Por Gabriel Cartaya
La costumbre de esculpir la figura humana en piedra, madera, yeso,
bronce u otro material es una práctica del hombre desde la antigüedad y común
en todas las civilizaciones. En todos los casos, expresa el reflejo simbólico
de una realidad, independientemente del paradigma que justifique su creación, nazca desde la inspiración del
artista o por solicitud de determinado tejido superestructural de la sociedad.
Aunque el
origen de las estatuas se vincula a las creencias mágico religiosas y desde los
orígenes de la jerarquización social ha prestado un servicio político en
defensa de las ideologías dominantes –exacerbando el culto a la personalidad–
hay otra tradición que refleja el aspecto más positivo de su existencia: la
representación física de una persona destacada de la comunidad, como reconocimiento y gratitud
por los servicios extraordinarios prestados y como ejemplo del presente a las
generaciones vivas y venideras. Son las verdaderamente trascendentes, pues su
legitimidad no se relaciona con las veleidades del poder o las tentaciones de
la fortuna, sino con el cariño de la sociedad hacia sus figuras más
emblemáticas.
Emiliano Salcines y su esposa, junto a la efigie de bronce |
En
este ángulo encuentro la razón para que el Consejo Asesor Hispano de la bahía de
Tampa haya develado, en el marco del Mes de la Herencia Hispana en Estados
Unidos, la imagen en bronce de uno de sus hijos más (re)conocidos, el honorable
Juez Emiliano J. Salcines, o simplemente EJ –con pronunciación inglesa–, como
le llaman sus numerosos amigos.
No
es el propósito de estas líneas extenderse en la amplia biografía de Salcines,
sino, más bien, sumar esta columna al regocijo con que el pueblo de Tampa
recibe una noticia que puede compartir con su hijo premiado. Es buena y útil la
rareza de que el hombre pueda asistir, en plena conciencia, a un acto de esta
naturaleza. Casi siempre las estatuas se levantan en homenaje a figuras cuya
obra correspondió a generaciones anteriores. Así, en Tampa, encontramos
monumentos dedicados a Henry B. Plant,
Vicente Martínez Ybor, José
Martí, Al López, Dick Greco, Ronald
Manteiga –por solo citar algunas de las muchas figuras insertadas en su
historia–. Desde ellas nos llegan sus lecciones, pero esta vez nos seguirán
acompañando –y ojalá por mucho tiempo–, desde el mismo hombre que, aun con
cierto sonrojo proveniente de su modestia proverbial, asiste a la inauguración
de una estatua en bronce a la que puede acercarse como a un espejo.
Ante
esa imagen podría desfilar el recuento de su ejemplar cronología, desde el
nacimiento en West Tampa aquel lejano 18 de julio de 1938, recordando al padre
asturiano que le dio nombre, como a la madre, Juanita Rodríguez. Es rememorar
la niñez en el barrio en que vive todavía, la escuela, los juegos y cantos.
Después, la Academia Militar de
Riverside, en Georgia, y de allí su tiempo en Florida Southern College, y luego
a South Texas College of Law, en Houston, donde se graduó de Abogado.
Cuánta
historia acumulada en el ámbito profesional podría acudir a la memoria del
primer fiscal hispano en el condado de Hillsborough, cargo para el que fue
electo cuatro veces. Desde la posición de Magistrado, las complejas decisiones
que corresponden a la sabiduría y honradez del enjuiciador, a tono con la
actitud que predicó José de la Luz y Caballero: “Sólo la verdad nos pondrá la
toga viril”.
También
pasan por la mente de Salcines sus discípulos, los muchos que directamente han
disfrutado de sus conferencias en diferentes universidades y otras
instituciones y los que indirectamente se han servido de su obra escrita, como
su Manual para estudiantes de Derecho, activo en varias universidades.
También aquellos a los que asesoró, recomendó o educó en el difícil ejercicio
de la jurisprudencia.
Cómo
no evocar momentos como aquellos en que fue invitado por los Reyes de España,
Juan Carlos y Doña Sofía, al Palacio de la Zarzuela, donde le concedieron la
Orden Isabel la Católica; o su atención a los mismos Reyes en la Casa Blanca,
cuando el presidente Jimmy Carter le invitó a compartir un almuerzo con
ellos.
Fue
una misma emoción, agrandada por ser un reconocimiento de su ciudad, cuando le
nombraron el Hombre Hispano del año, en 1993. Entre tantas distinciones por su
obra a favor de la ciudad, una es recibida con devoción permanente por Emiliano Salcines: el saludo cariñoso de los
tampeños, quienes ven en él, ya de solemne toga en el estrado, de saco y corbata en una conferencia o de mangas cortas y short en las más humildes
cafeterías de West Tampa, al amigo inteligente, culto, simpático y conversador.
Son los amigos que ahora, al pasar frente al lugar donde se yergue su imagen en
bronce, sonreirán complacidos, con la misma aprobación que el buen humor del
homenajeado reaccionó al recibir la noticia: “Para aceptar, no tengo que
morirme, ¿verdad?”. Pero nosotros sabemos –y deseamos como él– que vivirá mucho
tiempo entre nosotros y que, cuando nos alcance la pena de dejar este
maravilloso mundo, su efigie seguirá iluminando el futuro de la bahía de Tampa.
Como colofón del homenaje rendido a Salcines, el
pasado sábado se realizó un acto en la Biblioteca de West Tampa, organizado por
el Consejo Asesor Hispano de la Alcaldía y la Cooperativa de las Librerías
Públicas del condado de Hillsborough. Nuestro emblemático Juez, desde llegar,
entre sonrisas, abrazos y palabras, desbordó la emoción al entrar a un lugar de
tanta historia y al que visita desde la niñez. Hablaron el Alcalde, el profesor
Gary Mormino, entre otros, y se agradeció a las diversas instituciones que
respaldaron la construcción de la obra escultórica. Allí, el carismático
homenajeado, entre frases y gestos de cariño, mostró una felicidad infinita y
merecida. Y como la gratitud es “la memoria del corazón”, según palabras sabias
de Lao Tse, hay que dar las gracias también a Donna Parrino y a María Steijlen,
quienes compartieron la presidencia del
proyecto de la efigie a Emiliano Salcines hasta su feliz culminación. A su vez,
a todos los que, al honrar a un hijo
sobresaliente de la ciudad, también se
honran.
Publicado en La Gaceta, Tampa, 3 de noviembre, 2017
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