En Ybor City vino a cumplirse el sueño americano, o,
con más exactitud, el sueño humano de Yanko Maceda. De niño, en un barrio
periférico de ciudad de La Habana (El Cotorro), su madre, con la ilusión y
romanticismo de los verdaderos artistas –pin-tora al fin– le susurró al oído
una frase que guarda en su memoria: Puedes ser lo que sueñes. Entonces
empezaron a disparase los sueños de Yanko, alimentados con lecturas al alcance
de la mano –el padre era profesor de Español–, con tanta intensidad que alcanzó
a imaginar su nombre al frente de descubrimientos tan asombrosos como el de
construir un puente que juntara su
barrio habanero con la luna.
Estos
recuerdos afloraron en una amplia charla que
sostuve con Yanko, el sábado pasado, en el lugar donde ha venido a cumplir su ilusión: la
esquina de 7.ª Avenida y la Calle 16, en Ybor City, distinguida con el nombre
Tabanero, donde se tuercen a mano y se fuman los excelentes tabacos en cuyo
elegante anillo se lee su apellido, con tanto brillo como el del invento
onírico infantil.
En la palabra
Tabanero es fácil adivinar las raíces de su morfología léxica y el perfil
identitario de su autor. Tabaco y habanero se funden en un concepto cultural
que identifica a su dueño. Cuando él cuenta que en la niñez lo llevaban a
visitar familiares de Pinar del Río y que el olor de las vegas de tabaco más
famosas del mundo se le impregó en la memoria, se puede entender la pasión con
que habla del momento en que descubrió la esquina de la Calle Séptima, donde ha
hecho crecer un negocio tan espectacular.
Me cuenta que a
principios de la década de 1990, cuando en Cuba la crisis económica fue más
aguda, apenas entrando en la adolescencia, se fue con sus padres a vivir a
Miami y radicó allí alrededor de diez años. En 2003 llegó a Tampa, donde tentó
a la suerte abriendo un pequeño restaurante, para comprobar enseguida que por
bien que se sirvieran las carnes, aquel no era el destino que le estaba esperando.
Entonces, intensificó sus paseos por la
avenida más concurrida de Ybor City y el olor a tabaco operó como un
profundo llamado. Empezó a detenerse en
cada esquina donde alguien torcía un puro para atraer a los visitantes.
Junto a ello, fue
descubriendo la historia de la ciudad, admirando el fulgor de cuando fue la
capital del mundo de la fabricación manual de tabacos. Pensó en Martínez Ybor y
en la ausencia de un verdadero heredero del Príncipe de Gales, pues el acento
de los fabricantes aislados –así me comentó– se concentraba en ofrecer al
turista un posible souvenir, más que en la exigencia de un experto fumador.
La idea de
fabricar manualmente un verdadero puro cobró fuerza en Maceda y descubrió que
ese era el aviso de su sueño. Con el
propósito claro, la ausencia financiera no lo arredró. Aunque empezó a torcer
los primeros tabacos en cuanto lugar le abrió una puerta, se obesionó con la
esquina donde ahora reina. Le propuso cien veces al dueño alquilar ese lugar y la respuesta, una y otra vez, fue
negativa. Aunque el propietario, ante la insistencia semanal, llegó a pedirle
que no lo molestara más, no logró desanimarlo. A los cuatro meses le arrendó el
lugar y hoy ambos están satisfechos de aquella decisión.
Ahora Tabanero
contiene la mejor producción manual de tabacos de la ciudad y al entrar al
lugar, la primera impresión parece revivir la gloria de Ybor City un siglo
atrás. Algunos hombres y mujeres, jóvenes, muestran su habilidad en el torcido
de tabacos, cuyo olor, al atraer al visitante, nunca le decepciona. La
legitimidad de los puros, expuestos en las vitrinas, donde se identifica la
diversidad de tipos (Robusto, Big Dandy, Toro, Churchill), se corresponde con
la calidad de las hojas que vienen de Nicaragua, Ecuador y Honduras y con la perfección del acabado con que salen al
consumidor.
En la amena
conversación con Maceda siento la amplitud de su obra, que no se limita a
fabricar y vender tabacos para hacer su negocio floreciente. El joven
empresario, fundador de Tabanero en el 2010, tiene la clara visión del
compromiso histórico y cultural que envuelve a su empresa, afincada en las
raíces de Ybor City. Desde esa sensibilidad, promueve una especie de escuela
donde acariciar, encender, paladear y seguir la espiral del humo se convierten en una obra de arte. Para
disfrutarlo a este nivel estético, Maceda ofrece, in situ, algunas
clases en determinados atardeceres del mes, donde el aprendizaje deriva en
refinada expansión.
Al fondo de la
sala donde laboran los operarios, hay un espacio cómodo, aunque pequeño, donde
los visitantes pueden sentarse a fumar, tomar una copa de vino o una taza de
café y conversar. No hay una pantalla de televisión que contamine el embrujo y
la música se oye a bajo volumen. Allí he conversado con Yanko, prefiriendo la
charla espontánea a un cuestionario
preconcebido de entrevista, para la que, de todos modos, tendremos otras
páginas.
Al final, algunas
ideas se incorporaron a la capacidad eterna de soñar. Le comento que el próximo
7 de septiembre se celebra el segundo centenario del natalicio de Vicente
Martínez Ybor y que sería excelente contar con una vitola que le rinda
homenaje. Quién sabe si pudiera
inaugurarse un Nuevo Príncipe de Gales, o un Príncipe de Ybor, o simplemente un
sello con la imagen y el nombre de Martínez Ybor. También recordamos la labor
especial del lector de tabaquería y el impacto de su figura en el cuidado de la
tradición.
Finalmente, comento
que el lugar sería genial para una cita literaria y de cuánto contribuyen los
escritores y los artistas a preservar la memoria de la obra humana. Entonces,
con asombrosa sagacidad, Yanko capta la insinuación y brinda el espacio donde
podríamos reunirnos el último jueves de cada mes. Allí, donde el aroma del buen
tabaco y el café se juntan paradisíacamente, reencontraríamos las palabras de
la eterna realización humana, donde se cumple el adagio que la pintora cubana
transmitió a su hijo: Puedes ser lo que sueñes.
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