembre de 1912, en su hogar de Ybor City. Es bueno que cuando se
mencione la historia del tabaco en Tampa, recordando todo lo que significó en
su historia, junto a las grandes figuras que lo potenciaron –Vicente Martínez
Ybor, Ignacio Haya, Eduardo Manrara, Gabino Gutiérrez, Serafín Sánchez y
tantos– se recuerde también al asturiano Ramón Fernández, no sólo por su
protagonismo en “la primera vez” que un tabaco tampeño entró al mundo, sino
como emblema de todos los que le acompañaron en una obra imperecedera que hizo
florecer nuestra ciudad.
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