viernes, 8 de junio de 2018

Yanko Maceda cumple su sueño en Ybor City


En Ybor City vino a cumplirse el sueño americano, o, con más exactitud, el sueño humano de Yanko Maceda. De niño, en un barrio periférico de ciudad de La Habana (El Cotorro), su madre, con la ilusión y romanticismo de los verdaderos artistas –pin-tora al fin– le susurró al oído una frase que guarda en su memoria: Puedes ser lo que sueñes. Entonces empezaron a disparase los sueños de Yanko, alimentados con lecturas al alcance de la mano –el padre era profesor de Español–, con tanta intensidad que alcanzó a imaginar su nombre al frente de descubrimientos tan asombrosos como el de construir un puente que juntara  su barrio habanero con la luna.
    Estos recuerdos afloraron en una amplia ­charla que sostuve con Yanko,  el ­sábado  pasado, en el lugar donde ha venido a cumplir su ilusión: la esquina de 7.ª Avenida y la Calle 16, en Ybor City, distinguida con el nombre Tabanero, donde se tuercen a mano y se fuman los excelentes tabacos en cuyo elegante anillo se lee su apellido, con tanto brillo como el del invento onírico infantil. 
  En la palabra Tabanero es fácil adivinar las raíces de su morfología léxica y el perfil identitario de su autor. Tabaco y habanero se funden en un concepto cultural que identifica a su dueño. Cuando él cuenta que en la niñez lo llevaban a visitar familiares de Pinar del Río y que el olor de las vegas de ­tabaco más famosas del mundo se le impregó en la memoria, se puede entender la pasión con que habla del momento en que descubrió la esquina de la Calle Séptima, donde ha hecho crecer un negocio tan espectacular.

  Me cuenta que a principios de la década de 1990, cuando en Cuba la crisis económica fue más aguda, apenas entrando en la adolescencia, se fue con sus padres a vivir a Miami y radicó allí alrededor de diez años. En 2003 llegó a Tampa, donde tentó a la suerte abriendo un pequeño restaurante, para comprobar enseguida que por bien que se sirvieran las carnes, aquel no era el destino que le estaba esperando. Entonces, intensificó sus paseos por la  avenida más concurrida de Ybor City y el olor a tabaco operó como un profundo llamado. Empezó a  detenerse en cada esquina donde alguien torcía un puro para atraer a los visitantes.
Junto a ello, fue descubriendo la historia de la ciudad, admirando el fulgor de cuando fue la capital del mundo de la fabricación manual de tabacos. Pensó en Martínez Ybor y en la ausencia de un verdadero heredero del Príncipe de Gales, pues el acento de los fabricantes aislados –así me comentó– se concentraba en ofrecer al turista un posible souvenir, más que en la exigencia de un experto fumador.
  La idea de fabricar manualmente un verdadero puro cobró fuerza en Maceda y descubrió que ese era el  aviso de su sueño. Con el propósito claro, la ausencia financiera no lo arredró. Aunque empezó a torcer los primeros tabacos en cuanto lugar le abrió una puerta, se obesionó con la esquina donde ahora reina. Le propuso cien ­veces al dueño alquilar  ese lugar y la respuesta, una y otra vez, fue negativa. Aunque el propietario, ante la insistencia semanal, llegó a pedirle que no lo molestara más, no logró desanimarlo. A los cuatro meses le arrendó el lugar y hoy ambos están satisfechos de aquella decisión.
  Ahora Tabanero contiene la mejor producción manual de tabacos de la ciudad y al entrar al lugar, la primera impresión parece revivir la gloria de Ybor City un siglo atrás. Algunos hombres y mujeres, jóvenes, muestran su habilidad en el torcido de tabacos, cuyo olor, al atraer al visitante, nunca le decepciona. La legitimidad de los puros, expuestos en las vitrinas, donde se identifica la diversidad de tipos (Robusto, Big Dandy, Toro, Churchill), se corresponde con la calidad de las hojas que vienen de Nicaragua, Ecuador y Honduras y con la  perfección del acabado con que salen al consumidor.
En la amena conversación con Maceda siento la amplitud de su obra, que no se limita a fabricar y vender tabacos para hacer su negocio floreciente. El joven empresario, fundador de Tabanero en el 2010, tiene la clara visión del compromiso histórico y cultural que envuelve a su empresa, afincada en las raíces de Ybor City. Desde esa sensibilidad, promueve una especie de escuela donde acariciar, encender, paladear y seguir la espiral del humo se   convierten en una obra de arte. Para disfrutarlo a este nivel estético, Maceda ofrece, in situ, algunas clases en determinados atardeceres del mes, donde el aprendizaje deriva en refinada expansión.
  Al fondo de la sala donde laboran los operarios, hay un espacio cómodo, aunque pequeño, donde los visitantes pueden sentarse a fumar, tomar una copa de vino o una taza de café y conversar. No hay una pantalla de televisión que contamine el embrujo y la música se oye a bajo volumen. Allí he conversado con Yanko, prefiriendo la charla  espontánea a un cuestionario preconcebido de entrevista, para la que, de todos modos, tendremos otras páginas.
  Al final, algunas ideas se incorporaron a la capacidad eterna de soñar. Le comento que el próximo 7 de septiembre se celebra el segundo centenario del natalicio de Vicente Martínez Ybor y que sería excelente contar con una vitola que le rinda homenaje.  Quién sabe si pudiera inaugurarse un Nuevo Príncipe de Gales, o un Príncipe de Ybor, o simplemente un sello con la imagen y el nombre de Martínez Ybor. También recordamos la labor especial del lector de tabaquería y el impacto de su figura en el cuidado de la tradición.
  Finalmente, comento que el lugar sería genial para una cita literaria y de cuánto contribuyen los escritores y los artistas a preservar la memoria de la obra humana. Entonces, con asombrosa sagacidad, Yanko capta la insinuación y brinda el espacio donde podríamos reunirnos el último jueves de cada mes. Allí, donde el aroma del buen tabaco y el café se juntan paradisíacamente, reencontraríamos las palabras de la eterna realización humana, donde se cumple el adagio que la pintora cubana transmitió a su hijo: Puedes ser lo que sueñes.






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