lunes, 13 de diciembre de 2021

Josephine Baker, distinguida en el Panteón de París

El pasado 30 de noviembre, la afroestadounidense Josephine Baker fue honrada con un memorial y una placa en el selectivo Panteón de París, donde reposan distinguidas personalidades de Francia como Voltaire, Rousseau y Víctor Hugo, por sólo mencionar algunos ejemplos señeros.

Qué méritos extraordinarios tuvo esta mujer extranjera, sin un reconocimiento parigual en su país de origen, para que a los 46 años de su desaparición física la recuerden los franceses con tan alta consideración, convirtiéndola en la primera persona de piel negra y la sexta mujer en sumarse a las cerca de 80 celebridades allí reunidas.

Hay muchas razones para ello, pues la niña pobre que nació en Saint Louis, ­Missouri, en 1906, a la que nombraron Freda Josephine ­MacDonald, tuvo una infancia  muy  difícil. Sin embargo, con su talento y voluntad se convirtió en una famosa bailarina, cantante y actriz, excepcional vedette y estrella internacional.

En la niñez pasó hambre, maltratos y a los 14 años se casó por primera vez. Ella confesó en una ocasión que salió a bailar a la calle la primera vez para no morirse de frío. La madre, que era descendiente de padre africano y madre apalache, crió a los hijos sola, a veces pasando hambre. Pero

Josephine nació con la gracia del arte en sus venas y se unió a una compañía de bailarinas –The Dixie Steppers– y en 1919 viajó con ella a Nueva York. Entonces, con 16 años, ya se había separado de su segundo esposo, del que tomó el apellido Baker. En la Gran Manzana, un cazador de talentos le propuso ir a Francia, donde quería fundar un espectáculo conformado únicamente por personas de piel negra.

En 1925 comienza a triunfar en París sobresaliendo en el espectáculo “La Revue Nègre”, que incluía una orquesta de jazz. Con su baile exótico, extremadamente sensual y muy desinhibida con su mínima vestimenta, encantó al público francés y se convirtió en una estrella internacional. Al ritmo del charlestón, que era prácticamente desconocido en Europa, y con un baile al que llamaron danza salvaje, aquella adolescente mulata, casi desnuda, se convirtió en una diva aplaudida frenéticamente en cada aparición. 

Según Michel Fabré, aquel espectáculo “ha permitido hacer de Josephine Baker la pionera que es calificada por algunos como un renacimiento negro basado en una mezcla de jazz, dadaísmo, arte negro y cubismo”. En un momento en que París es el centro mundial del arte, cuando Picasso, Wilfredo Lam y otros pintores buscaban en el negrismo una fuente de inspiración renovadora, la figura de Josephine y el exotismo de sus presentaciones debió serle particularmente revelador.

La estadounidense hizo giras por Europa como ­vedette del Folies Bergère y luego abrió su propio club Chez Joséphine. Su fama en los escenarios enseguida pasó al cine. En 1927, se estrenó su primera película “La Sirène des Tropiques”, a la que seguirían “Zouzou” y “Princesse Tam Tam”.

Al baile y al cine le sumó nuevos triunfos al desempeñarse como modelo fotográfica y, siempre multifacética, se estrena en el mundo musical. A principios de la década de 1930 grabó sus primeros discos, con canciones como “J’ai deux amours” que resultó un rotundo éxito.

En 1936, hizo una gira a su país de origen, aunque aquí, cumpliéndose el refrán “nadie es profeta en su tierra”, no alcanzó los aplausos que cosechaba en Europa y a algunos, incluso, no les pareció bien cierto acento francés que había incorporado a su lengua original. Regresa a Francia y contrae matrimonio con Jean Lion, obteniendo la ciudadanía francesa. El esposo es un magnate del azúcar, pero ser de origen judío en aquel momento, cuando el antisemitismo fascista cobraba fuerza en Europa en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, fue también para Josephine Baker una preocupación.

Estalla el conflicto bélico que alcanza a Francia y la gran estrella no es ajena a él, convirtiéndose en una heroína de la resistencia francesa. La mujer que era llamada “La venus de bronce” guardó los atuendos vistosos del espectáculo y se vistió de traje militar, sirviendo como subteniente en la Fuerza Aérea Francesa. Demostrando un gran valor, prestó grandes servicios a la nación francesa y a la humanidad como espía, labor por la que fue condecorada por Charles de Gaulle con la Legión de Honor y la Medalla de la Resistencia.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Josephine Baker fue una permanente luchadora por los derechos civiles. En 1963, volvió a Estados Unidos y se integró a la lucha antirracista que durante esa década alcanzó tanta fuerza. Fue una activa participante en la famosa Marcha en Washington y estuvo al lado de Martin Luther King apoyando su discurso “Yo tengo un sueño”.

Después volvió a Francia y, aunque había ganado mucho dinero, vivió pobre, al extremo de tener que volver algunas veces al escenario por presiones económicas. No pudo tener hijos propios, pero adoptó a 12 criaturas que ayudó a crecer.  Murió en Mónaco, en 1975, y la enterraron con honores militares en un cementerio de ese lugar. Aunque su tumba sigue estando allí, ahora los franceses la recordaron agradecidos y pusieron una placa con su nombre en el Panteón de París.

 

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