viernes, 29 de junio de 2018

El poeta Rafael Alcides pasó a la eternidad


El poeta Rafael Alcides abandonó la vida el pasado 19 de junio. Había llegado a ella 85 años atrás, en el barrio de Barrancas –muy cercano al mío- a un paso de las primeras estribaciones de la Sierra Maestra. Aquel pequeño poblado del oriente cubano, partido al medio por una línea de concreto que hace vía a los viajeros entre Manzanillo y Bayamo, fue la antesala del ataque de Carlos Manuel de Céspedes a su ciudad natal, para convertirla, con el himno a su nombre hecho nacional, en la primera ciudad libre de Cuba.
  En el olor a mangos,  ­guayabas y ciruelas, frutas tan abundantes en Barrancas, combinado con la diversidad de la floresta y las aguas de un río, absorbió Alcides los primeros  motivos de su poesía. A su vera cursó los primeros grados, pero el barrio se le hizo pequeño para sus sueños de estudio y creación literaria y se fue a terminar el bachillerato, iniciado en Holguín, a la capital del país.
  La década de 1950, mientras en Cuba se producen los acontecimientos políticos trascendentes que culminaron en el triunfo insurreccional de 1959, Alcides está completando su formación y visión del mundo. Entre 1955 y 1961 transita por México, Estados Unidos, Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela. Entre esos viajes, en Cuba es productor y director de programas de radio, a la vez que escribe poesía y prosa. Sin predilección por el terreno político, asiste a los primeros años de la Revolución con el entusiasmo que caracterizó a la mayor parte de su generación. Colabora en las instituciones culturales, especialmente con las más cercanas a su oficio de escritor. En 1965 obtiene mención en el Concurso Casa de las Américas con su novela Contracastro, aunque no es publicada.
  A fines de la década de 1960, aunque no está implicado en el llamado Caso Padilla, ni en otros del denominado Quinquenio Gris, cuando se llevó al extremo la interpretación del mensaje de Fidel Castro “Dentro de la Revolución todo; contra la Revolución, nada” y los comisarios políticos empezaron a buscar enemigos en cualquier verbo que pecara de ambigüedad ideológica,  el poeta prefirió alejarse de un entorno editorial que entonces no coincidía con la libertad de creación que animaba al artista. Él lo explicó con una frase: “La vida me ha enseñado que de repente el oleaje de los días te cambia el programa”.
  Hasta entonces, había publicado los libros de poesía Himnos de montaña (1961), Gitana (1962) y La pata de palo (1967).  A partir de entonces y hasta 1983, escribió copiosamente, pero dejó de publicar en Cuba, viviendo una especie de insilio, como a él le gustó llamar a esa marginación en la que se sintió flotar y que prefirió al discurso ­institucional complaciente.
 El escritor eligió, como apuntó Ernesto Santana en un artículo que le dedicó al saber su muerte, “un arte de vivir como poética”, pero en su credo íntimo frente al proceso político a cuya evolución asiste desde el prisma de su pensamiento crítico, ve con tristeza  “un país donde el porvenir ya pasó”.
 Con todo, cuando a fines de la década de 1980 baten aires renovadores envueltos en las palabras glásnost  o perestroika, regresa a las editoriales cubanas. Letras Cubanas le publicó en 1983 el libro de poemas Agradecido como un perro y lo reeditó en 1990. En 1989, aparecieron Y se mueren, y vuelven, y se mueren y, también de poesía, Noche en el recuerdo. Fue como un despertar y la nueva generación de poetas cubanos encontraron en él a un maestro, increíblemente dentro de ellos y desconocido.
 Pero el maestro, a pesar de publicaciones y premios, no resultó dócil al reclamo oficialista y siguió libre en sus versos. En un recital de poesía leyó:  “Todos los de acá/ somos exiliados. Todos. / Los que se fueron / y los que se quedaron./ Y no hay, no hay palabras en la lengua/  ni películas en el mundo/ para hacer la acusación: /millones de seres mutilados/ intercambiando besos, recuerdos y suspiros/ por encima del mar”.
 En la difícil década de 1990, Rafael Alcides se volvió a aislar, se volvió a insiliar. Rompió el silencio en 2009,  visitando España, donde publicó un libro, después de años sin entregar nada a editoriales. Regresó a Cuba, aunque su lenguaje, según confesó, “no era amable con el gobierno”.
 Después de aquel viaje a España, donde se admiró su obra, le publicaron otros libros  en aquel país: Libreta de viaje, 1962-2000, El anillo de Ciro, Un cuento de hadas que acaba mal y Memorias del porvenir. También vieron la luz los poemarios Conversaciones con Dios y GMT.
 A pesar de su lenguaje crítico frente a determinadas acciones gubernamentales, especialmente en torno a la llamada libertad de expresión, Alcides nunca quiso vivir en otra tierra que no fuera la suya. Allí escribió su hermosa poesía y su prosa, una obra que vivirá dentro y fuera de Cuba y crecerá, pues por encima de los vaivenes de la política, la legitimidad del arte la defiende.
    Las cenizas de su cuerpo, como quiso el poeta, se esparcen en el Barrancas donde nació, flotando entre el olor a mangos, guayabas y ciruelas, junto al rumor de la lluvia que entre los árboles canta el poema auténtico de su vida, mientras su espíritu se eleva en paz a la eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario